6. La Oración dominical concluye
con un embolismo, es decir, una oración que desarrolla la última petición
“líbranos del mal”.
Dice
la IGMR: “El
sacerdote solo añade el embolismo, que el pueblo concluye con la doxología. El
embolismo que desarrolla la última petición de la Oración del Señor pide con
ardor, para toda la comunidad de los fieles, la liberación del poder del mal”
(IGMR 81). Este embolismo es un desarrollo del Padrenuestro “estrechamente
ligado a él. Con el embolismo se vuelve a la plegaria presidencial. El
celebrante en nombre de todos lo hace en él más explícito y desarrolla la
petición ya contenida al final de la oración del Señor”[1].
En
el rito romano, el embolismo suplica no caer en la tentación y ser protegidos
de todo mal, subrayando la liberación última, plena y verdadera, que ni es
sociológica ni política, sino la
Venida gloriosa y definitiva de Jesucristo, la escatología y
el establecimiento de su reinado. Se pide, en un primer momento, una
preservación de todos los males y del pecado, de todo lo que pueda
perturbarnos; después, pide la paz y la misericordia divina, o sea, su gracia,
que es fuente de libertad verdadera; por último, el plano escatológico: se
afirma la esperanza cristiana y se confiesa aquello que esperamos, que no es
sino la venida gloriosa y última de Cristo Señor.
Se
reza: “Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros
días, para que ayudados por tu misericordia vivamos siempre libres de pecado, y
protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de
nuestro Salvador Jesucristo”.
El
rito hispano-mozárabe posee también su embolismo similar al romano,
desarrollando la petición sobre la tentación y el mal:
Libres del
mal, confirmados siempre en el bien,
podamos
servirte, Señor y Dios nuestro.
Pon término,
Señor, a nuestros pecados,
alegra a los
afligidos,
sana a los
enfermos,
y da el
descanso a los difuntos.
Concede paz y
seguridad a nuestros días,
quebranta la audacia
de nuestros enemigos
y escucha, oh
Dios, las oraciones de tus siervos,
de todos los
fieles cristianos,
en este día y
en todo tiempo.
El
rito romano concluye su embolismo con una pequeña doxología o alabanza dirigida
a Dios, muy similar a las alabanzas que resuenan en el cielo según revela el
Apocalipsis: “Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor”.
Palabras, pues, muy semejantes a las que se entonan en la liturgia celestial:
“Eres digno, Señor, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder”
(Ap 4,11), “ahora se estableció la saludo y el poderío y el reinado de nuestro
Dios” (Ap 12,10), etc. Esta alabanza es confesión de fe, llena de esperanza, en
Dios, único Señor y Salvador a quien todo pertenece desde siempre y por siempre.
Esta alabanza (“tuyo es el reino, tuyo
el poder”) es muy antigua en la tradición eclesial. “Esta fórmula se encontraba
añadida al texto de Mt 6,13 del Paternóster en algunos manuscritos antiguos del
Evangelio”[2]. Ya
aparece, asimismo, en la Didajé,
unida al Padrenuestro, como si fuera su conclusión final, llena de esperanza:
“no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Porque tuyo es el poder
y la gloria en los siglos” (VIII,2). ¡La esperanza nos sostiene hasta la
victoria final de Cristo Señor!
El Catecismo explica el sentido de esta
aclamación con la que concluimos el Padrenuestro:
“Vuelve a tomar, implícitamente,
las tres primeras peticiones del Padrenuestro: la glorificación de su nombre,
la venida de su Reino y el poder de su voluntad salvífica. Pero esta repetición
se hace en forma de adoración y de acción de gracias, como en la liturgia
celestial. El príncipe de este mundo se había atribuido con mentira estos tres
títulos de realeza, poder y gloria. Cristo, el Señor, los restituye a su Padre
y nuestro Padre, hasta que se le entregue el Reino cuando sea consumado
definitivamente el Misterio de la salvación y Dios sea todo en todos” (CAT
2855).
Esta
alabanza o doxología “se vincula con la invocación ‘Venga a nosotros tu reino”
del Pater y con el final del
embolismo ‘la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo’. Es una profesión
de fe en la soberanía absoluta de Dios”[3].
El
Misal romano actual ha recuperado, así pues, un elemento de tradición
antiquísima que sí se había mantenido en otras liturgias orientales.
Esta misma aclamación se mantiene en la Divina Liturgia de
S. Juan Crisóstomo. Todos rezan juntos el Padrenuestro y añade el sacerdote
solo: “Porque tuyos son el reino, el poder y la gloria, del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. R/ Amén”.
También la posee el rito ambrosiano, muy
similar al romano. Dice el sacerdote: “Líbranos, Señor, de todos los males,
concede la paz a nuestros días, y con la ayuda de tu misericordia viviremos
siempre libres del pecado y seguros de toda perturbación, en la espera que se
cumpla la feliz esperanza y venga nuestro salvador Jesucristo”. Entonces todos
aclaman: “Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por los siglos”.
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