En la cultura en que vivimos, cuyas raíces están en la modernidad, se han ido produciendo cambios fundamentales que han creado una mentalidad ampliamente extendido y bien enraizada. En ella, los conceptos han sido transformados y han pasado a significar otra cosa bien diferente; asimilados así estos conceptos, las consecuencias no se han hecho esperar.
La cultura vigente es laicista (y bastante beligerante), donde Dios está excluido y sólo existe el hombre. Éste es el poseedor absoluto de todo y la fuente misma de todo, aunque entre en conflicto con otros hombres, en las relaciones sociales. La Verdad ha sido suplantada por el vacío y cada cual puede presentar su opinión, su idea, como válida junto a tantas otras. Ha triunfado el subjetivismo. Todo es relativo, nada hay absoluto.
La misma concepción de la persona, fruto del relativismo, ha llevado a que los "derechos" del hombre, fruto del reconocimiento de su naturaleza humana y su dignidad creada, se convierten en "derechos de los ciudadanos", que no son objetivos y reconocibles, sino que se inventan o se crean legislando en falso. De esta manera los derechos son creados según las ideologías dominantes, desfigurando al hombre mismo. ¿Puede haber un derecho al aborto, es decir, un derecho a asesinar? Esa mentalidad ha influido tanto que todos argumentan según "hipotéticos derechos", y todos tienen derecho a todo.
Las grandes palabras talismanes, "libertad" y "tolerancia", recubren el vacío de lo que se vive. La libertad es la absoluta capacidad de decisión para el bien, pero aquí ya se confunde con el rechazo a toda ingerencia, ley, orden o bien común. La libertad se ha convertido en un bien absoluto pero sin contenido real. La "tolerancia" encubre el relativismo, pues al dar todo igual, y no haber nada bueno ni verdadero, todo debe ser respetado. Ya los "tolerantes" se encargarán de poner límites a esa tolerancia por los elementos políticamente correctos: se es tolerante con todas las religiones, pero intolerante con el cristianismo, por ejemplo. Se es tolerante con grupos rebeldes y socialmente inadaptados ("indignados") pero intolerante con quienes reclamen la posibilidad de un orden y convivencia sociales pacíficos.
Lo que hay de fondo, volvamos al principio, es la exaltación del hombre como ser supremo, sin cortapisas, pero al arbitrio de sí mismo, esclavo de sus pulsiones y deseos, que a nadie da cuentas de su vida. Cada hombre dispone de su vida sin referencia alguna ni a la verdad ni al bien, sino según su propio pensamiento. También puede llegar a disponer de la vida de los demás. Sus deseos son derechos. Cada uno crea su verdad -en el fondo, opinión o ideología- entrando así en un mundo relativista y nihilista: todo está en función del bienestar absolutamente terrestre, un bienestar que hay que conseguir a toda costa. No nos equivoquemos: es el materialismo más despiadado.
Pensemos en las palabras que Ratzinger escribió respecto de la libertad:
"por libertad se entiende hoy generalmente la posibilidad de hacer todo lo que se quiera y solamente lo que uno quiera. Una libertad así entendida coincide con el capricho del placer. Podría decirse que la imagen y la meta con las que se miden las ideologías de la liberación coinciden con el anarquismo. Está claro que en una concepción como ésta, familia, moral, Dios, aparecerán necesariamente como otros tantos impedimentos de la libertad" (Iglesia, ecumenismo y política, Madrid 2005, pp. 283-284).
De esta libertad sin límites y sin contenido, se pasa rápidamente al egoísmo (y al hedonismo, claro) como normal central de la vida. Cada uno busca única y exclusivamente su propio bien a costa de lo que sea y por encima de quien sea. Así se desemboca en la cultura de los más fuertes -esto es puro Nietzsche, la filosofía nihilista- que pueden imponerse; lo débil se mira mal y se rechaza: es cultura del aborto y de la eutanasia, de muchísima soledad y de muerte.
Cuando escuchemos entonces los discursos que hablen de "verdad", "tolerancia", "derechos", "libertad", no nos dejemos seducir por estas palabras, sino miremos realmente qué se está afirmando y seamos críticos con ellas. El resultado es esta cultura agónica en la que vivimos, que no es nada buena para el hombre al que dice exaltar.
Me apunto desde la primera palabra hasta la última, pero, oyendo las palabras del Maestro: "Cuando veis una nube… decís: "Va a llover"…. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?" me pregunto por nuestra responsabilidad. Con excepción de algunos Papas, algún obispo, algún sacerdote ¿Cómo hemos permitido que llegara esta situación? ¿Cómo seguimos permitiéndolo? Hemos consentido que se avanzara tanto en el camino del error que no se avecina una nube, nos está cayendo encima un serio chaparrón. Dónde está la respuesta: "No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo, en nombre de Jesús Nazareno levántate y anda". El camino hacia el brillo del sol se nos presenta arduo y lento.
ResponderEliminarAdoremos a Dios porque Él nos ha creado (de las antífonas de Laudes)
Julia María:
Eliminar¿Hemos permitido que llegáramos a esta situación?
Tal vez. Pero esto era un tsunami entero... por más barreras que Papas, obispos o sacerdotes quisieran poner para contenerlo.
Me parece que la situación era excesiva y también nos pudo pillar desprevenidos. No sé. Es todo complicado.
Se nos vende una libertad que realmente es opcionalidad. Eres libre mientras puedas optar. Pero la opcionalidad que se nos ofrece carece compromiso y conocimiento. Incluso se alaba que se opte desde la ignorancia, ya que ¡parece que se es más libre!
ResponderEliminarLa sociedad necesita a Cristo para sanar todas la heridas que tiene y nos contagia a quienes la formamos. Que el Señor le bendiga D. Javier
Néstor:
EliminarTotalmente de acuerdo. La libertad parece que es sólo opcionalidad, sin referencias a la Verdad ni al Bien ni a la Belleza.
¡Cuántas libertades son esclavitudes realmente hoy! ¡Qué pena!