¿Buscamos un resumen, una
síntesis, un compendio de lo que es el cristianismo? No cabe duda de que una
mirada ajena y externa, que analice el cristianismo, puede perderse, no hallar
su centro, su convergencia, su orden interior.
Desde
fuera, sin participar en él, el cristianismo presenta la verdad de la fe, los
dogmas y la Revelación,
desplegada y profundizada por el Magisterio; igualmente se presentan unos ritos
religiosos, la liturgia y los sacramentos, que vertebran y comunican algo
superior. Además está la moral, los mandamientos y las bienaventuranzas, que
señalan un estilo de vivir muy marcado… y, ¡cómo no!, la vida de oración con
sus características peculiares. ¿Habrá algún modo práctico, fácil, de llegar a
una síntesis del cristianismo, fácilmente verificable, que en su extrema
sencillez, en su ingenua simplicidad, concrete todo el cristianismo y lo oferte
al investigador, al no-creyente, al que busca?
¡La
hay, sin duda! La mejor síntesis del cristianismo es un santo, es cada santo.
Un santo es el compendio más logrado de todo el cristianismo, ya que asumieron
y vivieron todas sus facetas. Ahora, sus vidas son elocuentes, sus biografías y
trayectorias son claras y diáfanas, interpelan a quien los mira… y son la mejor
concreción y la más perfecta convergencia.
Cuando
Edith Stein, en una situación de agnosticismo radical, vaya a casa de un
matrimonio amigo, Theodor y Hedwig Conrad-Martius, en el pueblecito alemán de
Bergzabern, durante el verano de 1921, y lea la Vida de santa Teresa de Jesús, exclamará: “¡Aquí
está la verdad!” Se desencadenará el proceso definitivo de su conversión,
bautismo, apostolado y docencia, entrada en el Carmelo descalzo y martirio,
llegando a ser santa Teresa Benedicta de la Cruz. Había encontrado la Verdad, a Cristo y el
cristianismo, en la vida de una gran santa, Teresa de Jesús.
Un
santo es el mejor exponente de aquello en lo que consiste el cristianismo; un
santo es el cristianismo vivido, radicalmente, sin reducciones sino en su
totalidad, sin acomodaciones sino con plenitud.
¡Qué
grandes son los santos! ¡Qué hermosa es la santidad! Nada descuidan, sino que
todo lo han integrado en su vida; nada dejaron atrás, sino que abarcaron todo
el cristianismo en su existencia con los peculiares matices de cada uno
(carácter, temperamento, vocación, camino, e incluso con los condicionamientos
propios de cada época).
“Hay cristianos por aquí y por allí. Los llamamos “santos” (no todos lo consiguen igualmente bien), que nos hacen ver en su existencia como en un modelo de miniatura el gran modelo del auténtico cristianismo. Son los mejores exponentes que hay en la Iglesia. Son diáfanos al todo, al regalo que Dios nos ha hecho, viven de este regalo, se empeñan en agradecerlo vitalmente, los embarga de tal modo que no les queda ni tiempo ni espacio para observaciones críticas de una situación ajena. Saben tanto de Dios que le confían siempre lo más grande, que es también lo más difícil y lo más hermoso, y barruntan desde un principio la falsedad, que se pica de crítica, que rebaja y que nivela” (Balthasar, H. U. von, El cristianismo es un don, Madrid 1973, 15).
La
santidad es la mejor forma de exponer el cristianismo, sus acentos
primordiales, el centro que da unidad a todo, la oferta de vida y plenitud que
desarrolla. Por eso un buen acercamiento al cristianismo, o un estudio serio,
riguroso y metódico sobre el cristianismo y sus contenidos es conocer la vida de
un santo.
Así
también, por ende, el cristianismo demuestra su verdad y su fuerza
transformadora en la vida de los santos, de cada santo. Se sitúa lejos de una
ideología, o de un esfuerzo ético, o de una filosofía mundana… El cristianismo
se encarna en los santos desarrollando todas sus virtualidades. El cristianismo
es vida e incide en todo aquello que constituye la existencia humana: los
santos son la mejor prueba.
Los
santos son “los cristianos verdaderamente fieles” (Pablo VI, Audiencia general,
26-septiembre-1973), no sólo porque siguieron determinadas pautas… sino porque
abrazaron todo el fenómeno cristiano en su amplitud, lo encarnaron y se
fundieron -¡en cierto modo!- en una sola realidad, con su variedad de matices,
de colores, de perspectivas.
Por
eso… hasta qué punto el cristianismo es vida y no ideología; hasta qué punto el
cristianismo es gracia y no esfuerzo ético (de corte pelagiano); hasta qué
punto la fe no es sentimiento sino adhesión y entrega obediente… eso es lo que
nos muestra un santo, cada santo, con su vida entera.
Son
los santos, por ello, un acceso transitable para llegar a la esencia del
cristianismo.
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