La liturgia actualiza los misterios de la salvación,
los acontecimientos salvadores. Aquel momento único e irrepetible que fue la
oración de los Apóstoles con María Santísima en el Cenáculo desde la Ascensión en adelante,
se prolonga, se actualiza en la oración que hoy la Iglesia realiza.
La
séptima semana de Pascua se une a aquella oración apostólica y mariana,
preparándonos a la culminación del Misterio pascual del Señor. Esta séptima
semana de la Pascua
posee sabor de Cenáculo. En estos días de Pascua, Dios ha dado “en la Iglesia primitiva un
ejemplo de oración y de unidad admirables: la Madre de Jesús, orando con los apóstoles”[1].
La
liturgia misma de la VII
semana de Pascua es la prolongación de ese misterio y la preparación más eficaz
y completa de la venida del Espíritu en Pentecostés. El Directorio sobre la
piedad popular y la liturgia ofrece una sensata orientación:
“En realidad, en el Misal y en la Liturgia de las Horas, sobre todo en las Vísperas, esta "novena" ya está presente: los textos bíblicos y eucológicos se refieren, de diversos modos, a la espera del Paráclito. Por lo tanto, en la medida de lo posible, la novena de Pentecostés debería consistir en la celebración solemne de las Vísperas. Donde esto no sea posible, dispóngase la novena de Pentecostés de tal modo que refleje los temas litúrgicos de los días que van de la Ascensión a la Vigilia de Pentecostés” (n. 155).
Los
elementos que la liturgia nos proporcionan son abundantes y variados en esta
VII semana. Posee elementos propios para la Liturgia de las Horas, distintos a los de las
seis semanas anteriores.
Los
himnos para las Vísperas son la secuencia de Pentecostés, “Ven, Espíritu
divino”, o, en el apéndice de los himnos latinos, el “Veni Creator”,
especialmente solemnes y queridos para la Iglesia. Cantados,
dan un tono epiclético muy marcado para la Oración de las Horas. Sin embargo, para Laudes,
la edición castellana ofrece el himno “El mundo brilla de alegría”, que es más
una canción con estribillo que un himno estrófico, con el inconveniente de que
se canta todo el año como himno de Tercia y no es un himno propio reservado
para estos días.
La selección de lecturas
breves para las Vísperas también es propia y exclusiva de esta semana, con lo
que se acrecienta aún más el valor de las Vísperas como auténtica y propia
preparación para Pentecostés; son textos del Nuevo Testamento referidos al
Espíritu Santo y su acción: una selección preciosa para ser proclamada y orada.
A esta selección de textos pneumatológicos, hay que sumar su responsorio breve,
precioso eco de lo escuchado y germen de esperanza: “El Espíritu Santo. Aleluya.
Será quien os lo enseñe todo. Aleluya”.
La serie de preces tanto
para las Laudes como para las Vísperas son, asimismo, propias de esta semana
VII, con alusiones directas al Espíritu Santo, a la preparación de estos días,
a la acción del Espíritu en la
Iglesia y en las almas y a disponer a todos a Pentecostés,
suscitando el deseo de recibir el Espíritu y descubriendo la necesidad
profunda, radical, que tenemos de Él. Adquirirían mayor realce y carga orante
si se cantasen las respuestas a las preces cada día, o, incluso, si se
sustituyeran por alguna invocación cantada como “Kyrie eleison” o también “Oh
Señor, envía tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra”.
Junto
a esta preparación orante, epiclética, realmente gozosa, hay una preparación
meditativa, doctrinal, que aumenta el conocimiento del Don que se va a recibir,
y, aumentando el conocimiento crece el deseo. Esta preparación meditativa la
encontramos en el Oficio de lecturas de esta VII semana con la lectura
hagiográfica y su correspondiente responsorio.
La
liturgia despliega ante nosotros la santidad del Espíritu y su venida con una
serie de lecturas escogidas. El lunes escuchamos parte de la Catequesis 16 de
Jerusalén (“El agua viva del Espíritu Santo”); el martes un texto antológico de
san Basilio, en su tratado sobre el Espíritu Santo (“La acción del Espíritu
Santo”); el miércoles será la
Constitución dogmática Lumen Gentium, nn. 4 y 12 (“El
Espíritu Santo enviado a la
Iglesia”); el jueves un texto de S. Cirilo de Alejandría
comentando el evangelio de san Juan (“Si no me voy, no vendrá a vosotros el
Defensor”); el viernes resuena el tratado sobre la Trinidad de S. Hilario
(“El Don del Padre en Cristo”); el sábado un texto anónimo de un autor africano
del siglo VI (“La unidad de la
Iglesia habla en todos los idiomas”).
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