miércoles, 8 de septiembre de 2010

Natividad de María

Han pasado justo nueve meses de su Concepción Inmaculada: de un 8 de diciembre a hoy 8 de septiembre.

Nace la Virgen, lo mejor de nuestra humanidad; nace María, "gloria de Jerusalén y orgullo de nuestra raza". Así comienza lo más inmediato, los preparativos previos para la obra de la redención. Dios va a entrar en la historia en su Verbo que se va a hacer carne. Lo primero, preparar una digna morada para su Hijo.

La Iglesia entera y el pueblo cristiano celebra con júbilo este día: la Virgen Niña, recién nacida, alegra el corazón. Ella, la Virgen, la que será Madre del Redentor, nos ha nacido. Ella es la Aurora de la salvación.

Cuando llamamos a la Virgen “Aurora”, la estamos contemplando e invocando con un título que se refiere a la salvación y a la misma persona de Cristo. A Jesucristo se le llama “Sol que nace de lo alto” en el cántico del Benedictus que proclama Zacarías, padre de Juan Bautista, y que la liturgia entona cada mañana en Laudes. ¡Cristo es el Sol de justicia! ¿Por qué? Porque la noche expresa, con gran simbolismo, la situación del hombre y del pecado: es oscuridad, tiniebla, muerte. No se ve, no se sabe por dónde caminar. Se vive paralizado, aterrorizado. Pero Cristo es el Sol verdadero, “resplandor de la luz eterna, sol de justicia”: disipa las tinieblas, avanza y crece iluminando todo y llenándolo todo de alegría y de vida. El Sol de la mañana ahuyenta el terror de la noche, la angustia del enfermo que se acrecienta durante la noche. Todo es nuevo con el sol, todo es nuevo con Cristo, el verdadero Sol. La misma Escritura Santa, para anunciar la salvación que trae Cristo, pronuncia un precioso oráculo: “sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor”.

    Pero en relación al Sol que nace de lo alto, Cristo, está su Madre bendita. Ella es la Aurora que precede al Sol, el alba matinal que ve iluminarse tenuamente el cielo y que poco a poco señala cómo en breve el Sol va a nacer. María es la Aurora que precede al Sol, María es la Madre que va por delante del Salvador.

    La Virgen María va, en cierto sentido, delante del Señor y por eso se la llama “Aurora”. Ella, por delante de Cristo, en previsión de los méritos redentores de Cristo, es Inmaculada y llena de gracia, señalando así cómo su Hijo es “todosanto”, santísimo y fuente de santidad, y va a santificar así a los hombres, creando un pueblo nuevo, de hombres redimidos, agraciados, perdonados.

    
La Virgen María va, en cierto sentido, delante de su Hijo Cristo, siendo la primera en pronunciar el Fiat: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, anunciando, adelantando, las terribles y sublimes palabras de Cristo: “Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.

    La Virgen María es la primera redimida como signo claro de la redención que para toda la humanidad va a lograr su Hijo en la Cruz y la Resurrección. Ella es la primera en escuchar las palabras del Señor y obedecerlas, indicando así que el camino para todos será escuchar las palabras de Cristo y ponerlas por obra.

    Quien mira a la Virgen María, y la invoca como “Aurora”, no puede por menos que mirar lo que Ella anuncia: al Sol verdadero, Jesucristo. Quedarse sólo en la aurora sin esperar el amanecer, es detenerse y no avanzar. La aurora necesita el amanecer en una sucesión natural. La Virgen conduce a su Hijo, lleva a Él. La Madre, bendita Aurora, dirige nuestros pasos para que seamos envueltos por los rayos del Sol de la Gracia, por la luz que viene con Cristo, “la Luz del mundo”.


Gocemos con la Virgen Niña y alabemos a Dios con el himno latino de Laudes:

Señora de la tierra,
Estrella de los mares
y Reina de los cielos:
del Verbo, Virgen Madre.

Tú eres, blanca Niña,
aquel Renuevo noble
de donde nace Cristo,
que es Dios y se hace Hombre.

Tu nacimiento santo
la Iglesia, fiel, celebra:
por tu real estirpe
se cumple la Promesa.

Contigo, ciudadanos
del Reino de los Cielos,
en paz ya nos sentimos,
y en gracia ya, de nuevo.

A Dios la gloria demos
en Trinidad eterna,
que quiso proclamarte
la Madre de la Iglesia. Amén.

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