Que Jesús sea el Ungido por excelencia, hasta el punto de formar en castellano un solo nombre: "Jesucristo", es una medida nueva, una expresión completa.
Estaba profetizado que el Mesías del Señor, el que vendrá a salvar a Israel de sus pecados, tendrá de forma permanente el Espíritu Santo: reposará sobre Él. El Mesías será el Ungido. No recibirá el Espíritu mediante el aceite de las consagraciones, que "baja por la barba de Aarón hasta la franja de su ornamento" (Sal 132), sino directamente, espiritualmente.
El Ungido que estaba profetizado es nuestro Señor Jesús, el Salvador.
"En todos los que 'profetizaron se posó el Espíritu' Santo. Sin embargo en ninguno de ellos reposó como en el Salvador. Por lo cual está escrito de Él que 'saldrá un vástago de la raíz de Jesé y subirá de su raíz una flor. Y reposará sobre Él el Espíritu de Dios, Espíritu de sabiduría y entendimiento, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de ciencia y de piedad; y lo llenará el Espíritu del temor del Señor'.Pero quizás diga alguno: Sobre Cristo, no has mostrado escrito nada superior al resto de los hombres: así como se dijo que 'reposó sobre ellos el Espíritu', así también se dijo del Salvador: 'Reposará sobre Él el Espíritu de Dios'. Pero mira que sobre ningún otro se dice que 'el Espíritu de Dios descansase' con esta fuerza septuplicada, por lo cual sin duda aquella misma sustancia del Espíritu divino, que, al no poder mostrarse con un solo nombre, se expresa con divinos vocablos, profetiza que 'descansará sobre un vástago que procederá de la estirpe de Jesé'" (Orígenes, Hom. in Num., VI, 3, 2).
Solamente sobre el Verbo encarnado va a descansar el Espíritu septiforme, con sus siete dones, de manera absoluta. Ya lo recibió en el seno virginal de Santa María, cuando el Espíritu la cubrió con su sombra. Pero también recibió una nueva y abundante Unción en el Bautismo en el Jordán, donde el Espíritu desciende y robustece la humanidad del Verbo para su tarea redentora (incluida la cruz, no solamente la vida pública).
"Tengo además otro testimonio por el cual puedo enseñar que en mi Señor y Salvador descansó el Espíritu de modo eximio y muy diferente de lo que se refiere en los otros. En efecto, dice Juan Bautista acerca de Él: 'Quien me envió a bautizar en agua, me dijo: Aquel sobre el que veas al Espíritu descendiendo y reposando sobre Él, ése es'. Si dijere 'Espíritu descendiendo' y no añadiese 'y reposando sobre Él', no parecería que hubiera nada superior a los otros. Sin embargo añade 'y permaneciendo en Él', para que se diese en el Salvador este signo, que en ningún otro puede mostrarse, pues de ningún otro se ha escrito que 'permaneciera en él el Espíritu Santo'" (Orígenes, Hom. in Num., VI, 3, 3).
Para los Padres de la Iglesia hay diferencia clara: el Espíritu Santo permanece en Jesús siempre, llegando a ser el Señor del Espíritu, la Fuente del Espíritu; pero en los demás, en todo el Antiguo Testamento y en los profetas mismos, el Espíritu se posa y dirige para una actuación o una misión concreta y particular. Sólo de forma permanente estará en nuestro Señor Jesucristo.
"Queríamos mostrar que 'el Espíritu' de Dios sólo había permanecido siempre sobre mi Señor y Salvador Jesús, mientras que en todos los otros santos, como también en los setenta ancianos, por los que comenzó el exordio de esta predicación, el 'Espíritu' de Dios sólo 'reposó' e intervino en el tiempo en que ayudaba a aquellos para los que actuaba y era útil a aquellos a los que servía" (Orígenes, Hom. in Num, VI, 3, 7).
En nosotros, aunque de forma distinta que en Cristo, también está permanentemente el Espíritu Santo. Se derramó sobre toda carne, profetizando los hijos e hijas de Dios. Por el Bautismo y la Unción de la Confirmación, no solamente se ha posado en nosotros, sino que permanece, como un Don del Señor Resucitado.
Es hermoso leer estas cosas que la iglesia de Cristo y solo Ella custodia con amor de madre, esposa e hija predilecta de Dios.
ResponderEliminarSi creo que Jesucristo es la Palabra divina encarnada, Dios verdadero y hombre verdadero, sin pecado, más en todo lo demás igual a nosotros, hasta el punto de someterse a la maldición de la muerte, y muerte de cruz, resucitado y sentado a la derecha del Poder Divino, ¿cómo vamos a poder comparar la acción y presencia del Santo Espíritu del Padre y del Hijo en Jesucristo con la de ningún otro ser humano jamás habido?
Nisiquiera hay punto de comparación con la presencia y acción del Espíritu en María Inmaculada, por lo demás, del todo extraordinaria.
Perdone, no pretendo dar clases de nada, tan solo me explayo con libertad, lo cual no siempre es factible.
Gracias y un saludo filial