“Completo en mi carne lo que falta a la pasión de
Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24).
“Los
enfermos, con el peso de sus sufrimientos soportados por amor a Cristo,
constituyen un tesoro precioso para la Iglesia, que tiene en ellos unos colaboradores
eficacísimos en la acción evangelizadora” (JUAN PABLO II, Audiencia general, 24-junio-1998).
Es
un ejercicio de compasión a imitación de nuestro Padre que está en el cielo, el
pasar por nuestro corazón las miserias de los de más, las debilidades de los
otros, las fragilidades de nuestro prójimo. Es ejercicio de compasión, el pedir
y el orar por los enfermos, a los que tenemos presente en la oración litúrgica y en la Santa Misa.
La
enfermedad es la mayor pobreza, la salud es un bien preciado, pero que no
podemos ni comprar ni atesorar. Esa es una realidad delicada, que nos da miedo,
sin embargo, oremos en primer lugar por los que están hospitalizados, a los que hemos de recordar con frecuencia en
nuestra plegaria personal o en las preces de Vísperas, o en el rosario ofrecer
un misterio por los enfermos, y algún sacrificio o penitencia por los enfermos,
sobre todo por aquellos que no conocemos, porque “si lo hacemos con los que nos aman, ¿qué mérito tenemos?” Más bien
por aquellos que no conocemos.
Hemos de pedir por los que están hospitalizados,
por los moribundos, por aquellos que están impedidos de un modo o de otro, que
están casi arrinconados en su casa porque están impedidos y a los que también
nuestra compasión cristiana debe llegar. Orar y pedir como ejercicio de
misericordia y compasión, y plantear y dar luz sobre el sentido profundo de la
enfermedad.
La oración colecta de la Misa por los enfermos reza: “Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara
nuestra debilidad para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y de la
paciencia”. Es Cristo quien comprende, quien asume y quien eleva nuestro
sufrimiento y la debilidad con su carne, porque cargó sobre sí nuestros
pecados. ¿Eso que provocó? Quebranto y dolor. Al mirar a Cristo crucificado es
cuando se va comprendiendo algo de ese misterio, que sigue siendo misterio y
nunca lo podremos comprender ni abarcar, el misterio de la enfermedad y de la
paciencia, que tiene un valor.
Hoy se piensa que sólo vale lo que es útil,
rentable. A los enfermos se les quiere aplicar la eutanasia,
hablando de misericordia, cuando si extraemos el pensamiento útil de este tipo
de filosofía, al final es un médico, el Estado, el que puede disponer de si una
vida humana vale o no vale. Nos lo venden en reportajes y documentales como un
"ahorrar sufrimiento", pero el pensamiento último es que el otro dictamina el
tener vida, porque no se es útil, es una carga y un gasto para el Estado y la Seguridad Social.
Sigue
diciendo la plegaria: “escucha ahora las plegarias que te dirigimos por
nuestros hermanos enfermos y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la
aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu
Hijo ha llamado dichosos”. Hay una elección de amor, y en la enfermedad se
puede descubrir y vivir ese valor de elección del amor de Dios. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo unigénito”, y tanto sigue amando que a algunos los llama también. “Dichosos los pobres, porque vuestro es el
Reino. Dichosos los que sufrís, porque heredaréis la tierra”. La gracia de
sentirse elegidos y de saberse “unidos a la pasión de Cristo para la redención
del mundo”. Elegidos por amor para colaborar con Cristo en la redención del
mundo.
El
problema no es el dolor físico, que hoy se calma fácilmente con medicamentos;
el problema es descubrir el sentido profundo y un valor auténtico para aquello
que se está experimentando en la enfermedad. El sinsentido de la enfermedad o
el valor salvífico de la enfermedad: hay está la diferencia entre una cama y
otra del hospital, entre el hogar de un enfermo y el de otro enfermo. En cómo vive un enfermo y otro, para uno es causas de
desesperación, para otro es causa de fe más firme y profunda; uno está
desaprovechando el dolor y la enfermedad, otro lo está uniendo a Cristo crucificado
y colaborando en la redención del mundo.
Son
los enfermos que se han unido a Cristo los que comprenden su enfermedad por la
salvación del mundo, y nos edifican a nosotros. Cada uno lo ofrece por lo que
crea oportuno, y lo vive santamente. ¡Cuántos enfermos, incluso en la UCI, con su rosario de dedo,
viven santamente el dolor!
Aprendamos a vivir así cuando nos toque a nosotros, en enfermedades
grandes o en enfermedades pequeñas, molestas de cada día, que de todo tipo hay.
Vivirla con sentido redentor, ofreciendo por las vocaciones, la Iglesia, los sacerdotes,
las misiones, o por otros enfermos, pero no desperdiciar ese tesoro que el
Señor nos pone en las manos. Esto requiere un alto grado de fe, o lo que es lo
mismo, un alto nivel de santidad, ser santos en la enfermedad, aprovechando los
ejemplos de tantos enfermos que son santos, que a lo mejor no sabrían rezar
Laudes y Vísperas, o no sabrían abrir, leer o escrutar la Biblia, ¡ni falta que les
hacía! No hacen falta discursos, no hace falta tanta sabiduría humana, o
catequética, como nosotros nos buscamos. Hace falta un corazón santo en la
enfermedad.
Voy tomando nota. Magnífica entrada y fotos Pater!
ResponderEliminarAbrazos fraternos