Llegado el día mismo de Pentecostés, tras una semana
intensa de preparación, una palabra caracteriza la solemnidad del día: “hoy”,
“hodie”.
La liturgia presencializa los misterios salvadores y los hace
contemporáneos de cada generación, cada año litúrgico, superando el recuerdo
subjetivo, para comunicar su presencia y su gracia eficaz.
“Cuando la Iglesia celebra el Misterio de Cristo, hay una palabra que jalona su oración: ¡Hoy!... Este "hoy" del Dios vivo al que el hombre está llamado a entrar, es la "Hora" de la Pascua de Jesús, que atraviesa y guía toda la historia humana” (CAT 1165).
Este
“hoy” tiñe de un color nuevo y distinto las grandes solemnidades del año
litúrgico comunicando su eficacia salvadora; “la liturgia celebrada en días
fijos está toda ella impregnada por la novedad del Misterio de Cristo” (CAT
1164).
Por eso cada solemnidad de cada año litúrgico “es un tiempo que se
repite como en una espiral progresiva y va hacia la parusía del Señor. No es un
monótono repetirse de las cosas, sino la oportunidad de un continuo paso del
Señor y de sus misterios en su Iglesia”[1],
gracias, precisamente, al Espíritu:
“La liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. El misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único Misterio” (CAT 1104).
El
Hodie de la liturgia resuena en Pentecostés confiriendo actualidad y presencia
a este Acontecimiento de gracia: “no dejes de realizar hoy, en el corazón de
tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la
predicación evangélica”[2];
con mayor fuerza canta el prefacio de la Misa: “Pues, para llevar a plenitud el misterio
pascual, enviaste hoy el Espíritu Santo”[3]
y el embolismo de la plegaria eucarística: “Acuérdate, Señor, de tu Iglesia
extendida por toda la tierra y reunida aquí en el día en que la efusión de tu
Espíritu ha hecho de ella sacramento de unidad para todos los pueblos”[4].
Pero será el lirismo de la antífona del Magníficat, en las II Vísperas, el que
subraye y cante el Misterio realizado hodie et nunc: “Hoy han llegado a su
término los días de Pentecostés, aleluya; hoy el Espíritu Santo se apareció a
los discípulos en forma de lenguas de fuego y los enriqueció con sus carismas,
enviándolos a predicar a todo el mundo y a dar testimonio de que el que crea y
se bautice se salvará. Aleluya”.
Este
“hoy” es una característica propia de la solemnidad de Pentecostés en sus
lecturas y en su eucología. Esto debería ser algo evidente: los textos de la Misa sólo se proclaman en el
día mismo de Pentecostés, sin anticiparlos a la Misa vespertina (que tiene carácter de
preparación para la Misa
del día) ni emplearlos en celebraciones sacramentales de la Confirmación (que
tienen sus Misas rituales propias) ni en Misas votivas del Espíritu Santo.
Con
esta Misa ocurre lo mismo que con la eucología de otros grandes Misterios: en la Misa de medianoche de Navidad
la eucología es propia sólo de esa Misa, diferente de la Misa del día; o la Vigilia pascual posee un
cuerpo eucológico que sólo se reza en la Vigilia, distinto del de la Misa del día de la Pascua. En nuestro
caso, Pentecostés, la eucología de la
Misa del día es irrepetible, exclusiva de ese día.
[1] J. CASTELLANO, El año litúrgico. Memorial de Cristo y
mistagogía de la Iglesia,
Biblioteca Litúrgica 1, CPL, Barcelona 1994, p. 33.
[2] OC, Misa del día.
[3] Sobre el prefacio, ver: J.
SÁNCHEZ MARTÍNEZ, “Prefacio de Pentecostés: La sobria ebriedad del Espíritu”: Pastoral Litúrgica 262 (2001), 47-54.
[4] PE II.
No hay comentarios:
Publicar un comentario