sábado, 27 de julio de 2019

Nueva evangelización (Misa - IV)

Siguiendo el hilo conductor de la Misa "por la nueva evangelización", llegamos a la oración sobre las ofrendas. De este modo nos dejamos impregnar por la fuerza misma de la liturgia, acostumbrándonos a saborear y hallar el contenido de las oraciones y textos litúrgicos, que deben ser la "materia prima" para acercarnos al dogma y a la espiritualidad.




3. Oración sobre las ofrendas

            Breve y concisa, como suelen ser tanto la oración sobre las ofrendas como la oración de post-comunión, se centra primero en los dones y ofrendas que ya están sobre el altar y piden un fruto concreto cuando sean el sacrificio del altar, la verdadera Oblación:

“Te rogamos, Señor, que santifiques estos dones
y acojas, en tu bondad, nuestra humilde ofrenda
para que nuestros cuerpos
lleguen a ser un sacrificio vivo, santo y agradable a ti
y nos concedas servirte,
no como el hombre viejo, sino en novedad de vida,
según tu Espíritu”.


            La vida cristiana es un culto espiritual, razonable, lógico, por cuanto está traspasado por el Logos; ya decía san Pablo en Rm 12,1: “os exhorto… a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es vuestro culto espiritual”, y el Canon romano, o plegaria eucarística I, recoge este sentido al suplicar: “Bendice y santifica, oh Padre, esta ofrenda haciéndola perfecta, espiritual y digna de ti”.

            El sacrificio espiritual, racional, es que el creyente se una al Gran y único sacrificio de Cristo en la cruz, ofreciéndose, entregando cuerpo y alma, su mente entera con el obsequio de su inteligencia, su ser entero. Se realiza así un culto razonable, que no es exterior a la persona, formal, sino que es interior: la persona entera se ofrece con Cristo.


            El evangelizador, viviendo así la ofrenda racional y lógica de su vida, encuentra en Cristo –y en el sacrificio de la Eucaristía- el modo adecuado de ser evangelizador: implica toda su vida, su cuerpo, su alma, su mente, sus afectos. Evangelizar compromete la persona entera, lo vive como sacrificio espiritual, y no es un entretenimiento, ni un compromiso pasajero, ni una acción concreta durante una hora a la semana…, sino el sacrificio espiritual, el culto agradable que el evangelizador realiza en su vida, fruto de la Eucaristía y que lo conduce de nuevo a la Eucaristía.

            Quien evangeliza está sirviendo a Cristo. “¡Servid a Cristo Señor!” (Col 3,24), y por amor a Cristo, toma parte en “los duros trabajos del Evangelio” (2Tm 1,8), y “sirve al Señor con alegría” (cf. Sal 99). Esa conciencia es un requisito indispensable para esta nueva evangelización: “ser siervo de Cristo Jesús” (cf. Rm 1,1; Flp 1,1) y servirle a Él, siempre a Él, sin más miras humanas, mediante la entrega a la evangelización. De nuevo el evangelizador aparece referido –mediante el verbo “servir” de la oración sobre las ofrendas- a la Persona de Cristo.

            La evangelización será nueva si nuevo es el evangelizador, si él mismo se ha renovado en Cristo y su vida es un testimonio de cómo Cristo todo lo hace nuevo (cf. Ap 21,5) y renueva todas las cosas: “nos concedas servirte, no como el hombre viejo, sino en novedad de vida, según tu Espíritu”. El ímpetu, el fervor, así como la credibilidad del evangelizador, estará en que ya no es un hombre viejo, guiado por su carnalidad, sus pasiones y la mentalidad del mundo, sino que es un hombre nuevo, re-creado, hecho de nuevo según Cristo. El Espíritu Santo será quien transforme al hombre viejo en un hombre nuevo.

            Elocuentes son, a este respecto, las palabras paulinas: “os habéis despojado del hombre viejo con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador” (Col 3,9-10); y también: “Despojaos del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas” (Ef 4,22-24).

            O el evangelizador ha vivido en él mismo esta experiencia creyente, o será “un metal que resuena o unos platillos que aturden” (1Co 13,1); o él es ya un hombre nuevo, renovado en Cristo, o la evangelización será imposible, porque ésta no consiste en marketing, programas o técnicas pastorales. La nueva evangelización requiere este tipo humano, el de un hombre nuevo.

            El Espíritu Santo, principal protagonista de la misión, abre caminos, precede, impulsa, pero antes que todo eso, el Espíritu llama y prepara nuevos evangelizadores a los que recrea (vuelve a crear de nuevo) como hombres nuevos a imagen de Cristo. Esto es lo primero y fundamental.

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