miércoles, 15 de junio de 2022

Liturgia terrena y liturgia celeste - y II (SC - XIII)



3. La liturgia de la tierra se une a la liturgia del cielo e intenta reproducirla. Así, quien participe en la liturgia terrena debe sentirse ya en el cielo, adorando a Dios. Es un modo de celebrar, un clima, un espíritu, para que nuestras liturgias terrenas copien y plasmen la divina liturgia del cielo. ¡Sí, una liturgia divina, celestial, adorante! Como hemos visto al describir el Apocalipsis, “en esta Liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Misterio de la salvación en los sacramentos” (CAT 1139).

            La liturgia constantemente tiene presente esta dimensión celestial y la recuerda en sus ritos y textos litúrgicos. Al celebrar la Santa Misa, siempre, “con fe viva proclamamos su resurrección y con esperanza firme anhelamos su venida gloriosa” (Pf común V). La liturgia y la santa Eucaristía sostienen nuestra esperanza en la espera de la Parusía.


            Cada día, la liturgia –en el Oficio divino y en la Misa- por tres veces pide: “venga a nosotros tu Reino”, sabiendo que orando y celebrando “el poder transformador del Espíritu Santo en la Liturgia apresura la venida del Reino” (CAT 1107). Pensemos que “al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino” (CAT 2633).

            La celebración eucarística acrecienta la esperanza del Reino futuro “mientras esperamos su venida gloriosa” (PE III), elevando la mirada la patria celestial: “merezcamos, por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas” (PE II) suplicando “que todos tus hijos nos reunamos en la heredad de tu Reino” (PE IV). Peregrinos hacia el cielo, rogamos que Dios nos libre de todos los males “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo” (Embolismo Padrenuestro) “y nos lleve a la vida eterna” (Acto penitencial). En la celebración eucarística incluso hay una identificación entre el altar de la tierra y el altar del cielo del que habla el Apocalipsis: “te pedimos humildemente que esta ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el altar del cielo por manos de tu ángel” (Canon romano).


            Un somero repaso a algunas de las oraciones de postcomunión de la Misa nos revela hasta qué punto lo escatológico y celestial está presente como fruto del sacramento eucarístico al comulgar:

“Te pedimos, Padre de misericordia, que por este sacramento, con que ahora nos fortaleces, nos hagas un día ser partícipes de la vida eterna”[1].

“Imploramos de tu misericordia que, transformados en la tierra a su imagen, merezcamos participar de su gloria en el cielo”[2].

“Lleva a su término en nosotros, Señor, lo que significan estos sacramentos, para que un día poseamos plenamente cuanto celebramos ahora en estos ritos sagrados”[3].

“Haz que nuestra participación en la Eucaristía nos lleve también a la posesión de tu reino”[4].

“Imploramos de tu misericordia que, realizando nuestra santidad por la participación en la plenitud de tu amor, pasemos de esta mesa de la Iglesia peregrina al banquete del reino de los cielos”[5].


            4. Hay dos elementos además que unen la liturgia del cielo y de la tierra, un momento de unión plena y absoluta, de identificación perfecta, momento sinfónico.

            El primer momento es el canto del Sanctus en la Misa. Es el mismo canto –con letra bíblica, claro, y por tanto invariable, no sujeta a ninguna paráfrasis- que se entona en el cielo y al que nos unimos en la celebración eucarística. A una voz y a un mismo tiempo cantan los ángeles, los santos y nosotros en la tierra. El protocolo final del prefacio lo anuncia feliz: “con los ángeles y arcángeles, y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria”[6], “por él, los ángeles te cantan con júbilo eterno, y nosotros nos unimos a sus voces cantando humildemente tu alabanza”[7], “por eso, Señor, te damos gracias y proclamamos tu grandeza cantando con los ángeles”[8], “los ángeles y los arcángeles y todos los coros celestiales celebran tu gloria, unidos en común alegría. Permítenos asociarnos a sus voces cantando humildemente tu alabanza”[9], “unidos a los ángeles y a los santos, cantamos a una voz el himno de tu gloria”[10].

            El segundo elemento es la gran oración eclesial: la Liturgia de las Horas u Oficio divino. En la tierra resuenan las mismas alabanzas del cielo glorificando a Dios día y noche en el transcurso de nuestra jornada, santificando el tiempo. Bellamente lo expresa la constitución Sacrosanctum Concilium:

“El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. El mismo une a Sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza” (SC 83).

La misma Introducción general de la Liturgia de las Horas, tan bien elaborada, lo afirma y amplía:

“Con la alabanza que a Dios se ofrece en las Horas, la Iglesia canta asociándose al himno de alabanza que perpetuamente resuena en las moradas celestiales; y sienta ya el sabor de aquella alabanza celestial que resuena de continuo ante el trono de Dios y el Cordero, como Juan la describe en el Apocalipsis. Porque la estrecha unión que se da entre nosotros y la iglesia, se lleva a cabo cuando "celebramos juntos, con fraterna alegría, la alabanza de la Divina Majestad y todos los redimidos por la sangre de Cristo de toda tribu, lengua, pueblo y nación (cf. Ap 5, 9), congregados en una misma Iglesia, ensalzamos con un mismo cántico de alabanza al Dios Uno y Trino".

Esta liturgia del ciclo casi aparece intuida por los profetas en la victoria del día sin ocaso, de la luz sin tinieblas. "Ya no será el sol tu luz en el día ni te alumbrará la claridad de la luna; será el Señor tu luz perpetua" (Is 60, 19, Ap 21, 23, 25). "Será un día único, conocido del Señor, sin día ni noche, pues por la noche habrá luz" (Zac 14, 7). Pero "hasta nosotros ha llegado ya la plenitud de los tiempos (cf. 1Co 10, 11) y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente." De este modo la fe nos enseña también el sentido de nuestra vida temporal, a fin de que unidos con todas las criaturas anhelemos la manifestación de los hijos de Dios". En la Liturgia de las Horas proclamamos esta fe, expresamos y nutrimos esta esperanza, participamos en cierto modo del gozo de la perpetua alabanza y del día que no conoce ocaso” (IGLH 16).

            5. Estas perspectivas son las que se encuentran en la constitución Sacrosanctum Concilium superando una concepción de la liturgia encerrada en el “nosotros” y sin apertura a la escatología:

“En la Liturgia terrena preguntamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos manifestamos también gloriosos con El” (SC 8).



[1] OP VIII Dom. Tiempo Ordinario.
[2] OP XX Dom. Tiempo Ordinario.
[3] OP XXX Dom. Tiempo Ordinario.
[4] OP Viernes VII Pascua.
[5] OP Solemnidad Todos los Santos, 1 noviembre.
[6] Pf. Dominical I.
[7] Pf. Dominical II.
[8] Pf. Dominical VI.
[9] Pf Común II.
[10] Pf. Común VIII.

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