La
participación litúrgica activa, interior, fructuosa, requiere la audición de
los textos litúrgicos proclamados con voz clara, recitando con sentido. Es
curioso ver cómo a veces algún sacerdote introduce alguna monición y habla con
voz cálida, clara, y después al pasar a recitar el texto litúrgico, acelera,
apresura el ritmo, se apaga la voz, y omite toda entonación y cualquier pausa.
Las oraciones pasan rápido, como un trámite, incomprensibles. La participación
litúrgica sin embargo lleva a la comunión en la oración, y por eso los
textos eucológicos deben ser orados realmente, bien recitados, para decir
conscientemente "Amén".
Además,
los textos litúrgicos expresan y reflejan la fe de la Iglesia. Nada ni
nadie puede alterarlos por una creatividad salvaje. Esos mismos textos pasan a
ser patrimonio de todos en la medida en que escuchados una y otra vez durante
cada año litúrgico, van forjando la inteligencia cristiana del Misterio y se
quedan grabados en la memoria. Así fue cómo la liturgia fue la gran
catequesis (didascalia) de la Iglesia durante siglos: sus textos
litúrgicos, claros, bien recitados, repetidos una y otra vez, transmitían
suficientemente la fe eclesial. Luego es conveniente que en la oración
personal, en el tiempo de meditación, acudamos de nuevo a estos textos para
repasarlos, interiorizarlos, considerarlos.
Sumemos
a la oración en común, con las respuestas y plegarias recitadas a la vez por
todos, los distintos momentos de oración personal silenciosa en la Misa y
entenderemos mejor la participación litúrgica.
Participar
es orar y recogerse en silencio unos instantes en el acto penitencial: “el
sacerdote invita al acto penitencial que, tras una breve pausa de silencio, se
lleva a cabo” (IGMR 51), y participar es orar en silencio a la invitación del
sacerdote: “Oremos”. Todos en silencio se recogen en su corazón para orar
personalmente a Dios; después el sacerdote extiende las manos y recita la
oración colecta:
“el sacerdote invita al pueblo a orar, y todos, juntamente con el sacerdote, guardan un momento de silencio para hacerse conscientes de que están en la presencia de Dios y puedan formular en su espíritu sus deseos. Entonces el sacerdote dice la oración que suele llamarse “colecta” y por la cual se expresa el carácter de la celebración” (IGMR 54).
En
silencio se ora acogiendo la Palabra de Dios que se ha proclamado,
especialmente el silencio después de la homilía: “Además conviene que durante
la misma [liturgia de la Palabra] haya breves momentos de silencio, acomodados
a la asamblea reunida, gracias a los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo,
se saboree la Palabra de Dios en los corazones y, por la oración, se prepare la
respuesta” (IGMR 56); “es conveniente que se guarde un breve espacio de
silencio después de la homilía” (IGMR 66), “para que todos mediten brevemente
lo que escucharon” (IGMR 128).
Igualmente
se ora en silencio antes de la comunión, cuando el sacerdote una vez que ha
fraccionado todo el Pan eucarístico reza en privado: “El sacerdote se prepara
para recibir fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo con una oración en
secreto. Los fieles hacen lo mismo orando en silencio” (IGMR 84). Después de la
distribución de la sagrada comunión, participar es también orar en silencio
dando gracias: “Terminada la distribución de la Comunión, si resulta oportuno,
el sacerdote y los fieles oran en silencio por algún intervalo de tiempo. Si se
quiere, la asamblea entera también puede cantar un salmo u otro canto de
alabanza o un himno” (IGMR 88).
Recordemos
que el silencio no es un vacío en la liturgia que haya que rellenar como sea,
sino un ingrediente necesario para poder orar personalmente, recogerse en lo
interior, formular súplicas o dar gracias:
“Debe guardarse también, en el
momento en que corresponde, como parte de la celebración, un sagrado silencio.
