2. La
segunda virtud de este grupo es la virtud de la piedad, que regula los
deberes con los padres.
Por mucho que les demos, de ellos hemos recibido
siempre más, comenzando porque ellos nos transmitieron la vida y, muchas veces,
la fe; por eso no hay proporción entre lo que se da y lo que ya hemos recibido.
A los padres hay que “honrarlos” (Ex 20,12) según
el cuarto mandamiento.
Eso incluye amarlos, respetarlos, cuidarlos con cariño,
aprender de su sabiduría de vida, pero sin ser acaparados por los padres, pues
antes que los propios padres está el Señor.
Respetarlos y honrarlos con piedad
nunca significa convertirse en un esclavo, siempre controlado.
La Palabra de Dios en el
libro del Eclesiástico enseña:
“Dios hace al padre más
respetable que a los hijos,
y afirma la autoridad de la
madre sobre la prole.
El que honra a su padre expía
sus pecados,
el que respeta a su madre
acumula tesoros;
el que honra a su padre se
alegrará de sus hijos
y cuando rece, será escuchado;
el que respeta a su padre
tendrá larga vida,
al que honra a su madre, el
Señor los escucha.
Hijo mío, sé constante en
honrar a tu padre,
no lo abandones mientras vivas;
aunque flaquee su mente, ten
indulgencia,
no lo abochornes mientras
vivas” (Eclo 3,3-7. 14-15a).
3. La virtud de la obediencia y la observancia,
regula los deberes con los superiores, pues ellos nos orientan, guían y gobiernan
y contribuyen a nuestra santificación; además del respeto y obediencia a las
autoridades legítimamente constituidas (cf. Rm 13, 17: “sométanse todos a las autoridades
constituidas... Dad a cada cual lo que se le debe: a quien impuestos,
impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor,
honor”) está la obediencia a los pastores, a los sacerdotes –sin entrar en
discusiones, queriendo manipular o imponer nuestro criterio- sino obedecer
libremente por nuestro bien y porque son los sacerdotes los que gobiernan en la
unidad y comunión al pueblo cristiano; lo mismo los religiosos y consagrados a
su superior o superiora y, de modo absoluto, la obediencia monacal al Abad o
Abadesa.
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