lunes, 18 de abril de 2022

Lugar de la liturgia en la Iglesia (SC - XI)




Forma parte del Concilio, de su espíritu y de su letra, una afirmación que, realmente, no ha calado a fondo en la vida eclesial, sucediéndose muchas distorsiones en lo teológico, en lo espiritual y en lo pastoral.

            La mayor dignidad e importancia se le concede a la liturgia en la vida de la Iglesia, lo más necesario, lo más absoluto, lo que requiere el mayor honor:

            “En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia” (SC 7).



            Estas palabras conciliares son rotundas, otorgando a la liturgia el primer puesto y más excelente en la vida de la Iglesia por ser obra de Cristo. La praxis, sin embargo, arrincona muchas veces la liturgia, no se la ve como lo más importante y central, se la acusa de ser poco pastoral (¿y qué entenderán por “pastoral”?, ¿los inventos de unos y de otros?) y, además, como no la entienden, la reinventan y transforman, dejándola irreconocible, desacralizada, mundanizada.

            1. En el ámbito teológico, es fundamental que se estudie a fondo, con rigor, la asignatura de liturgia. El mismo Concilio lo declara orientando los contenidos de la asignatura de liturgia (en general, de cualquier formación sobre liturgia), su relación con los demás tratados teológicos, así como la cualificación especializada del profesor de liturgia:


            “La asignatura de sagrada liturgia se debe considerar entre las materias necesarias y más importantes en los seminarios y casas de estudio de los religiosos y entre las asignaturas principales en las facultades teológicas. Se explicará tanto bajo el aspecto teológico e histórico como bajo el aspecto espiritual, pastoral y jurídico. Además, los profesores de las otras asignaturas, sobre todo de teología dogmática, Sagrada Escritura, teología espiritual y pastoral, procurarán exponer el misterio de Cristo y la historia de la salvación partiendo de las exigencias intrínsecas del objeto propio de cada asignatura, de modo que quede bien clara la conexión con la liturgia y la unidad de la formación sacerdotal” (SC 16).

            Las directrices conciliares son claras para el estudio y conocimiento de la liturgia, si bien apenas se han puesto en práctica considerando la liturgia una asignatura menor, con pocas horas, porque, en el fondo, subyace la concepción de que la liturgia es algo ceremonial que cada cual debe reinventar o adaptar a su comunidad. Pero, según el Concilio, esta asignatura o cualquier formación seria sobre liturgia deben abordar:

-          la teología y la historia de la salvación
-          historia de la liturgia
-          la espiritualidad que brota de la liturgia,
-          lo pastoral y lo jurídico implicado en ella.

            Eso requiere conocer los libros litúrgicos y rituales de sacramentos, sus prenotandos (introducción teológica), las rúbricas o normas para su desarrollo y el cuerpo oracional. No hay otro método.

            Pero los demás profesores de las demás asignaturas teológicas deben mostrar la conexión de sus respectivos tratados teológicos con la liturgia.

            Es todo un reto y un camino casi inexplorado frente a la claridad con que lo determinó el Concilio Vaticano II.


            2. Igualmente el aspecto espiritual de la liturgia. Si a la liturgia no se le iguala ninguna otra acción de la Iglesia (SC 7) y es su fuente y culmen (SC 10), la vida espiritual debe partir de la liturgia y conducir a ella.

            La liturgia es la oración de la Iglesia, oración común y realizada en común por todos los fieles cristianos. Es un error considerarla como algo oficial y celebrativo, mientras que oración sería sólo la oración meditativa o mental, la contemplación personal o las devociones particulares.

            Una buena educación litúrgica enseña a participar en la liturgia orando, uniéndose a la oración de la Iglesia, interiorizándola, respondiendo conscientemente en ella sabiendo que se habla y se escucha a Dios mismo en la liturgia, y, como prolongación, en el silencio personal, meditar los textos litúrgicos del día (no sólo el evangelio de cada día); también viviendo la Liturgia de las Horas en su plenitud espiritual y orante, no como simples formularios oficiales de obligado cumplimiento, al margen de la devoción personal.

            Aquella participación plena, consciente, activa, interior, fructuosa, que se desea en la constitución Sacrosanctum Concilium es la vertiente real de la espiritualidad litúrgica (la propia de todos los hijos de la Iglesia), porque esa participación es la hondura espiritual y orante: orar la liturgia, orar en la liturgia y alimentar luego la oración meditativa con la liturgia. Así sí se da una participación consciente y activa.


            3. Finalmente, lo pastoral.

            La vida parroquial –o monástica, o diocesana, o de cualquier movimiento o asociación cristiana- halla su fuente y culmen, su plenitud, en la liturgia. Merece por tanto un cuidado atento, una solicitud pastoral, para el fomento de la vida litúrgica parroquial.

            Al igual que se invierte tiempo, energías, recursos, dedicación, a la catequesis en sus distintos niveles, a la formación de catequistas, a Cáritas, a grupos de pastoral de enfermos, etc., la liturgia requiere al menos el mismo interés que todas esas otras realidades pastorales, aunque en ocasiones la liturgia es lo más descuidado, dando por hecho cómo se celebra (sin mayor ni mejor preparación) y pensando que otras cosas son más importantes: ¡pero no es esto lo que dice el Concilio en su letra y en su espíritu!

            Lo pastoral, lo realmente pastoral, no es inventarse la liturgia: es la fidelidad a los libros litúrgicos, celebrar bien –con serenidad y recogimiento-, el cuidado y adecuación de los espacios litúrgicos (altar, sede, ambón, baptisterio, etc.). El fomento pastoral de la liturgia prestará atención a la calidad y cualificación de los lectores para ejercer bien su ministerio y del salmista para cantar el salmo responsorial; potenciará el canto litúrgico con un buen coro y órgano; prestará atención al cultivo de un buen y numeroso grupo de acólitos que sirvan al altar.

Junto a los imprescindibles ensayos, todos ellos deberán tener su formación específica, adecuada y sólida, para su servicio en la liturgia.

            Lo pastoral, además, educará a los fieles cristianos para una mejor y más correcta participación en la liturgia. Se pueden emplear medios impresos (folletos por ejemplo, o una columna fija en las Hojas parroquiales o Revista diocesana) de divulgación; también, de vez en cuando, el tono de la homilía podría ser mistagógico, introduciendo en la liturgia, así como los retiros parroquiales o charlas cuaresmales, etc. ¡Qué duda cabe, además, que la iniciación a la liturgia debe estar muy presente en toda catequesis, grupos de reflexión, formación de adultos, etc.!

            Cuando se realizó la reforma litúrgica, en el inmediato post-Concilio, proliferaron por doquier Jornadas o Semanas de Liturgia, Cursos, conferencias. Hoy apenas queda nada de esto para el pueblo cristiano en general; y si antes se hizo para explicar los cambios, ahora de nuevo debe hacerse para profundizar en la liturgia (en la parroquia o en la diócesis), como señalaba Juan Pablo II[1].




[1] En la carta Vicesimus quintus annus, que conserva intacta su actualidad si la leemos, se afirma: “Dado que la mayor parte de los libros litúrgicos han sido publicados, traducidos y puestos en uso, es necesario mantener constantemente presentes estos principios y profundizarlos” (n.5); “si la reforma de la liturgia querida por el Concilio Vaticano II puede considerarse ya realizada, en cambio, la pastoral litúrgica constituye un objetivo permanente para sacar cada vez más abundantemente de la riqueza de la liturgia aquella fuerza vital que de Cristo se difunde a los miembros de su Cuerpo que es la Iglesia” (n. 10).


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