Dos ejemplos significativos de la nube en el N.T. son la Anunciación y la Transfiguración,
en los cuales hay una alusión, en el primero implícita, en el segundo
explícita, para poner de relieve cómo la gloria del Señor, por medio de la
nube, se hace presente en la vida de Jesús.
La
Anunciación, relatada por Lucas (1,26-38), es una construcción
literaria para expresar el sí libre de María a Dios y la encarnación del Verbo,
no por medio humano, sino por la obra exclusiva de Dios por el Espíritu. La
forma de realizarlo está expresada por Lucas con una alusión a la nube del
Éxodo: "El Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (1,35a).
La sombra a la que hace referencia el texto proviene del anan -cubrir-, el
verbo hebreo que se relaciona con la nube -anan- que manifiesta el kabod, la
gloria del Señor.
Dice el texto griego: "pneuma 'ágiov epeleúsetai epì sè kaì
dúnamis upsístou episkiásei soi", siendo
"episkiásei" un verbo que significa cubrir con su sombra, proyectando
una sombra, acción que realiza el Espíritu Santo ("epeleúsetai"),
expresada por el verbo epérjomai, que también significa cubrir proyectando
sombra, venir, etc... Por eso podemos identificar perfectamente uno y otro
miembro de la acción, el Espíritu con el poder del Altísimo[1], la venida del Paráclito
con la sombra proyectada y, por tanto, la nube con el poder del Altísimo que
desciende sobre la nueva tienda que es María. Así la sombra proyectada por el
Espíritu que cubre a María se pone en relación con la sombra que proyecta la
nube sobre la tienda donde se depositaba el arca, como vimos al analizar el
texto fundamental de este trabajo (Ex 40,34-38)[2] y como aparece reflejado
en otros textos paralelos, ya citados anteriormente.
Oyes cómo nuestros padres
estuvieron bajo la nube, y una nube ciertamente beneficiosa, ya que refrigeraba
los ardores de las pasiones carnales; la nube que los cubría era el Espíritu
Santo. Él vino después sobre la
Virgen María, y la virtud del Altísimo la cubrió con su
sombra, cuando engendró al Redentor del género humano (S. AMBROSIO, De myst.,
nº 12-16).
El poder del Altísimo es una forma de nombrar al Señor,
evitando decir su nombre, y, como vimos antes, se identifica con el Espíritu
Santo al realizar la misma acción; el texto, por tanto, presenta a Dios mismo
como el que va a venir sobre María, y la forma de hacerlo va a ser mediante la
nube, identificada aquí con el Espíritu Santo que es el que fecunda a María,
cubriéndola con su sombra para que lo que va a nacer de ella sea llamado
"Hijo del Altísimo", ya que va a ser concebido según la fuerza y la
potencia de Dios mediante su Espíritu.
Por esta razón, María es equiparada a la tienda del arca, a
un nuevo tabernáculo, al ser cubierta por la nube que es el Espíritu:
Cuando terminó la construcción
del mismo, 'la nube cubrió la tienda del encuentro y la gloria del Señor llenó
el santuario.' Si se cotejan estas palabras con las que recoge San Lucas como
pronunciadas por Gabriel, se descubre con facilidad en el anuncio del ángel,
bajo la sombra del Altísimo que cubre a María como una nube, la presencia en su
seno de quien es también Señor y Dios, como el que ocupó el santuario israelita[3].
Visto esto, creemos que se puede afirmar que María es el
arca de la nueva alianza, porque contiene al que es la alianza entre Dios y los
hombres, Jesús. Una alianza nueva y definitiva sellada entre Dios y su nuevo
Pueblo que es la
Iglesia. Ella contiene en su seno y en su corazón[4] la nueva Alianza que es
Jesús, por eso es el arca de la nueva Alianza: así la llama la Iglesia en sus textos
eucológicos: "por medio de la bienaventurada Virgen María, arca de la
nueva alianza, llevaste la salvación y el gozo a la casa de Isabel"[5]. Y con alusiones
eminentemente bíblicas, María es alabada como templo de la divinidad[6], morada de Dios, arca...:
La Virgen María, por el misterio de la
Encarnación, y por su fe obediente, se convirtió en templo
singular de tu gloria, casa de oro adornada por el Espíritu con toda clase de
virtudes, palacio real resplandeciente por el fulgor de la Verdad, ciudad santa que
alegran los ríos de su gracia, arca de la nueva Alianza que contiene al Autor
de la nueva ley, Jesucristo, Señor nuestro[7].
