Forma parte del Concilio, de su
espíritu y de su letra, una afirmación que, realmente, no ha calado a fondo en
la vida eclesial, sucediéndose muchas distorsiones en lo teológico, en lo
espiritual y en lo pastoral.
La
mayor dignidad e importancia se le concede a la liturgia en la vida de la Iglesia, lo más necesario,
lo más absoluto, lo que requiere el mayor honor:
“En consecuencia, toda celebración
litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada
por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la
iguala ninguna otra acción de la
Iglesia” (SC 7).
Estas
palabras conciliares son rotundas, otorgando a la liturgia el primer puesto y
más excelente en la vida de la
Iglesia por ser obra de Cristo. La praxis, sin embargo,
arrincona muchas veces la liturgia, no se la ve como lo más importante y
central, se la acusa de ser poco pastoral (¿y qué entenderán por “pastoral”?,
¿los inventos de unos y de otros?) y, además, como no la entienden, la
reinventan y transforman, dejándola irreconocible, desacralizada, mundanizada.
1.
En el ámbito teológico, es fundamental que se estudie a fondo, con rigor, la
asignatura de liturgia. El mismo Concilio lo declara orientando los contenidos
de la asignatura de liturgia (en general, de cualquier formación sobre
liturgia), su relación con los demás tratados teológicos, así como la
cualificación especializada del profesor de liturgia:
“La asignatura de sagrada liturgia
se debe considerar entre las materias necesarias y más importantes en los
seminarios y casas de estudio de los religiosos y entre las asignaturas
principales en las facultades teológicas. Se explicará tanto bajo el aspecto
teológico e histórico como bajo el aspecto espiritual, pastoral y jurídico.
Además, los profesores de las otras asignaturas, sobre todo de teología
dogmática, Sagrada Escritura, teología espiritual y pastoral, procurarán
exponer el misterio de Cristo y la historia de la salvación partiendo de las
exigencias intrínsecas del objeto propio de cada asignatura, de modo que quede
bien clara la conexión con la liturgia y la unidad de la formación sacerdotal”
(SC 16).
Las
directrices conciliares son claras para el estudio y conocimiento de la
liturgia, si bien apenas se han puesto en práctica considerando la liturgia una
asignatura menor, con pocas horas, porque, en el fondo, subyace la concepción
de que la liturgia es algo ceremonial que cada cual debe reinventar o adaptar a
su comunidad. Pero, según el Concilio, esta asignatura o cualquier formación
seria sobre liturgia deben abordar:
-
la teología y la historia de la salvación
-
historia de la liturgia
-
la espiritualidad que brota de la liturgia,
-
lo pastoral y lo jurídico implicado en ella.
Eso
requiere conocer los libros litúrgicos y rituales de sacramentos, sus
prenotandos (introducción teológica), las rúbricas o normas para su desarrollo
y el cuerpo oracional. No hay otro método.
Pero
los demás profesores de las demás asignaturas teológicas deben mostrar la
conexión de sus respectivos tratados teológicos con la liturgia.
Es
todo un reto y un camino casi inexplorado frente a la claridad con que lo
determinó el Concilio Vaticano II.
2.
Igualmente el aspecto espiritual de la liturgia. Si a la liturgia no se le
iguala ninguna otra acción de la
Iglesia (SC 7) y es su fuente y culmen (SC 10), la vida
espiritual debe partir de la liturgia y conducir a ella.
La
liturgia es la oración de la
Iglesia, oración común y realizada en común por todos los
fieles cristianos. Es un error considerarla como algo oficial y celebrativo,
mientras que oración sería sólo la oración meditativa o mental, la
contemplación personal o las devociones particulares.
Una
buena educación litúrgica enseña a participar en la liturgia orando, uniéndose
a la oración de la Iglesia,
interiorizándola, respondiendo conscientemente en ella sabiendo que se habla y
se escucha a Dios mismo en la liturgia, y, como prolongación, en el silencio
personal, meditar los textos litúrgicos del día (no sólo el evangelio de cada
día); también viviendo la
Liturgia de las Horas en su plenitud espiritual y orante, no
como simples formularios oficiales de obligado cumplimiento, al margen de la
devoción personal.
