Se ama lo que se conoce. Siempre. Lo
que no conocemos, o no podemos relacionarnos con ello, ¿será posible amarlo?
Para amar más la Eucaristía,
el Gran Sacramento, hemos de conocer lo que ella es, la realidad sacramental
que bajo el velo de los signos, de los ritos y de los signos litúrgicos,
contienen a Cristo y toda gracia.
L
a voz de la Tradición empleaba este
método: conociendo la liturgia, extraía el contenido sacramental y espiritual.
Así, conocían la Eucaristía,
para amarla más y vivirla mejor.
“El pan y el vino de la Eucaristía eran simple pan y vino antes de la invocación de la santa y adorable Trinidad, pero, una vez hecha la invocación se convierten el pan en el cuerpo y el vino en la sangre de Cristo”[1].
Este misterio era así explicado por San Cirilo de Jerusalén, en el ya lejano
siglo IV, a los nuevos bautizados. En la Gran Tradición
Católica siempre ha existido una conciencia clara de algo ya recibido: el pan y
el vino se depositan en el altar y son elementos comunes, simple pan y vino,
pero, cuando bajo el Espíritu Santo sobre ellos, dejan de ser pan y vino y son,
realmente, el Cuerpo y la
Sangre de Cristo Resucitado. Entonces Cristo está sobre el
Altar como Alimento y Sacrificio.
¿Esto mismo sigue ocurriendo aún?
Cada vez que el sacerdote, por haber sido ungido y hecho otro Cristo, invoca al
Espíritu Santo extendiendo sus manos sobre el pan y el vino e invoca al
Espíritu Santo, se realiza la conversión admirable de la materia eucarística.
Sobre el altar, en cada Misa, cada día, se obra el prodigio de la Eucaristía. ¡Cristo
realmente presente! No nos quepa duda de la fe eucarística de toda la Tradición.
“Incluso esta sola enseñanza de Pablo sería suficiente para daros una fe cierta en los divinos misterios. De ellos habéis sido considerados dignos y hechos partícipes del cuerpo y de la sangre del Señor. De él se dice que “la noche en que fue entregado” (1Co 11,23), nuestro Señor Jesucristo “tomó pan, y después de dar gracias, lo partió” (1Co 11,23-24) “y, dándoselo a sus discípulos, dijo: ‘tomad, comed, éste es mi cuerpo’. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: ‘Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre’” (Mt 26,26-28). Así pues, si es él el que ha exclamado y ha dicho acerca del pan: “Esto es mi cuerpo”, ¿quién se atreverá después a dudar? Y si él es el que ha afirmado y dicho: “Esta es mi sangre”, ¿quién podrá dudar jamás diciendo que no se trata de su sangre?””[2].
Las dudas y sospechas que en muchos
momentos se han difundido sobre la Eucaristía carecen de fundamento: ¿cómo se puede
nadie atrever a decir que no hay transformación eucarística del pan y del vino,
sino que sólo es un símbolo o un signo? ¡Cristo está realmente presente en la Eucaristía!
¡Bendita fe de la
Iglesia y bendito Misterio adorable del Sacramento! Cristo
está entre nosotros.
¡Salve, Cuerpo verdadero!
¡Salve, Santo y Glorioso Jesucristo!
¡Salve, oh Cristo, Maestro, Vida,
Pan, Cielo!
¡Bendita Fe de la iglesia católica que sabe que Jesucristo está total y verdaderamente presente en la santa Eucaristía!
ResponderEliminarTan solo esto basta y sobra para afianzarnos en nuestro ser cristianos católicos. Gracias Don Javier, por esa divina perseverancia en confirmarnos a todos en la Fe de la Iglesia, esposa amada del Redentor.