Al tratar de la Eucaristía, exponer su
secreto profundo, las palabras se vuelvan pequeñas e inexpresivas.
Estamos ante el
gran Sacramento: ¿se puede explicar?
Nos hallamos ante el Misterio de nuestra
fe: ¿cómo comprenderlo en su totalidad?
Es el Amor de los Amores: ¿podremos
comprenderlo en su totalidad?
Es el Amor de los Amores: ¿podremos hacer otra
cosa que no sea balbucir tímidas palabras, teniendo enfervorizado el corazón?
Es la zarza ardiente, Fuego de Amor, en el Cuerpo de Cristo: ¿no habremos de
descalzarnos respetuosamente adorando porque este sitio que pisamos es terreno
sagrado?
“La
delicia del Señor es estar con los hijos de los hombres” (Prov 8,32).
Quiere estar con sus hermanos –que somos nosotros por el bautismo-, permanecer
junto a ellos, consolarlos, atraerlos a su Corazón, fuente de vida y santidad,
horno ardiente de caridad. Cristo halla su delicia, y se goza su Corazón en
abrir sus tesoros de amistad, de inefable amor, de sabiduría escondida que
trasciende todo. Ahí está Cristo.
“Entrad
por sus puertas con acción de gracias”, entrad en su presencia con
sentimientos sinceros de amor y adoración. Esto es quitarse las sandalias ante
la zarza ardiente que arde sin consumirse, el misterio de la Eucaristía que arde con
el amor del Corazón de Cristo sin apagarse jamás. Hay que descalzarse, entrar
con sumo respeto en el misterio de la Eucaristía, adorar y vivir en la sorpresa, el
estupor, la admiración y gratitud porque siempre es la delicia del Señor estar
con sus hermanos.
Con sumo respeto ante el Misterio:
actitud reverente y recogimiento, sin prisas ni distracciones, al celebrar la
santa Misa; comulgar bien dispuestos, acercándose al Sacramento, hacer la
inclinación y responder el “Amén” como profesión de fe; que la genuflexión ante
el Señor se haga poniendo en tierra la rodilla derecha (sólo ante el Sagrario,
no ante ninguna imagen), y que no sea una genuflexión precipitada o apresurada,
para que el corazón se recoja y se incline ante el Señor; profundo amor, y no
pensar mucho sino amar mucho, cuando se contempla a Cristo en la custodia;
mirada de fe y costumbre diaria de visitar al Señor en el Sagrario.
Delicia del Señor estar con nosotros
y gratitud y deseo de estar con Él por nuestra parte: amor, alabanza,
adoración, fascinación ante el Misterio. La Iglesia lo canta en sus himnos, la Tradición lo atestigua,
el amor se expresa en alabanzas.
Te adoro devotamente, oculta Deidad,que bajo estas ocultas especies te ocultas verdaderamente.A ti mi corazón se somete totalmente,pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;sólo con el oído se llega a tener fe segura.Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,nada más verdadero que esta palabra de la Verdad.En la cruz se ocultaba sólo la Divinidad,mas aquí se oculta hasta la humanidad.Pero yo, creyendo y confesando entrambas cosas,pido lo que pidió el ladrón arrepentido.Tus llagas no las veo, como las vio Tomás;pero te confieso por Dios mío.Haz que crea yo en ti más y más,que espere en ti y te ame.¡Oh recordatorio de la muerte del Señor,pan vivo, que das vida al hombre!Da a mi alma que de ti vivay disfrute siempre de tu dulce sabor.Piadoso pelícano, Jesús Señor,límpiame a mí, inmundo, con tu sangre;una de cuyas gotas puede limpiaral mundo entero de todo pecado.¡Oh Jesús, a quien ahora veo velado!Te pido que se cumpla lo que yo tanto anhelo:que viéndote finalmente cara a cara,sea yo dichoso con la vista de tu gloria. Amén.
!Que bellos versos! Conmueven el corazón: el amor más grande.
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