miércoles, 24 de julio de 2019

Elogio de la santidad (I)


                La santidad es nuestro único sueño, nuestro único deseo.
                La santidad es lo más deseado, lo más alto, la mayor aspiración.
                A ella nos llamó el Señor desde antes de la creación del mundo.
                ¡Ser santos, tender a la santidad!



                ¿Será acaso una meta imposible?
                ¿Algo inalcanzable? ¿Imposible quizás?
                ¡La santidad, nuestro sueño y nuestro deseo, nuestra santa ambición!
                Cristo la quiere para nosotros... ¿por qué habremos de rechazarla, desecharla o posponerla para más tarde?
                ¡Santos! ¡Santos nosotros, con nuestro nombre y apellido, vocación, familia, circunstancias, edad, debilidades y pecados, en el propio barrio o pueblo! ¡Santos!
                ¡Santos, sí, hay que repetirlo, santos! Es posible porque Cristo se ha comprometido a ello, su Gracia no va a faltar.

                ¿Por qué reservar la santidad a unos pocos?
                ¿Por qué pensar que la santidad es para algunos consagrados?
                ¿Por qué pensar en la santidad como algo meloso, o excesivamente angelical, etéreo, y alejado de nuestro “humano concreto”?
                ¿Por qué una santidad de escayola y promesas, flores y velas, sin contacto con lo real, sin ser camino válido hoy?
                ¿Por qué pensar en lo inalcanzable y extraordinario y no en el acceso de una santidad real y cercana, hecha de entrega fiel en lo cotidiano, de amor apasionado aunque frágil?


                ¡Santos!
                Llamados y elegidos antes de la creación del mundo, con un diseño personal y original para cada hijo suyo. Para ello Dios nos llama, ofrece muchas vocaciones, caminos y modos espirituales, complementarios y no excluyentes; ofrece el Señor la mediación de la Iglesia, el amor de su Providencia y su continua Gracia. Sí, es cuestión de Gracia y no de esfuerzos, pero es también respuesta y colaboración con la Gracia con un compromiso personal.

                ¡Santos, llamados y elegidos! Nuestra vocación es el amor.
                Una santidad, manifestada fielmente en lo concreto y ordinario de cada día, viviendo en el alto grado de vida cristiana, a medida alta del Evangelio, sin concesión alguna a la mediocridad o a la dejadez.
                Es el camino trazado por el Papa en la Novo Millennio ineunte, haciendo, ante todo, hincapié en la santidad, proponiéndola a todos. ¡Es momento de santidad, de entregarnos, ya -¿para qué más tarde?- a ser santos!

                ¡Santos! Ésa es nuestra plenitud cristiana.
                ¡Santos! Ése, nuestro deseo, nuestro sueño.
                El alma humana es muy grande, creada por Dios para cosas grandes, el alma es capaz de Dios.
                ¡Podemos soñar la santidad, desearla apasionadamente, porque Dios ha soñado la santidad para nosotros!
                ¡Podemos volar hacia la santidad en el horizonte eterno de Dios!, pues para eso el Señor nos ha dotado, para volar bien alto y a la caza dar alcance. ¿Seremos felices si pudiendo volar como águilas hacia la santidad renunciamos a ello –por inconsciencia, miedo, comodidad- quedándonos a ras de tierra como pequeños gorriones?

                El Evangelio es posible vivirlo con radicalidad y amor.
                Los santos son el Evangelio vivido, reclamos para nosotros hoy; porque es posible vivir según el Evangelio, porque es posible regirse por el sermón de la Montaña, porque es posible hacer carne el Evangelio en nosotros, ¿nos lanzaremos entusiasmados a la santidad vendiendo todos nuestros proyectos y mediocridades por comprar la perla escondida del Evangelio?

2 comentarios:

  1. Que bonito!

    "La santidad consiste esencialmente en la unión con Dios,

    y en el amor con el que realizamos las acciones cotidianas.

    El gran secreto de la santidad consiste en amar mucho,

    pero este amor presupone una guerra interior cotidiana.

    Una guerra contra nuestros apetitos ingobernables y nuestra propia voluntad,

    una guerra librada por la oración que suaviza el corazón,

    y por su dulzura, compensa la amargura.

    El secreto de la santidad es Inseparable de la mortificación."


    Gracias, Padre

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  2. Si la letra es hermosa... la belleza de la foto con el contraste entre el Cielo y la tierra es perfecta, como anillo al dedo. Abrazos fraternos

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