La santidad es la consecuencia primera y última del propio bautismo, que a todos incluye, a nadie rechaza, a todo bautizado convoca. Ser santos es el desarrollo pleno de la gracia sacramental del bautismo, accesible a todos, en la medida en que se responda personalmente a Cristo y se deje a su gracia trabajar la propia alma.
¿Entonces la santidad no es para unos pocos? ¿Acaso no está reservada para unos "genios"? ¿No era un privilegio de los consagrados? Simplemente no: la santidad es una vocación que incluye y anima a todos los cristianos por haber sido hechos miembros de Cristo.
Para esa santidad, y con esa capacidad de ser santos, fue creado el corazón humano muy grande, "capaz de Dios", y es la santidad la que responde al deseo verdadero que palpita en lo interior.
"La existencia humana, por su naturaleza, tiende a algo más grande, que la trascienda; es irrefrenable en el ser humano el anhelo de justicia, de verdad, de felicidad plena. Ante el enigma de la muerte muchos sienten un ardiente deseo y la esperanza de volver a encontrarse en el más allá con sus seres queridos. También es fuerte la convicción de un juicio final que restablezca la justicia, la espera de una confrontación definitiva en la que a cada uno se le dé lo que le es debido.Pero para nosotros, los cristianos, "vida eterna" no indica sólo una vida que dura para siempre, sino más bien una nueva calidad de existencia, plenamente inmersa en el amor de Dios, que libra del mal y de la muerte, y nos pone en comunión sin fin con todos los hermanos y las hermanas que participan del mismo Amor. Por tanto, la eternidad ya puede estar presente en el centro de la vida terrena y temporal, cuando el alma, mediante la gracia, está unida a Dios, su fundamento último.
Todo pasa, sólo Dios permanece. Dice un salmo: "Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre!" (Sal 73, 26). Todos los cristianos, llamados a la santidad, son hombres y mujeres que viven firmemente anclados en esta "Roca"; tienen los pies en la tierra, pero el corazón ya está en el cielo, morada definitiva de los amigos de Dios.Queridos hermanos y hermanas, meditemos en estas realidades con el corazón orientado hacia nuestro último y definitivo destino, que da sentido a las situaciones diarias. Reavivemos el gozoso sentimiento de la comunión de los santos y dejémonos atraer por ellos hacia la meta de nuestra existencia: el encuentro cara a cara con Dios" (Benedicto XVI, Ángelus, 1-noviembre-2006).
Todo cristiano está llamado a la santidad para responder a esa vocación recibida en el Bautismo. La santidad objetiva de la Iglesia (la Iglesia es santa) se va a ir plasmando en esa otra santidad subjetiva, referida al sujeto, a la persona, que ha recibido el Bautismo y ha sido sellado con el Espíritu Santo para participar de la santidad de Dios.
Redescubrir el bautismo, su fuerza, su dinamismo sacramental, se presenta como tarea pastoral y espiritual a fin de encontrar la imperiosa vocación a la santidad de todos, superando la tibieza o la mediocridad en la vida cristiana, contentándose con una "ética de mínimos", unos mínimos compromisos y deberes. Hay que volar más alto: la santidad es el horizonte.
"Hay una íntima correlación entre el bautismo de Cristo y nuestro bautismo. En el Jordán se abrió el cielo (cf. Lc 3, 21) para indicar que el Salvador nos ha abierto el camino de la salvación, y nosotros podemos recorrerlo precisamente gracias al nuevo nacimiento "de agua y de Espíritu" (Jn 3, 5), que se realiza en el bautismo. En él somos incorporados al Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, morimos y resucitamos con él, nos revestimos de él, como subraya repetidamente el apóstol san Pablo (cf. 1 Co 12, 13; Rm 6, 3-5; Ga 3, 27).Por tanto, del bautismo brota el compromiso de "escuchar" a Jesús, es decir, de creer en él y seguirlo dócilmente, cumpliendo su voluntad. De este modo cada uno puede tender a la santidad, una meta que, como recordó el concilio Vaticano II, constituye la vocación de todos los bautizados" (Benedicto XVI, Ángelus, 7-enero-2007).
Pero recordemos, sencillamente, que el camino de la santidad, vocación universal para todos, no está lejos ni es difícil de realizar, buscando o soñando cosas extraordinarias, elementos lejanos a nuestra realidad, circunstancias distintas a las que nos rodean. La santidad se realiza en lo ordinario de la vida:
"El Señor llama a todos los bautizados a la santidad por medio de sus ocupaciones cotidianas" (Benedicto XVI, Disc. a la Confederación Italiana de Artesanos, 31-marzo-2007).
San Josemaría fue escogido por el Señor para anunciar la llamada universal a la santidad y para indicar que las actividades comunes que componen la vida de todos los días son camino de santificación. Se podría decir que fue el santo de lo ordinario.
ResponderEliminarAsí se refirió Juan Pablo II a San Josemaría Escrivá de Balaguer, en la audiencia en la Plaza de San Pedro a los asistentes a la canonización, el día 7 de octubre de 2002.