La palabra "mérito" ha sido muy discutida en la teología y en el lenguaje catequético. Desde Lutero y todo el protestantismo, se ha visto absurdo que el hombre tenga "mérito" ante Dios, porque lo ven de modo pasivo, el hombre nada puede hacer porque está corrompido por su pecado original.
Pero si fuera así -que no lo es, claro-: ¿qué papel ocupa la gracia que nos mueve a actuar? ¿Qué papel la libertad humana que asiente a la gracia que recibe?
El Canon romano reza: "no por nuestros méritos"... ¿los está afirmando o negando? Entremos a extraer la teología y espiritualidad de esa frase de la plegaria eucarística I.
“No por nuestros
méritos”
-Comentarios a la
plegaria eucarística XIII-
En
el Canon romano, o plegaria eucarística I, al terminar la segunda lista de
santos que se enumeran (“Juan el Bautista, Esteban, Matías y Bernabé…”) se
concluye con una expresión elocuente y significativa: “acéptanos en su
compañía, no por nuestros méritos sino conforme a tu bondad”. Siempre la bondad
de Dios y su misericordia serán más grandes que nuestros méritos, pequeños.
Más
aún, confiamos más en los méritos de todos los santos que en lo poco que
podamos merecer; el mismo Canon romano rezaba: “por sus méritos y oraciones,
concédenos en todo tu protección”. Los méritos de los santos nos protegen y
auxilian, intercediendo por nosotros.
Ahora
bien, ¿tenemos “méritos” ante Dios? ¿Merecemos algo? Porque de cómo
comprendamos católicamente el mérito dependerá nuestra comprensión de la
redención y justificación. Si todo depende de nosotros y nuestros méritos,
podemos llegar a hacer inútil la
Cruz de Cristo y creer que es cada uno quien se salva a sí
mismo sin necesidad de la gracia; si negamos el mérito humano, pisoteamos
completamente la gracia que actúa y mueve la libertad del hombre, siendo un
elemento pasivo a los ojos de Dios, tan corrompido que es incapaz de ninguna
obra buena.
La Iglesia sí afirma y
reconoce el mérito en el hombre justificado y redimido, pero mérito que brota
de la docilidad a la gracia de Dios, de entrega a la gracia y de seguir
actuando nuestra salvación con temor y temblor (cf. Flp 2,12) porque es Dios
quien activa el querer.
¿El
hombre redimido y justificado por Cristo mediante el bautismo coopera en la
salvación? ¿Tiene méritos? La gracia conduce a la libre cooperación del hombre
y así Dios y el hombre, en cierto sentido, “trabajan” juntos y el hombre alcanza
mérito. Es la doctrina, clara, del Concilio de Trento:
“El
principio de la justificación misma en los adultos ha de tomarse de la gracia
de Dios preveniente por medio de Cristo Jesús, esto es, de la vocación, por la
que son llamados sin que exista mérito alguno en ellos, para que quienes se
apartaron de Dios por los pecados, por la gracia de Él que los excita y ayuda a
convertirse, se dispongan a su propia justificación, asintiendo y cooperando
libremente a la misma gracia, de suerte que, al tocar Dios el corazón del
hombre por la iluminación del Espíritu Santo, ni puede decirse que el hombre
mismo no hace nada en absoluto al recibir aquella inspiración puesto que puede
también rechazarla; ni tampoco, sin la gracia de Dios, puede moverse, por su libre
voluntad, a ser justo delante de Él” (Ses. VI, Cap. 5).
Así
pues, es posible al hombre tener “mérito” ante Dios… en la medida en que
asiente a la gracia y coopera con ella dando frutos de buenas obras y santidad.
Las buenas obras del hombre justificado son dones de Dios y también buenos
merecimientos del hombre justificado.
El
hombre justificado por las buenas obras que se hacen en Dios y el mérito de
Jesucristo, de quien es miembro vivo, merece verdaderamente el aumento de la
gracia, la vida eterna y la consecución de la misma vida eterna (a condición,
sin embargo, de que muriere en gracia), y también el aumento de la gloria. Esto
es lo que nos enseña la
Iglesia (Conc. Trento, Ses. VI, can. 32).
Por
eso, el Catecismo de la
Iglesia enseña el recto sentido de “mérito”, sin que sea un
derecho estricto que exigirle a Dios, sino en el sentido de respuesta y
colaboración: “El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de
que Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia.
