¿Necesitamos huir del mundo, escondernos de él?
¿Tal vez encerrarnos en una cueva?
La santidad es nuestra vocación y, por tanto, también los fieles laicos, en el mundo, están llamados a la santidad pero desarrollada y vivida en el mundo, dentro del mundo, como germen de una humanidad nueva y del Reino de Dios.
Nuestra predicación y enseñanza debe proponer la alta medida de la vida cristiana ordinaria (Novo Millennio ineunte, 31) a todos, una y otra vez, y convertir nuestras comunidades y parroquias -hasta nuestros blogs- en escuelas de santidad que acompañen, eduquen, estimulen, orienten.
"Discurso de Juan Pablo II
a la Asamblea plenaria
del Pontificio Consejo para
los Laicos[1]
Sábado, 7 –junio-1986
Por eso he apreciado mucho la
elección del tema de vuestra asamblea plenaria: “Llamados a la santidad para la
transformación del mundo”. No disociéis esta llamada y esta misión. La Iglesia
necesita santos laicos cristianos. Sí, más que reformadores, necesita santos, porque
los santos son los reformadores más auténticos y más fecundos. Cada gran período
de renovación de la Iglesia está vinculado a importantes testimonios de
santidad. Sin la búsqueda de esta última, el aggiornamento conciliar sería una
ilusión.
7. Los laicos cristianos deben,
así pues, buscar alcanzar la plenitud de su humanidad, de un humanismo
cristiano que vive del Espíritu de Dios en el corazón de las mentalidades y de
los problemas de vuestro tiempo. Pulidos por los obstáculos, se apoyan con
certeza en el poder salvífico de la cruz, compartiendo la prueba de aquellos
que sufren, en los esfuerzos por lograr mejores condiciones de vida, con las
estructuras sociales correspondientes, en la oración orientada hacia el día de
nuestra liberación completa. El santo es el hombre verdadero, cuyo testimonio
de vida atrae, interpela y arrastra, porque manifiesta una experiencia humana
transparente, colmada por la presencia de Cristo, el Hijo de Dios, el Santo por
excelencia, “que vivió nuestra condición humano de hombre en todo excepto en el
pecado”. Cristo es el hombre perfecto, la vida cristiana quiere alcanzar en él
la plena estatura del hombre, creado a imagen de Dios y recreado por la salvación
en la percepción del amor. La santidad conlleva una novedad de vida que a
partir de una profunda intimidad con Dios, por Cristo, en el Espíritu Santo,
penetra en todas las situaciones humanas, todos los estilos de vida, todos los
compromisos, todas las relaciones con las cosas, con los hombres, con Dios. No
lo olvidemos nunca, para no caer en un activismo desgajado de su fuente divina:
es Dios quien santifica, quien abre los ojos al pecador, quien da la fuerza de
la conversión y quien sustituye el error, la injusticia, el odio y la
violencia, gracias a la acción de los hombres que él ha santificado, la verdad,
la libertad, la esperanza, la paz y el amor fraterno.
8. Queridos hermanos y amigos, éste es mi deseo también para vosotros:
que Dios os haga crecer en santidad, a vosotros, a vuestras familias, a
vuestros amigos. Entonces el servicio que ofrecéis a la Iglesia, para ayudar a
los laicos cristianos y trabajar con ellas en la transformación del mundo según
el Espíritu de Dios, dará frutos abundantes. Se lo pido también a María, la Virgen
Santísima, Madre de Jesús y Madre nuestra, para que os convirtáis, junto a
ella, en los discípulos que el Señor espera. A cada uno de los miembros de esta
asamblea, a todos cuantos trabajan cotidianamente al servicio del Consejo
Pontificio para los laicos, imparto de todo corazón mi bendición apostólica".
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