Aquella
participación plena, consciente, activa, interior, fructuosa, que se desea en
la constitución Sacrosanctum Concilium es la vertiente real de la
espiritualidad litúrgica (la propia de todos los hijos de la Iglesia), porque esa
participación es la hondura espiritual y orante: orar la liturgia, orar en la
liturgia y alimentar luego la oración meditativa con la liturgia. Así sí se da
una participación consciente y activa.
3.
Finalmente, lo pastoral.
La
vida parroquial –o monástica, o diocesana, o de cualquier movimiento o
asociación cristiana- halla su fuente y culmen, su plenitud, en la liturgia.
Merece por tanto un cuidado atento, una solicitud pastoral, para el fomento de
la vida litúrgica parroquial.
Al
igual que se invierte tiempo, energías, recursos, dedicación, a la catequesis
en sus distintos niveles, a la formación de catequistas, a Cáritas, a grupos de
pastoral de enfermos, etc., la liturgia requiere al menos el mismo interés que
todas esas otras realidades pastorales, aunque en ocasiones la liturgia es lo
más descuidado, dando por hecho cómo se celebra (sin mayor ni mejor
preparación) y pensando que otras cosas son más importantes: ¡pero no es esto
lo que dice el Concilio en su letra y en su espíritu!
Lo
pastoral, lo realmente pastoral, no es inventarse la liturgia: es la fidelidad
a los libros litúrgicos, celebrar bien –con serenidad y recogimiento-, el
cuidado y adecuación de los espacios litúrgicos (altar, sede, ambón,
baptisterio, etc.). El fomento pastoral de la liturgia prestará atención a la
calidad y cualificación de los lectores para ejercer bien su ministerio y del
salmista para cantar el salmo responsorial; potenciará el canto litúrgico con
un buen coro y órgano; prestará atención al cultivo de un buen y numeroso grupo
de acólitos que sirvan al altar.
Junto a los
imprescindibles ensayos, todos ellos deberán tener su formación específica,
adecuada y sólida, para su servicio en la liturgia.
Lo
pastoral, además, educará a los fieles cristianos para una mejor y más correcta
participación en la liturgia. Se pueden emplear medios impresos (folletos por
ejemplo, o una columna fija en las Hojas parroquiales o Revista diocesana) de
divulgación; también, de vez en cuando, el tono de la homilía podría ser
mistagógico, introduciendo en la liturgia, así como los retiros parroquiales o
charlas cuaresmales, etc. ¡Qué duda cabe, además, que la iniciación a la
liturgia debe estar muy presente en toda catequesis, grupos de reflexión,
formación de adultos, etc.!
Cuando
se realizó la reforma litúrgica, en el inmediato post-Concilio, proliferaron
por doquier Jornadas o Semanas de Liturgia, Cursos, conferencias. Hoy apenas
queda nada de esto para el pueblo cristiano en general; y si antes se hizo para
explicar los cambios, ahora de nuevo debe hacerse para profundizar en la
liturgia (en la parroquia o en la diócesis), como señalaba Juan Pablo II[1].
[1] En la carta Vicesimus
quintus annus, que conserva intacta su actualidad si la leemos, se afirma:
“Dado que la mayor parte de los libros litúrgicos han sido publicados,
traducidos y puestos en uso, es necesario mantener constantemente presentes
estos principios y profundizarlos” (n.5); “si la reforma de la liturgia querida
por el Concilio Vaticano II puede considerarse ya realizada, en cambio, la
pastoral litúrgica constituye un objetivo permanente para sacar cada vez más
abundantemente de la riqueza de la liturgia aquella fuerza vital que de Cristo
se difunde a los miembros de su Cuerpo que es la Iglesia” (n. 10).
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