viernes, 13 de diciembre de 2019

Acto y método del discernimiento



Cualquier método de discernimiento exige que el cristiano se acerque a Dios con el sincero deseo de descubrir la voluntad divina, con el propósito de elegir el camino más adecuado para la mayor gloria de Dios y servicio de la Iglesia. 



Es necesaria una auténtica disponibilidad interior (la indiferencia de la que habla S. Ignacio de Loyola) para escuchar y secundar la llamada de Dios aun cuando ello suponga luchar contra nuestros propios egoísmos o preferencias personales más o menos justificadas. 

Debemos hacer esta reflexión o deliberación personal en un clima de oración, meditando la palabra de Dios, contemplando los misterios de la vida de Jesucristo y observando atentamente los movimientos interiores de nuestro espíritu, nuestras inclinaciones, nuestros sentimientos y, sobre todo, aquellos horizontes en los que encontramos una paz especial, silenciosa, que no procede de la satisfacción de pasiones egoístas, ni del engaño con que inconscientemente nos hacemos prisioneros de nosotros mismos, sino a la acción del Espíritu de Dios. Esta paz va unida a la generosidad y a la humildad.

El cristiano, al hacer este esfuerzo de deliberación, reflexión o discernimiento, debe reconocer que tiene necesidad de ser ayudado por otros miembros de la comunidad cristiana. en la tradición espiritual de la Iglesia se concedió siempre gran importancia al "padre espiritual", o al "confesor", cuyo papel no es el de suplantar la personalidad del penitente, sino ayudarle a descubrir la llamada de Dios y a secundar la acción del Espíritu. Además es bueno la comunicación con los demás hermanos en la fe.

La dinámica del deseo en el alma le imprime un carácter siempre inquieto; el alma siempre está en movimiento, en tensión, porque anda siempre en una búsqueda de plenitud, y ésta sólo se halla en Dios y en su voluntad amorosa y salvífica. Es Dios mismo el que infunde el deseo en el alma, el que inspira los caminos de la búsqueda y el que da alas al alma para volar y posarse en el desierto del Señor. 

 
En todo ello vemos la búsqueda de la voluntad de Dios, su providencia amorosa que guía y lleva allá donde a veces no sabemos cómo llegar (y porque desconocemos la meta) y llegamos a comprender cómo la vida cristiana es un continuo discernimiento: "Enséñame, Señor, tus caminos".


                Te vestiste de humillación y de hermosura. Consignó la confesión o humillación antes de la hermosura. La hermosura se halla en la belleza. Buscas la belleza, buscas cosa buena. Pero ¿por qué, oh alma, buscas la belleza? Para que te ame tu esposo, pues fea le desagradas. ¿Cómo es Él? "Hermoso sobre los hijos de los hombres". Fea, quieres besar al hermoso, pero no ves que tú estás llena de iniquidades. Con todo "se derramó la gracia en tus labios". Pues así se dijo de Él: "hermosísimo sobre los hijos de los hombres, se derramó la gracia en sus labios, por eso te amaron las doncellas". Luego existe un hermoso, existe un bello sobre los hijos de los hombres; y aunque es el Hijo del hombre, sin embargo, es bello sobre los hijos de los hombres. ¿A éste quieres agradar?... Oigamos a la Iglesia, que tenía en sus componentes una sola alma y un solo corazón en Dios. A ésta habla el salmo. ¿Quieres agradarle? No podrás mientras permanezcas deforme. ¿Qué harás para ser hermosa? primeramente que te desagrade tu deformidad, y entonces merecerás conseguir la hermosura de parte de Aquél a quien hermosa quieres agradar, pues será tu reformador el mismo que fue tu formador. Luego primero ve qué eres para que no te atrevas, siendo fea, a ir en pos de los besos del bello. ¿Y qué he de mirar para verme? Dios te proporcionó el espejo de la Escritura. En ella se lee: Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. En esta lección se colocó  ante tus ojos el espejo. El espejo te presenta tu rostro. Como ves que el espejo no te adula, tampoco tú te adules. Él te muestra la belleza que tienes; ve cuál eres, y, si te desagrada, procura no ser así. Pues si siendo fea, a ti mismo te desagradas, ya agradas al bello. ¿Por qué? Porque, al desagradar tu fealdad, comienzas a agradarle a Él, por la confesión o humillación, conforme se dijo en otro lugar: Comenzad a alabar al Señor con la confesión o humillación. Primero confiesa tu fealdad: la fealdad de tus pecados y de las iniquidades del alma. Confesando tu fealdad, comienzas a alabar; por la confesión comienzas a ser embellecido; y ¿por quién? "Por el hermosísimo sobre los hijos de los hombres". (S. Agustín, Enar. in psalm, 103,4).


                Desde el comienzo mismo de mi fe, por la que me trocaste, me enseñaste que nada precedió en mí, para que yo no dijera que se me debía lo que me diste. ¿Quién se convierte a Dios si no es procediendo de la iniquidad? ¿Quién es redimido a no ser que se halle cautivo...? "¡Oh Dios! tú me enseñaste desde mi juventud".  Desde el momento en que me dirigí a ti fui trocado por ti, que me creaste; fui renovado porque fui creado; fui reformado, porque fui formado. Desde el instante de mi conversión aprendí que no precedieron méritos míos, sino que me diste gratuitamente tu gracia para que me acordase de tu sola justicia.
                ¿Qué aconteció después de mi juventud? "Me enseñaste -dice- desde mi juventud". Luego ¿qué sucedió después de mi juventud? En tu primera conversión aprendiste que antes de ella no eras justo, sino que precedió a ella la iniquidad; mas borrada la iniquidad, sucedió la caridad. Y, ya renovado en nuevo hombre, en esperanza únicamente, más no aún la realidad, aprendiste que no precedió bien alguno tuyo y que por la gracia de Dios te convertiste al Señor. ¿Quizá convertido tendrás algo propio, por lo que podrás presumir de tus propias fuerzas? Los hombres suelen decir: Déjame ya; necesitaba que me mostrases el camino; es suficiente; proseguiré mi camino. Pero el que te muestra el camino, ¿qué dice? ¿No quieres que te guíe? Tú, si eres soberbio, contestas: No, gracias; con lo indicado me sobra, caminaré. Quedaste solo, y por ignorancia, de nuevo te desorientas. Bien hubiera sido que te hubiese guiado el que te colocó en el camino. En suma, si Él no te guía, de nuevo errarás el camino; dile, pues: "Guíame, Señor, en tu camino y andaré en tu verdad". Entrar en el camino es la juventud, es la renovación, es el comienzo de la fe. Antes andabas extraviado por tus caminos... ¿Qué diré? ¿Vino a ti el que te había de mostrar el camino? Sí; vino a ti el mismo camino, y fuiste colocado en él, sin preceder ningún mérito tuyo, porque estabas extraviado. Pues bien: desde que entraste en él, ¿ya te guías por ti mismo? ¿Ya te abandonó el que te mostró el camino? (S. Agustín, Enar. in Psalm., 70, II, 2-3).


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