La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que Él impulsa, y el libre
obrar del hombre es lo segundo, en cuanto que éste colabora, de suerte que los
méritos de las obras buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer
lugar, y al fiel, seguidamente. Por otra parte, el mérito del hombre recae
también en Dios, pues sus buenas acciones proceden, en Cristo, de las gracias
prevenientes y de los auxilios del Espíritu Santo” (CAT, n. 2008).
“No
por nuestros méritos, sino conforme a tu bondad”, reza el Canon romano. Más que
confiar en los méritos, confiamos y nos apoyamos en la bondad de Dios. Al
coronar Dios nuestros méritos, lo que hace es coronar su propia obra, los dones
y la gracia que nos ha concedido, como afirma el Prefacio I de los Santos
(citando a san Agustín[1]):
“Manifiestas tu gloria en la asamblea de los santos, y, al coronar sus méritos,
coronas tu propia obra”.
Los
textos de la liturgia están entretejidos de estos conceptos: gracia, libertad,
mérito, cooperación…; la gracia nos hace conocer el bien, desearlo y
realizarlo: “concédenos, Señor, la gracia de conocer y practicar siempre el
bien, y pues sin ti no podemos ni siquiera existir, haz que vivamos siempre
según tu voluntad”[2]; la gracia produce en
nosotros el mérito si secundamos sus inspiraciones: “infunde, Señor, tu gracia
en nuestros corazones para que sepamos dominar nuestro egoísmo y secundar las
inspiraciones que nos vienen del cielo”[3]; y es
Dios mismo quien corona en nosotros su obra y premia, entonces, nuestros
méritos: “Señor, Dios nuestro, que concedes a los justos el premio de sus
méritos y a los pecadores que hacen penitencia les perdonas sus pecados”[4] y así
“que tu amor y tu misericordia dirijan nuestros corazones, Señor, ya que sin tu
ayuda no podemos complacerte”[5].
Tenemos,
entonces, mérito ante Dios; pero no nos erigimos arrogantes ante Él, por
nuestros propios méritos, como si fueran exclusivamente nuestros y no de Él en
nosotros: “Los santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos
eran pura gracia” (CAT 2011). Más bien, confiamos en lo que mereció Jesucristo
por nuestra salvación y en la misericordia infinita del Padre: “merezcamos, por
tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna” (PE II).
Señor, tú eres la vida de los
fieles, la gloria de los humildes
y la felicidad de los santos[6].
Señor Dios, origen de nuestra
libertad y de nuestra salvación[7].
Señor Dios todopoderoso que, sin
mérito alguno de nuestra parte, nos has hecho pasar de la muerte a la vida y de
la tristeza al gozo, no pongas fin a tus dones, ni ceses de realizar tus
maravillas en nosotros, y concede a quienes ya hemos sido justificados por la
fe la fuerza necesaria para perseverar siempre en ella[8].
Javier Sánchez
Martínez, pbro.
[1] Cf. Enar. in Ps., 102,7.
[2] OC Jueves I Cuar.
[3] OC Viernes III Cuar.
[4] OC Miércoles IV Cuar.
[5] OC Sábado IV Cuar.
[6] OC Miércoles IV Pasc.
[7] OC Viernes IV Pasc.
[8] OC Jueves V Cuar.
Pater, ¿Es Ud. en Misa rito Hispano mozárabe?.Abrazos fraternos.
ResponderEliminarUn post muy bueno y conveniente. A mí me ha hecho mucho bien. Gracias Padre Javier. Dios le bendiga en abundancia.
ResponderEliminarMuchas gracias, Padre. Es hermosa su publicación.
ResponderEliminar"Abro mis manos haciéndote entrega de lo poco que soy, junto al trigo triturado, junto a la viña escogida, me doy a ti, tan solo a ti.
Un vino nuevo en dulce vino, para ti yo quiero ser. Toma mi vida y en el fuego de tu amor transformame.
Y en el altar de la cruz, tu amor haga de mi, otra ofrenda que agrade a Dios.
Así mi existir unido a ti, un fruto nuevo una ofrenda pura para ti.
Un corazón, una alma, una vida hoy entregare. Y en el altar de la cruz, como tú en tu amor mi vida doy. Y uno contigo ser, porque el sarmiento no sobrevive apartado de la vid.
Y en el altar de la cruz, un corazón una alma, mi vida daré, y tu amor haga de mi otra ofrenda que agrade a Dios."