Para
el correcto desarrollo de la liturgia hacen falta ministros. Primero, claro, el
sacerdote... pero también otros ministros.
En
primer lugar los acólitos, que atienden el servicio del altar.
Luego,
los lectores. ¿Cómo han de leer? ¡Sólo los que sepan leer en publico, hacer
viva la lectura...! “Covniene expresar en ellas capacidad, una sencillez y al
mismo tiempo una dignidad tales, que hagan resplandecer, desde el mismo modo de
leer o cantar, el carácter peculiar del texto sagrado”[1].
Participar no va a ser que suba cualquiera a leer... Mejor también aquí, la calidad
que la cantidad...
Los lectores proclaman las lecturas del Antiguo y
del Nuevo Testamento. Lo hacen en el ambón, sin leer lo que está en rojo (como
“Primera lectura”, “Segunda lectura”, etc...).
Está
el salmista. Es decir, quien entona el Salmo responsorial, porque es un canto
y, como tal, al menos el estribillo, la antífona, debería cantarse. (Por
supuesto, sin decir “Salmo responsorial” ni frases como “Repitan...”, “a la
primera lectura contestamos con el salmo tal...”).
El
diácono es el ministro que debe encabezar las preces, las intenciones de la
oración universal. Pero aquí participar no es ni mucho menos que cada petición
la lea un lector distinto, sino que la participación es la respuesta (cantada
incluso los días solemnes por la asamblea). Mejor un solo lector si no hay
diácono: provoca menos dispersión y ajetreo inútil que distrae y al final no se
oye bien... “El lector... puede también proponer las intenciones de la oración
universal” (IGMR 99)[2].
¿Qué
decir de las procesiones de ofrendas?
-
Lo primero es que se va en procesión, caminando juntos.
-
Segundo, suele tener un carácter más bien excepcional, en ocasiones
solemnes.
-
¿Qué se presenta? La materia de la Eucaristía: el pan y el
vino. En palabras del misal: “Aunque los fieles no traigan pan y vino de su
propiedad, con este destino litúrgico, como se hacía antiguamente, el rito de
presentarlos conserva su sentido y significado espiritual. También se puede
aportar dinero u otras donaciones para los pobres o para la iglesia, que los
fieles mismos pueden presentar o que pueden ser recolectados en la iglesia, y
que se colocarán en sitio oportuno, fuera de la mesa eucarística” (IGMR 73).
-
“Acompaña a esta procesión en que se llevan las ofrendas el canto del
ofertorio” (IGMR 74).
-
Las ofrendas deben ser reales: para los pobres o para la iglesia, pero
no “simbólicas”: un balón de fútbol, una Biblia (¿a Dios le ofrecemos su Palabra?),
un libro de catequesis, un reloj... que luego se recogen cuando acaba la
celebración. Ofrendas reales: alimentos que luego se lleven a un asilo, o a
Cáritas...
-
Mientras hay un canto. Explicar cada ofrenda con una monición es simplemente
una corruptela introducida en la
Misa, una alegorización de cosas que deberían ser evidentes
por sí mismas al presentarlas. Todo esto se aplica en la Misa con adultos en la que
participan algunos niños o en las Misas con niños en las que participan algunos
adultos, como rige el Directorio de las Misas con niños.
-
Las ofrendas se entregan a quien preside. Al Obispo en la sede o al pie
del altar, haciendo antes inclinación con la cabeza.
El último servicio,
brevemente, es el del monitor. Nunca desde el ambón, sino desde otro sitio
aparte, un atril auxiliar muy discreto, sin paños ni exorno, va orientando a la
asamblea u ofreciendo las explicaciones oportunas, sobre todo en ritos más
extraordinarios (Dedicación de una iglesia, coronación de una imagen, etc.). En
la Misa debe
haber un solo monitor –si se ve necesario este oficio- y no una persona
distinta para cada monición. No multiplicarlas sin necesidad (de entrada, a la
primera lectura, a la segunda, al evangelio, incluso acciones de gracias
después de la comunión...).
El Misal es muy claro:
“El comentarista, que hace brevemente las explicaciones y avisos a los fieles, para introducirlos en la celebración y disponerlos a entenderla mejor. Conviene que lleve bien preparados sus comentarios claros y sobrios. En el cumplimiento de su oficio, el comentarista ocupe un lugar adecuado ante los fieles, pero no el ambón” (IGMR 105 b).
También las moniciones que
se pueden referir a la Palabra
de Dios:
“Hay que atender con mucho cuidado el género literario de estas moniciones. Deben ser sencillas, fieles al texto, breves, preparadas minuciosamente y adaptadas al matiz propio del texto al que deben introducir” (OLM 15).
El mismo consejo de concisión y brevedad advierten las
normas litúrgicas para el sacerdote en las moniciones que le pertenecen (como
la del acto penitencial, al inicio del Prefacio o la del Padrenuestro...):
“También las referidas al sacerdote, en toda monición debe respetarse su característica, a fin de conseguir que no se convierta en un discurso o en una homilía; debe procurarse la brevedad y evitarse la locuacidad, que podría aburrir a los presentes”[3].
[1] Juan Pablo II, Dominicae
Cenae, n. 10).
[2] Ya antes “Inter
Oecumenici”: “las intenciones e invocaciones las puede cantar un diácono, un
cantor un diácono, un cantor u otro ministro idóneo” (n. 56).”En las misas sin
diácono, la función de proponer las intenciones de la oración universal hay que
confiarla a un cantor... a un lector u otro” (OLM 53). “Bajo la dirección del
celebrante, un diácono o un ministro o algunos fieles proponen oportunamente
unas peticiones, breves y compuestas con
una sabia libertad” (OLM 30).
[3] Carta “Eucharistiae
participationem”, 1973, n. 14).
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