Esta realidad la vemos cumplida en María. La nube era el
signo de la presencia consoladora del Señor en medio de su pueblo, como anuncio
y profecía del Dios-con-nosotros, reafirmando la fe del pueblo
peregrinante por el desierto. Era el análisis que hacíamos, en una de las
múltiples lecturas, de Ex 40,34-38; esto se realiza plenamente en María: la
nube que cubre a María hace realidad la presencia consoladora del Señor en medio
de su pueblo, para salvarlo; Jesús, el Dios-con-nosotros, viene por medio de la
nube que es el Espíritu, al seno de María, para hacernos ver que Dios no se
olvida de su pueblo sino que, como se dice en el libro de Isaías, "con misericordia eterna
te quiero" (Is 54,7) y lo demostró el Señor haciéndose
presente en medio de la historia por la encarnación de Jesús; la nube, el
Espíritu, hace presente a Jesús en la nueva tienda del encuentro que es María.
Para iluminar este texto de Lc 1,35, es imprescindible,
remitirnos a otro pasaje íntimamente relacionado con éste: Jn 1,14. A partir de
una exégesis del texto podemos ver la relación que mantiene con Lc 1,35 y hacer
una lectura teológica, creemos que bastante rica. "La Palabra se hizo carne y
habitó entre nosotros" texto clave de Juan en su prólogo en que
manifiesta cómo Jesús, verdadero Dios, se hace presente en medio de los
hombres. Remitiéndonos al texto original, encontraremos una traducción, menos
literaria, pero más fiel: "Kaí ó logos sárx egéneto kaí eskénosen en
emin".
El centro del versículo lo encontramos en el verbo eskénosen. El
Logos se hace carne verdadera y entre nosotros planta su tienda, pone su morada.
"Eskénosen" viene del verbo skenóo que significa acampar, y del cual
se deduce la palabra skénoma que se traduce por tienda. Así el verbo skenóo
puede -¿debe?- traducirse por poner la tienda. Nos quedaría así el versículo: "La Palabra se hizo carne y
puso su tienda entre nosotros." En este sentido, la Palabra es indudablemente
Jesucristo, que pone su tienda entre nosotros. Es una clara evocación de la
tienda del encuentro (o del testimonio), así la Palabra -Dios mismo-
planta su tienda en medio de nosotros al encarnarse, al hacerse carne. María
será pues, la tienda del encuentro donde la Palabra se hace carne, y es fecundada por la
gloria del Señor, su Espíritu, que, al igual que la nube, la cubre con su
sombra.
Podemos ver la relación entre la tienda del encuentro y la
tienda a la que hace alusión Juan. Sabemos que la tienda en Ex es denominada la
miskan, y la tienda a la que hace referencia Jn surge del verbo skénoo,
relacionada con la palabra sekinah que, aunque de ámbito judío, no
estrictamente bíblico, revela ciertamente, la tienda del encuentro. Juan juega
con las consonantes: de miskan a sekinah[9]. Seguimos a Cándido Pozo
en la exégesis de este texto, un tanto larga, pero clarificadora:
Es interesante afirmar que el
tema de la segunda alusión de Lc 1,35 sea el tema de la sekinah, sobre todo si
se tiene en cuenta que cuando San Juan escribo 'Y el Verbo se hizo carne y
acampó [puso su tienda de campaña] entre nosotros' (Jn 1,14), para expresar la
idea de habitar, utiliza el verbo griego skenóo, que tiene las mismas
consonantes que la palabra hebrea sekinah; teniendo en cuenta la importancia de
las consonantes en las lenguas semíticas, es imposible que el juego de palabras
pasara inadvertido a Juan (al fin y al cabo un semita) y que no se más bien
intencionado[10].