Sin embargo, su naturaleza depende del momento en que se observa en cada
celebración. Pues en el acto penitencial y después de la invitación a orar,
cada uno se recoge en sí mismo; pero terminada la lectura o la homilía, todos
meditan brevemente lo que escucharon; y después de la Comunión, alaban a Dios
en su corazón y oran. Ya desde antes de la celebración misma, es laudable que
se guarde silencio en la iglesia, en la sacristía, en el “secretarium” y en los
lugares más cercanos para que todos se dispongan devota y debidamente para la
acción sagrada” (IGMR 45).
Se
ve con claridad que participar es orar, tanto en común como personalmente en la
liturgia. Cuando se quiere fomentar la participación activa, interior,
fructuosa, lo que debe hacerse es cuidar el sentido de orar en común con las
respuestas y aclamaciones, orando lo que el sacerdote pronuncia para responder
conscientemente “Amén” sabiendo qué hemos pedido y cuidar la participación será
respetar sosegadamente los momentos previstos de silencio educando en la
oración personal.
Buenos días don Javier. "el silencio no es un vacío en la liturgia que haya que rellenar como sea, sino un ingrediente necesario para poder orar personalmente, recogerse en lo interior, formular súplicas o dar gracias" procuraré mejorar en esto para estar en comunión con toda la asamblea y no despistarme. Un abrazo.
ResponderEliminarxtobefree:
Eliminar¡¡¡Cuánto tiempo sin escribir hombre de Dios!!! Me alegro.
Toda catequesis en el blog pretende ayudar a cada uno a crecer, pero también que sirva de luz para quienes tengan que educar a otros.
Aprovechemos, pues, formarnos y también luego formar a los demás.
Un abrazo
“acelera…, y omite toda entonación y cualquier pausa”, aunque también pasa con el sacerdote, es habitual en los lectores; de ‘juzgado de guardia’. En plan de broma pongo en boca de san Pablo palabras que no aparecen como suyas en el Nuevo Testamento: ‘el que no sepa leer, que no lea’.
ResponderEliminar“Las oraciones pasan rápido, como un trámite”. Tiene razón. A mí me produce una profunda tristeza.
“van forjando la inteligencia cristiana del Misterio y se quedan grabados en la memoria.” Es una lástima, debía ser así pero no lo es.
Una pequeñísima crítica a los sacerdotes. Muchas veces su silencio no llega a durar un segundo, tiempo en el que es imposible recoger el corazón. Si la actitud de los fieles denota habitualmente prisa, cumplir el trámite…, también sucede a veces con el sacerdote, de modo que te quedas con ganas de entrar en la sacristía al finalizar la Santa Misa y preguntarle si su prisa se debe a la necesidad de apagar algún incendio, ‘por ayudarle con las bombas de agua…’
Esta es de las entradas que me gustaría publicar “a los cuatro vientos”.
Para ti es mi música, Señor; voy a explicar el camino perfecto (de las antífonas de Laudes).
Julia María:
EliminarNo hay disenso posible hoy. Pero sí carcajadas sonoras cuando acabo de leer su comentario. ¡Magnífico!
Personalmente, dejo unos cuantos segundos -más de uno y de dos- en el acto penitencial; bastantes más en la oración colecta, después del "Oremos" donde me recojo yo también en oración (a veces noto cómo la gente está desconcertada con ese silencio)... y el silencio después de la homilía, donde me siento yo creo que un minuto, más o menos.
Esas pausas -y las demás de la Misa- creo que son importantísimas.
Sí, algunos van a apagar un incendio.... ¡qué prisas, qué urgencia, qué carreras por la liturgia!!!!!!!!!!!
Es triste y doloroso que no todos podamos participar así en la Eucaristía. ¡Sabe tan distinta!
ResponderEliminarIncluso cada día aprovecha repetirse estos comentarios, que, no por sabidos, dejan de aprovechar y permiten profundizar en el Misterio.
Mil gracias por sus celebraciones y sus comentarios.
Que Dios le bendiga.
SIL:
EliminarMe alegro de que escriba.
Las cosas que se explican aquí serán las "normales" de ver en todas partes; simplemente se trata de hacerlas bien, siguiendo el Misal y no haciendo cada cual de su capa un sayo.
¿Todavía se acuerda de "mis" celebraciones? ¡Gracias! Repito, sólo intentaba e intento celebrar según el Misal romano.
Un fuerte abrazo