sábado, 16 de abril de 2022

La virtud de la templanza (y II)


6. Todo este mundo interior queda ordenado y gobernado por la virtud cardinal de la templanza. En especial, la templanza ha de moderar dos instintos de los más fuertes; uno es la lujuria, el placer sexual que puede conducir al desenfreno y al permisivismo, incluso en el mismo matrimonio; el otro instinto fuerte es la gula, el exceso desmedido en comer y beber; y son dos instintos muy asociados entre sí que fácilmente pueden desviar al hombre.



 
La templanza permite al hombre usar razonadamente de los instintos  tanto para la comunión matrimonial y la procreación (dos fines inseparables en la unión conyugal) como el placer individual en la alimentación y la bebida.

La misma virtud de la templanza invitará  la conciencia más de una vez a actos de ascesis y mortificación incluso en cosas lícitas y legítimas para mantenernos alejados del pecado, tener controlada la vida personal y vivir como hombres libres para Cristo. 

 
La continencia matrimonial es fruto de la templanza, ha de ser de mutuo acuerdo, y se puede realizar legítimamente para regular la fertilidad y para darse a la oración por un tiempo prudente, según prescribe S. Pablo: “no os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo, por cierto tiempo, para daros a la oración; luego, volved a estar juntos, para que Satanás no os tiente por vuestra incontinencia” (1Co 7,5). 

El control y dominio de sí en la comida y bebida lo tenemos en la práctica de la abstinencia de carne y del ayuno. El ayuno es hacer una sola comida al día, o comer todo el día a pan y agua, entregándose más a la oración y a leer las Escrituras, pues, “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3).
  
7. Viviendo las virtudes de la fortaleza y la templanza, iremos adquiriendo la forma interior de Cristo, en su limpieza de corazón, en su mansedumbre y en su pobreza de espíritu. 


Será la sencillez y moderación de los valientes, que, como niños, sólo desean el Reino de Dios.
 

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