La primera lectura que podemos hacer de Jn 1,14 iría en una
línea de continuidad con el pasaje que antes hemos analizado (Lc 1,35). El
poner la tienda en medio de su pueblo se puede ver desde una referencia
implícita al misterio de María. Ella es la tienda en la que Dios hace morada
como templo de la divinidad, donde el Verbo (: Logos) se encarna y se hace uno
más entre nosotros, entrando en la historia y compartiendo nuestra existencia
humana de forma plena,
"semejante a nosotros en todo, excepto en el pecado" (Hb
4,15). Así, podemos ver en María la tienda donde está al arca de la nueva
alianza, donde la Palabra
toma carne y se hace hombre como nosotros. María, nueva tienda que, cubierta
bajo la sombra de la nube-Espíritu Santo, lleva al Señor y no se consume, como
la zarza de Moisés (Ex 3).
Una segunda lectura o enfoque de Jn 1,14 lo tendríamos en
cambiar el sujeto de la acción: la tienda no es María, sino el mismo
Jesucristo. La tienda del encuentro es cubierta por el Espíritu y allí el
hombre y Dios pueden hablar cara a cara y consultar al Señor. En esta nueva
tienda, el hombre también puede hablar con Dios y consultarle, porque esta
tienda es Cristo mismo: por él tenemos acceso a Dios, al Padre. Él es el único
lugar de encuentro seguro entre el hombre y Dios. Esto es algo que ya expresa la Escritura: "Nadie va al Padre sino
por mí" (Jn 14,6b) dice Jesús a sus discípulos indicándoles
cómo Él es el punto de contacto entre el Padre y los hombres, de tal forma que "quien me ve a Mí, ve al
Padre" (Jn 14,9b) ya que "el que me ve a mí, ve al que me ha
enviado" (Jn 12,45), siendo Jesús el camino concreto (Jn
14,6) donde cualquier hombre puede acercarse al Padre. Jesús como nueva tienda
hace posible que "cuanto
pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá" (Jn
16,23), y es constituido como Mediador entre Dios y los hombres, como
reiteradamente presenta la carta a los Hebreos (Hb 8,6; 9,15, etc...).
Comprendiendo a Jesús como la tienda del encuentro entre Dios y los hombres,
podemos entender esta lectura del evangelio de Juan y de la carta a los hebreos
que hemos realizado.
Siendo Jesús la tienda, ¿qué papel desempeña la nube? Si la
nube es el Espíritu Santo, según la Tradición de los Padres, y el sentido que hemos
ido descubriendo en el análisis que hemos ido haciendo, el Espíritu cubre la
tienda; el Espíritu cubre, por tanto a Jesús, llenándolo de su fuerza y
santidad. Es el episodio de la encarnación, en que por la virtud del Espíritu
lo que va a nacer de María es llamado Hijo de Dios. También otros pasajes irían
en esta línea, como, v.gr., el Bautismo de Jesús, en que el Espíritu desciende
sobre Jesús en forma de paloma, cubriéndolo y derramando su espíritu de
sabiduría y fortaleza (Is 11,1ss), porque el Espíritu del Señor reposa sobre el
Mesías (Is 42,1). Plena manifestación de esta efusión del Espíritu sobre el
Mesías Jesús será el Bautismo, narrado por los sinópticos. En este sentido es
claro el discurso de Pedro: "ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo" (Hch
10,38), lleno del Espíritu.
[1] Difiere de nuestra opinión, entre otros, POZO,
Cándido, María en la obra de la salvación, Madrid, 1990 (2ª), pág. 333.
Allí afirma que: "El Poder del Altísimo en Lc 1,35b no es tampoco un
atributo concreto de Dios, su Omnipotencia (en tal caso, la idea de 35b sería
mera reiteración de 35a), sino de designar a Dios mismo."
[2] A este respecto dice Cándido Pozo: "La nube que
cubre con su sombra el tabernáculo es un signo de que Dios mismo se hace
presente. La gloria de Yahvé de Ex 40,34 es sinónimo de Yahvé mismo; de la
misma manera que en Lc 1,35 'el poder del Altísimo' es una manera de nombrar a
Dios". POZO, Cándido, María en la obra..., pág. 227. V. HARRINGTON,
Wilfrid, J., El evangelio según S. Lucas, Madrid, 1972, págs 73 y 177.
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