miércoles, 1 de junio de 2022

Orando y preparándonos a Pentecostés



La liturgia actualiza los misterios de la salvación, los acontecimientos salvadores. Aquel momento único e irrepetible que fue la oración de los Apóstoles con María Santísima en el Cenáculo desde la Ascensión en adelante, se prolonga, se actualiza en la oración que hoy la Iglesia realiza. 



La séptima semana de Pascua se une a aquella oración apostólica y mariana, preparándonos a la culminación del Misterio pascual del Señor. Esta séptima semana de la Pascua posee sabor de Cenáculo. En estos días de Pascua, Dios ha dado “en la Iglesia primitiva un ejemplo de oración y de unidad admirables: la Madre de Jesús, orando con los apóstoles”[1].

La liturgia misma de la VII semana de Pascua es la prolongación de ese misterio y la preparación más eficaz y completa de la venida del Espíritu en Pentecostés. El Directorio sobre la piedad popular y la liturgia ofrece una sensata orientación: 


“En realidad, en el Misal y en la Liturgia de las Horas, sobre todo en las Vísperas, esta "novena" ya está presente: los textos bíblicos y eucológicos se refieren, de diversos modos, a la espera del Paráclito. Por lo tanto, en la medida de lo posible, la novena de Pentecostés debería consistir en la celebración solemne de las Vísperas. Donde esto no sea posible, dispóngase la novena de Pentecostés de tal modo que refleje los temas litúrgicos de los días que van de la Ascensión a la Vigilia de Pentecostés” (n. 155).


Los elementos que la liturgia nos proporcionan son abundantes y variados en esta VII semana. Posee elementos propios para la Liturgia de las Horas, distintos a los de las seis semanas anteriores.



Los himnos para las Vísperas son la secuencia de Pentecostés, “Ven, Espíritu divino”, o, en el apéndice de los himnos latinos, el “Veni Creator”, especialmente solemnes y queridos para la Iglesia. Cantados, dan un tono epiclético muy marcado para la Oración de las Horas. Sin embargo, para Laudes, la edición castellana ofrece el himno “El mundo brilla de alegría”, que es más una canción con estribillo que un himno estrófico, con el inconveniente de que se canta todo el año como himno de Tercia y no es un himno propio reservado para estos días. 

La selección de lecturas breves para las Vísperas también es propia y exclusiva de esta semana, con lo que se acrecienta aún más el valor de las Vísperas como auténtica y propia preparación para Pentecostés; son textos del Nuevo Testamento referidos al Espíritu Santo y su acción: una selección preciosa para ser proclamada y orada. A esta selección de textos pneumatológicos, hay que sumar su responsorio breve, precioso eco de lo escuchado y germen de esperanza: “El Espíritu Santo. Aleluya. Será quien os lo enseñe todo. Aleluya”.

La serie de preces tanto para las Laudes como para las Vísperas son, asimismo, propias de esta semana VII, con alusiones directas al Espíritu Santo, a la preparación de estos días, a la acción del Espíritu en la Iglesia y en las almas y a disponer a todos a Pentecostés, suscitando el deseo de recibir el Espíritu y descubriendo la necesidad profunda, radical, que tenemos de Él. Adquirirían mayor realce y carga orante si se cantasen las respuestas a las preces cada día, o, incluso, si se sustituyeran por alguna invocación cantada como “Kyrie eleison” o también “Oh Señor, envía tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra”.

Junto a esta preparación orante, epiclética, realmente gozosa, hay una preparación meditativa, doctrinal, que aumenta el conocimiento del Don que se va a recibir, y, aumentando el conocimiento crece el deseo. Esta preparación meditativa la encontramos en el Oficio de lecturas de esta VII semana con la lectura hagiográfica y su correspondiente responsorio.

La liturgia despliega ante nosotros la santidad del Espíritu y su venida con una serie de lecturas escogidas. El lunes escuchamos parte de la Catequesis 16 de Jerusalén (“El agua viva del Espíritu Santo”); el martes un texto antológico de san Basilio, en su tratado sobre el Espíritu Santo (“La acción del Espíritu Santo”); el miércoles será la Constitución dogmática Lumen Gentium, nn. 4 y 12 (“El Espíritu Santo enviado a la Iglesia”); el jueves un texto de S. Cirilo de Alejandría comentando el evangelio de san Juan (“Si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor”); el viernes resuena el tratado sobre la Trinidad de S. Hilario (“El Don del Padre en Cristo”); el sábado un texto anónimo de un autor africano del siglo VI (“La unidad de la Iglesia habla en todos los idiomas”).

 


[1] Pf, La Virgen María en el Cenáculo, CMBVM nº 17.

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