El tercer camino del catolicismo hoy, después de los
colegios y la Universidad,
es la presencia pública de la Iglesia. Pensemos que el actual proceso de
secularización empuja a la
Iglesia a las catacumbas, se acalla la voz de los católicos,
la fe se considera un hecho íntimo y privado que no debe manifestarse, el hecho
religioso se entiende como un residuo cultural y estético pero sin implicación
en la vida respetando tradiciones y fiestas que se consideran turísticas pero
ya vaciadas de su genuino sentido; Dios desaparece así de la conciencia pública
y los mismos fieles, confundidos por la secularización, adaptan la fe a sus
gustos personales y carecen de una sólida formación doctrinal.
Puesto que la fe ilumina toda la vida del hombre, y tiene
que ver con todo lo humano, la voz de los católicos no puede silenciarse. La Iglesia debe hablar
buscando el bien del hombre y de la sociedad, y la voz de los católicos deberá
oírse en los foros públicos: política, medios de comunicación, foros de
reflexión, asociaciones de todo tipo, etc.
“Si nos dicen que la Iglesia no debería entrometerse en estos asuntos, entonces podemos limitarnos a responder: “¿Es que el hombre no nos interesa?” Los creyentes, en virtud de la gran cultura de su fe, ¿no tienen acaso el derecho de pronunciarse en todo esto? ¿No tienen –tenemos- más bien el deber de alzar la voz para defender al hombre, a la criatura que precisamente en la unidad inseparable de cuerpo y alma es imagen de Dios?”[1]
Los católicos deben estar y participar en la vida
pública, y son necesarios hoy políticos que sean católicos, periodistas,
juristas, etc., que con un catolicismo vivo y con una sólida formación
doctrinal, hagan presente en el mundo la fe y la Doctrina social católica.
Éste, el orden secular y las realidades temporales, es el apostolado específico
de los fieles laicos:
“tarea específica del laicado es la participación en la vida pública y en la política... La Iglesia no se identifica con ningún partido, con ninguna comunidad política ni con ningún sistema político; en cambio, recuerda siempre que los laicos comprometidos en la vida política deben dar un testimonio valiente y visible de los valores cristianos, que hay que reafirmar y defender en el caso de que sean amenazados. Lo harán públicamente tanto en los debates de carácter público como en los medios de comunicación social”[2].
El lugar de los laicos no es la sacristía, ni cálidos refugios afectivos o
grupos cerrados que giren en torno a sí mismos con una pastoral de campanario y
corta visión, sino el mundo y el orden temporal.
Si la
Iglesia, experta en humanidad, es servidora del hombre, y
comparte “los gozos y las esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres
de nuestro tiempo” (GS 1), afrontará entonces el problema de la secularización
como el gran reto actual y marcará sus grandes líneas de acción (colegios
católicos, universidad, presencia en la vida pública y política) formando un
laicado adulto, sin desperdiciar energías y capacidad en acciones pastorales de
corte más populista.
Los grandes desafíos de la secularización requieren
grandes respuestas de la
Iglesia. Es tiempo de despertar y acometer estas grandes
empresas apostólicas.
Todo laico católico introducido en la política española recibe un enérgico rechazo de la jerarquía eclesiástica que culmina en la traición. Abrazos fraternos.
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