Cuando se corona una imagen de la Virgen María, de arraigada devoción, con culto permanente desde siglos, no nos limitamos al mero momento ceremonial, probablemente emotivo para una parroquia o una localidad. Hay algo más, debe ser algo más.
Este rito de coronación de la Virgen María para
todos debe ser llamada fuerte y exigente a la santidad, al “alto compromiso de
la vida cristiana ordinaria”.
Todos estamos llamados a la santidad, cada cual
en su estado de vida. Al levantar los ojos y ver a nuestra Madre coronada,
imitemos su colaboración y disponibilidad a la gracia. Sólo así seremos santos.
Una coronación canónica, tan deseada por todos los fieles que le tienen devoción a esa imagen de la Virgen María, ha de suponer un
impulso en la renovación de la vida cristiana; que suscite un “anhelo de
santidad” en todos los hijos e hijas de la Diócesis, de la localidad, de la parroquia.
La Virgen María nos
acompaña e intercede en este compromiso firme y generoso por
la santidad.
La coronación de una imagen de la Virgen debe prepararse
con esmero; no se limita al acto mismo de la coronación, sino que durante todo
el año son muchos los actos que se deben ir organizando: charlas y catequesis, una Semana
mariológica, exposiciones, vigilias de oración, confesiones, etc.
La coronación
canónica de una advocación de tanta raigambre estimula e impulsa la
evangelización.
Nuestra mayor riqueza es Jesucristo, y el hombre de hoy tiene
necesidad, aunque no lo sepa o no lo reconozca, del anuncio del Salvador. María
es llamada, con razón, Estrella de la Evangelización, ya que acompaña a sus hijos en la
tarea misionera y evangelizadora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario