domingo, 14 de julio de 2019

"Con todos los santos"

También los santos, y el deseo que ellos provocan en nosotros, aparecen reflejados y nombrados expresamente en todas las plegarias eucarísticas.

Tiene su importancia, su valor y su significado. ¿Por qué tanta insistencia, a qué viene su recuerdo en el momento central de la Santa Misa?


¿Qué consecuencias tiene este recuerdo y este signo de comunión y de memoria agradecida de todos los Santos?



“Con todos los santos”



-Comentarios a la plegaria eucarística –XIV-


            La gran plegaria eucarística reúne en una misma acción sacramental a toda la Iglesia, visible e invisible, la Iglesia aún peregrina en la tierra, caminante, y la Iglesia celestial, la de los santos, aquellos que son las mejores y más acabadas imágenes de Cristo[1]. Es así que toda la Iglesia está unida en la celebración eucarística, que el cielo entra en la tierra durante la santa liturgia.

            El himno de alabanza, el “Santo” no es cantado por el coro o los asistentes únicamente. A una voz, cielo y tierra interpretan la misma alabanza; los ángeles, los santos, todos los mártires, cantan en el cielo la santidad de Dios, y nosotros, humildemente “nos unimos a sus voces”, cantamos “a una voz”, “sin cesar”.


            Los santos cantan con nosotros, rodean el altar invisiblemente junto con los ángeles.

            Y somos conscientes, gozosamente conscientes, de que la Eucaristía es algo más grande y sublime, porque no sólo están participando aquellos que vemos, el grupo de fieles asistentes, sino también los santos, y estamos en comunión con ellos. Nos alegramos, y tenemos muy presente siempre, cómo la Iglesia es un Misterio que une elementos que podrían parecer dispares; integra extremos paradójicos. La Constitución Sacrosanctum Concilium ofrece un elenco de estas paradojas que conforman el Misterio de la Iglesia:

            “Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos” (SC 2).

            No es de extrañar entonces que si así es la naturaleza del Misterio de la Iglesia, la Eucaristía celebrada reúna en sí lo visible y lo invisible, lo humano y lo divino, y tenga muy presentes a todos los santos. La Iglesia ofrece el sacrificio del altar con la mención expresa de los santos, en comunión con ellos, sin encerrarse o limitarse al grupo de los fieles presentes como si fuera una acción privada que depende sólo del hombre, supeditada incluso a los gustos y experiencias del grupo humano.

            ¡Cómo ensancha esto el corazón, lo dilata en su vertiente más eclesial! La Eucaristía se celebra “reunidos en comunión con toda la Iglesia” y por ello “veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor; la de su esposo san José; la de los santos apóstoles y mártires Pedro y Pablo, Andrés… y la de todos los santos” (Canon romano).

            Cada celebración eucarística se ofrece en comunión con todos los santos, reforzando y aumentando los vínculos que ya existen con la Iglesia del cielo. Así se rompe nuestro aislamiento, nuestra soledad; así se corrige una visión reducida de la Iglesia, muy antropocéntrica, ampliando el horizonte: vivimos siempre en la comunión de los santos y ofrecemos el sacrificio eucarístico en comunión con todos los santos.

            También las plegarias eucarísticas nombran a los santos, encabezados por la Virgen María, para recordar cómo la Iglesia es una Iglesia peregrina en la tierra, cuya meta es el cielo, cuya patria es la gloria, y hacia ella se encamina. La Eucaristía es alimento para el camino deseando vivir en el Reino de los cielos el banquete eterno, junto a todos los santos: “con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad a través de los tiempos, merezcamos, por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas” (PE II), con palabras de la plegaria eucarística III: “que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María, la Virgen Madre de Dios; su esposo san José; con los apóstoles y los mártires y todos los santos”. Siendo el deseo vivir en la gloria del Reino, lo aguardamos y expresamos nuestra súplica: “Padre de bondad, que todos tus hijos nos reunamos en la heredad de tu reino, con María, la Virgen Madre de Dios, con su esposo san José, con los apóstoles y los santos” (PE IV).

            De nuevo, entonces, hay que repetir que el cielo se une a la tierra en la celebración eucarística. Juntos, con los santos, ofrecemos el sacrificio eucarístico, y deseamos que con ellos gocemos eternamente de la gloria de Jesucristo en el Reino de Dios.


            Rey de los cielos, tú que nos estimulas a desear la ciudad futura, por medio de los fieles seguidores de Cristo, haz que aprendamos de ellos el camino más seguro de alcanzarla[2].

Nos concedes celebrar la gloria de tu ciudad santa,
la Jerusalén celeste, que es nuestra madre,
donde eternamente te alaba
la asamblea festiva de todos los Santos,
nuestros hermanos.
Hacia ella, aunque peregrinos en país extraño,
nos encaminamos[3].


Javier Sánchez Martínez, pbro.



[1] Cf. Preces Laudes 1 nov.
[2] Preces Laudes 1 nov.
[3] Pf. Todos los Santos.

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