“Estáis muy equivocados, porque no entendéis
las Escrituras”. Es la respuesta que da el Señor a los saduceos por la
pregunta impertinente, con bastante mordacidad, que le hacen sobre la mujer que se
casa con los siete hermanos. Dios quiera que a nosotros nunca nos tenga que
decir el Señor que no entendemos la Escritura.
La
comprensión de los salmos es la tarea que llevamos entre manos porque los
salmos alimentan la oración de la Iglesia y son constantemente empleados y
cantados en la liturgia; ir desgranando, ir sacando el jugo a los salmos, que
son profecías de Cristo, enseñanzas sobre Cristo, plegaria y oración.
Veamos el salmo 122, conocido, esperanzador, que canta así:
A ti levanto mis ojos,a ti que habitas en el cielo.Como están los ojos de los esclavosfijos en las manos de sus señores;Como están los ojos de la esclavafijos en las manos de su señora,así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro,esperando su misericordia.Misericordia, Señor, misericordia,que estamos saciados de desprecios;nuestra alma está saciadadel sarcasmo de los satisfechos,del desprecio de los orgullosos.
Este
salmo 122 puede tener tres lecturas distintas, sí, y creo que a estas alturas las
tendréis; si ya tenéis las claves de los salmos que llevamos tiempo ya predicando, no será difícil para ninguno de nosotros sacar esas tres claves.
Primera, el salmo se puede interpretar como la voz de Cristo al Padre. ¿Cómo?
Es Cristo, el Señor, el que dice: “A ti
levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo”. Estoy pendiente de ti,
esperando tu misericordia. Lo puede decir la voz de Cristo al Padre en los
momentos de persecución; lo puede decir después de la contienda que hemos visto
hoy, por lo que el salmo repite ese versículo “estamos hartos del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los
orgullosos”. Ahí estaba viendo Cristo el sarcasmo, la burla. Cristo está
ahí orando ese salmo. “A ti levanto mis
ojos, a ti que habitas en el cielo”. Lo está rezando en la cruz, en el
momento supremo del sacrifico y de la entrega, confiando en que la muerte no
será definitiva sino que Él podrá vencer la muerte. “A ti levanto mis ojos”. En Ti estoy esperando, estamos esperando
tu misericordia. La voz de Cristo al Padre.
Es
también la voz de la Iglesia a Cristo, segunda clave de todo salmo normalmente.
Es la Iglesia la que le dice a Cristo su Cabeza y su Esposo, “a ti levanto mis ojos, a ti que habitas en
el cielo”, a ti que estás sentado a la derecha del Padre por el misterio de
la Ascensión. Estamos pendientes de ti, como los esclavos a la menor indicación
de la mano de sus señores, o como la esclava, la doncella, está pendiente a la
más mínima indicación de la mano de su señora, así la Iglesia hoy está
esperando la misericordia y el auxilio del cielo, de Cristo su Esposo, y tiene
motivos más que sobrados para estar clamando e invocando la ayuda
y la protección de Cristo desde el cielo.
Tercera
lectura y última, la voz de cada alma, de cada uno de nosotros, de cada fiel
bautizado al Padre. Porque también nosotros pasamos por ese tipo de
situaciones. Si S. Pablo decía en la carta a Timoteo “sé de quien me he fiado”, por tanto ha puesto su confianza en
Cristo, también nosotros en los momentos de dificultad, de persecución, de crisis interna de
cada uno, o en el momento en que seamos calumniados o difamados por
los que parecen que van de buenos, podemos refugiarnos en las manos de Dios, y
decir “estamos esperando tu
misericordia”, “a ti levanto mis ojos”.
El
verbo que repite constantemente es “esperar”,
que es la actitud más creyente, la virtud teologal de la esperanza. Porque
sabemos “de quien nos hemos fiado”,
nosotros podemos esperar de su misericordia.
Así el salmo 122, salmo breve, muy
pequeñito, nos pone en sintonía con la gran tradición orante de la Iglesia.
Aprendamos a orar con los salmos, aprendamos a descubrir y a interpretar la
Escritura, y para eso están sirviendo, o creo que están sirviendo, estas
catequesis.
Salmo muy expresivo mediante el cuál el salmista se siente frente a Dios como un esclavo sin defensa, esperándolo todo de su señor.
ResponderEliminarAlegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti, Señor(de las antífonas de Laudes).