Iniciábamos este recorrido con los significados de la
perícopa del sacerdotal Ex 40,34-38, encontrándonos estos símbolos, variados y hermosos:
1. La gloria del Señor.-
La nube es,
en primer lugar, el signo visible de la gloria del Señor, de su majestad en
medio de su pueblo peregrino. Así rubrica el Señor la alianza sellada en el
Sinaí, manifestándose gloriosamente. La nube es un elemento fundamental en
cualquier teofanía que las Escrituras describen, porque siempre será una señal
de que Dios se hace presente con su gloria.
Es el signo primordial de la nube
en el que nos detuvimos al iniciar el trabajo. El anan -nube- se identificará
plenamente con el kabod -gloria- de Yahvé. Esta idea estará de fondo siempre
que la Escritura
use la nube como signo y vehículo de la manifestación del Señor: la gloria. Una
gloria que es manifestada en cuanto luz[1]: la columna de fuego por
la noche, la nube durante el día, produciendo sombra.
Desde esta clave, el
signo luz-vida, fuego-gloria, será una constante en toda la Escritura, especialmente
en el Evangelio de Juan: "hemos
visto su gloria" (Jn 1,14), hemos visto la luz del Señor,
manifestada en Cristo Jesús.
2.Providencia del Señor.-
Una segunda lectura que se puede hacer desde esta perícopa
breve pero profunda: la nube es signo de la providencia del Señor; una
providencia entendida en un sentido muy concreto: el Señor guía los pasos de su
pueblo, mostrándole el camino para llegar a la tierra. El Señor no abandona a
su pueblo, sino que camina con él, se hace uno más caminando por el desierto,
enseñándole el camino. Yahvé libera a su pueblo y no los deja solos, sigue con
ellos. Es toda una teología en torno a la presencia del Señor, signo y figura
del Dios-con-nosotros: Jesús que se encarna y camina con nosotros (cfr. Lc 24),
poniendo su tienda en medio de nosotros (cfr. Jn 1,14).
3. Figura del Bautismo.-
Una tercera lectura, en línea con S. Pablo (cfr. 1Cor
10,1-2) y con la Tradición
de los Padres: la nube es signo del bautismo. Y esto es así, porque la nube es
la luz que iluminó las tinieblas de la noche pascual, haciéndolos atravesar el
mar Rojo. La columna de fuego -manifestación de la nube durante el día- fue un
signo de vida y libertad para el pueblo de Israel, prefigurando hoy, en la ley
del N.T., el bautismo salvador.
Y, según la interpretación paulina de 1Cor, la nube es
figura del bautismo, porque, como ya vimos anteriormente, ilumina al pueblo,
haciéndolo pasar de la muerte a la vida, igual que hoy el bautismo engendra
nuevos hijos para Dios, iluminados por Cristo. Este sentido de la nube en
cuanto figura del bautismo fue algo muy usado, en línea con 1Cor, por la Tradición de los Padres:
Así es como entiendo yo el
misterio: Cristo precede, de la misma manera que la columna de fuego iba
delante a través del mar Rojo, para que los hijos de Israel siguieran
intrépidamente su camino; y fue la primera en atravesar las aguas, para
preparar la senda a los que seguían tras ella. Hecho que, como dice el Apóstol,
fue un símbolo del bautismo, cuando la nube cubría a los israelitas y las olas
les dejaban paso. Pero todo esto lo llevó a cabo el mismo Cristo Señor que
ahora actúa, quien, como entonces precedió a través del mar a los hijos de
Israel en figura de columna de fuego, así ahora, mediante el bautismo, va
delante de los pueblos cristianos con la columna de su cuerpo. Efectivamente,
la misma columna, que entonces ofreció su resplandor a los ojos de los que le
seguían, es ahora la que enciende su luz en los corazones de los creyentes:
entonces hizo posible una senda para ellos en medio de las olas del mar; ahora,
corrobora sus pasos en el baño de la fe. (MÁXIMO DE TURÍN, Sermón 100, en la Epifanía, 1,3).
4. Lectura de la nube en el N.T.-
Dos ideas enriquecen la lectura que, ya en el N.T., hemos
realizado. La nube es el signo primordial de la acción fecundadora del Espíritu
y presencia consoladora y tangible del Señor en medio de su pueblo. Signo de la
acción fecundadora del Espíritu, porque es la nube la que proyecta su sombra
sobre María para que engendre a Jesús, el Salvador, según vimos al comparar Lc
1,35 con los textos de Éxodo y las resonancias veterotestamentarias que tiene
el pasaje de la
Anunciación.
Por ello, nos encontramos a María como arca de
la nueva alianza, tienda del encuentro entre Dios y el hombre, que, cubierta
por la sombra del Altísimo, engendra a Jesús. De este modo, el Verbo de Dios
pone su tienda en medio de su pueblo (Jn 1,14), encarnándose en la historia.
También vimos una segunda lectura desde esta perspectiva: Jesús es la tienda
del encuentro entre Dios y el hombre, constituido Mediador de la nueva Alianza,
y cubierto por la sombra de la nube; por eso, se afirmará que estaba lleno del
Espíritu, el Cristo, para la salvación de los hombres. Jesús, la tienda del
encuentro, cubierto de igual forma por la nube.
Hasta tal punto es realidad lo
que afirmamos, que su manifestación sensible y gloriosa, la transfiguración,
alcanza su máxima plenitud cuando la nube cubre a Jesús, se oye la voz del
Padre, y el Señor irradia luz en su rostro y en sus vestidos blancos
refulgentes. Por esto, la nube no se queda sólo en la acción fecundadora del
Espíritu Santo, sino en acción santificadora, que llena a Jesús de santidad, lo
reviste, ratificando su elección y misión (consagración) delante de los
Apóstoles -en un monte, con Moisés y Elías...-.
La nube en el N.T. será signo
real, asequible, de la fuerza de Dios que se despliega en favor de los hombres
en la persona de Jesucristo Salvador. Ahí se cumplieron todas las figuras del
A.T.; ahí fueron realidades salvadoras todo lo que se prefiguraba en el A.T.,
como hemos ido comprobando.
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