domingo, 19 de septiembre de 2010

Presencia de Dios entre los hombres (II)

Pero aquí hay paz, aquí el trono del Cordero en la tierra,
el atrio sagrado del cielo.
Y ningún espíritu creado puede comprender

lo que tu presencia llena de gracia,
obra de maravillas para la eternidad
en los corazones, convertidos en templos para ti;
aquí obras fuera de la vista de todo el mundo

lo que un día harás cuando renueves la faz de la tierra.


En el silencio de la tienda, oculto a la mirada del hombre,

sostienes tú el mundo en tu mano,

y a sus tormentas has puesto medida y meta.

Pero viene un día, entonces se abren las puertas,
sale el rey a bendecir a su país.

Los luminosos grupos de hijos esparcen flores en el camino

y entonan felices cantos de júbilo.

Cuando, después, los sonidos de campanas resuenan a lo lejos

la muchedumbre se arrodilla en silencio

para recibir la bendición de su Dios,

¿no va, pues, invisible tu ángel a través de las columnas

que se hallan admirando en los bordes de caminos
y pone aquí y allí sobre la frente
la señal, que le libra de la perdición?

Todavía no se imaginan, pero caerán las vendas,

cuando un día se desate el combate final
y tus fieles
testigos permanezcan a tu lado hasta la muerte.


¿Cuándo, Señor, cuándo será ese día?

Mi Señor y mi Dios, escondido bajo la forma de pan,

¿cuándo te manifestarás en tu gloria?
En dolores de parto se halla el mundo,

la esposa aguarda:

¡Ven pronto!
(Edith Stein, Tabernaculum Dei cum hominibus, 25-mayo-1937,
en Obras completas, vol. 5, Burgos 2004, p. 777).

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