El amor del Corazón de Cristo, obediente al Padre, tanto nos amó que se entregó hasta la muerte y muerte de cruz. Fue un amor redentor, un amor capaz de asumir el sufrimiento en favor de los demás porque sólo el amor verdadero está abierto a la entrega y al sacrificio.
El contenido es el amor, y con este amor sobrenatural, respondiendo al amor de Cristo, el propio sufrimiento se puede ofrecer y alcanza un sentido y un valor salvíficos. El amor, pues, nos enseña a vivir el sufrimiento.
"En virtud del sufrimiento, el amor puede alcanzar en el hombre su más intenso desarrollo. Considerado en sí mismo, el dolor no posee valor moral... En el plan redentor, el sufrimiento está destinado a promover el amor y es precisamente el amor el que le confiere su valor. Las palabras que Jesús aplicó a su sacrificio poseen una dimensión general: 'Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos' (Jn 15,13). Este don constituye el modelo que debemos seguir en el mandamiento del amor" (GALOT, J., Jesús, Liberador. Cristología II, Madrid 1982, p. 334).
Esta es una gran y sublime lección cristiana sobre el sufrimiento, que nace de la Cruz de su Señor y que se explica a los discípulos que quieren aprender del Maestro.
El sufrimiento, vivido así, con Cristo y por amor, origina una fecundidad extraordinaria. Es un grano de trigo que ha de pudrirse en tierra, algo doloroso, y sin embargo es así como brota la espiga y alimenta. Así el sufrimiento, a imagen del sufrimiento de Cristo y en comunión con Él, se vuelve fecundo.
"En el plan redentor del Padre, el sufrimiento tiene una finalidad positiva; encierra una fecundidad. Jamás el sufrimiento es querido por sí mismo. La pasión ha sido paso hacia el triunfo glorioso y obtención de la salvación para la humanidad. Jesús ha expresado esa fecundidad mediante dos comparaciones: la del grano que, cayendo en tierra y muriendo, da mucho fruto (Jn 12,24), y la de la mujer que da a luz con sufrimiento (Jn 16,21)...Tanto la fecundidad como el gozo se explican por el amor y la obediencia" (Ibid., p. 335).
La ley de la redención es siempre la ley del sufrimiento por amor. Entonces es fecundo. Tal vez el sufriente no vea con sus ojos dónde y para quiénes ha florecido su sufrimiento; o tal vez lo vea, pero no aplicado para sí mismo, sino para los otros, para los que tiene delante, a fin de que crean, o cambien de vida, o avancen, progresen... porque ese es el deseo del apóstol -del santo- en favor de la Iglesia.
Se toma parte en los duros trabajos del Evangelio -que aconsejaba san Pablo- de muchas formas, pero siempre con la señal del sufrimiento. Entonces lo sembrado y regado con lágrimas, se cosecha entre cantares (cf. Sal 125).
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