Pasemos a otro texto clave del N.T. donde la nube aparece de
forma manifiesta: el relato de la transfiguración del Salvador.
El relato de la transfiguración aparece en los tres
sinópticos, aunque, preferentemente, vamos a pararnos en el de Lucas (9,28-36).
Éste juega con una simbología muy rica para presentarnos la gloria de Jesús,
basándose en elementos que ya aparecen en las Escrituras, especialmente en el
Éxodo.
Comienza situándonos la
escena, no en un lugar cualquiera, sino en un monte: "Jesús tomó consigo a
Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte para orar" (9,28b).
El monte es el sitio por excelencia de las manifestaciones o teofanías del
Señor. En un monte se presenta el Señor por medio de la zarza ardiente a Moisés
(Ex 3), en un monte -el Sinaí- establece una alianza con su pueblo, en un
monte, por medio de Elías, el Señor manifiesta su superioridad frente a Baal
(1Re 18,19ss), en el monte Horeb Elías se encuentra con el Señor (1Re
19,9-13a),etc... De tal forma que el Señor se hace presente y revela su
presencia y majestad en el monte. Esta simbología es recogida por Lucas.
"Mientras
oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus vestidos se volvieron de una
blancura resplandeciente" (Lc 9,29). La doxa de Jesús se manifiesta en
la luz, una luz que envuelve su figura, que manifiesta su transfiguración.
Evoca esto el momento en que Moisés, tras el encuentro con el Señor, está
resplandeciente su rostro, y tiene que cubrírselo: "Moisés no sabía, al
bajar del monte, que su rostro irradiaba luminosidad por haber hablado con el
Señor" (Ex 34,29). Es la presencia transfiguradora del
Señor que nos va transformando.
La gloria se describe aquí como luz, como
rostro iluminado y vestidos resplandecientes: Jesús, nuevo Moisés, está en el
monte, ante la presencia del Señor. Por ello cuando aparecen Moisés y Elías, se
afirma que los discípulos en el monte "vieron la gloria de Jesús" (9,32), y
a Moisés y Elías "que
resplandecientes de gloria, hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en
Jerusalén" (9,31). Se cumple así lo que Juan anunciaba en el
prólogo de su evangelio: "hemos
visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y
de verdad" (Jn 1,14b). El tema de la gloria relacionado con la
luz[1] es una segunda simbología
usada por Lucas para presentarnos esta teofanía, siguiendo la línea del A.T. a
la hora de describir las manifestaciones de Dios.
Respecto a la presencia de Moisés y Elías, los Padres la
interpretan desde esta óptica de contraposición entre la ley mosaica y la ley
del Espíritu que trae Jesucristo.
Si no hubieran visto a Jesús
transfigurado, si no hubieran visto sus vestidos blancos, no hubieran podido
ver a Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Mientras pensemos como los
judíos y sigamos con la letra que mata, Moisés y Elías no hablan con Jesús y
desconocen el Evangelios. Ahora bien, si ellos hubiesen seguido a Jesús,
hubiesen merecido ver al Señor transfigurado y ver sus vestidos blancos y
entender espiritualmente todas las Escrituras, y entonces hubieran venido inmediatamente
Moisés y Elías, esto es, la ley y los profetas, y hubieran conversado con el
Evangelio. (S. JERÓNIMO, Comentario al Evangelio de San Marcos).
En este sentido se apoya también Orígenes en su comentario
al Éxodo para interpretar la presencia de Moisés y Elías en la transfiguración,
dándole, como siempre, un sentido espiritual:
Ves que no sin razón es abierta
la boca de aquel que puede acudir a un encuentro en el monte de Dios. Pedro,
Santiago y Juan subieron al monte de Dios, para permanecer y ver a Jesús
transfigurado y a Moisés con Él y ver a Elías en su gloria. Así, también tú, si
no subes al monte de Dios y allí te encuentres con Moisés, esto es, si no
asciendes al sentido excelso de la
Ley, si no alcanzas la cima de la inteligencia espiritual, tu
boca no es abierta por el Señor (ORÍGENES, Hom. in Ex., III,2).
Por tanto, es importante en esta teofanía la aparición de
Elías y Moisés en la transfiguración, hablando "del éxodo que Jesús había de consumar
en Jerusalén" (9,31). Se relaciona así el A.T. con el N.T.: es la
plenitud en que la Ley
se hace presente frente a Cristo, reconociendo cómo Él es la plenitud: la ley
mosaica y los profetas dan testimonio de Jesús, Salvador, el Mesías esperado.
El relato de esta experiencia
se ha construido a base de ciertos elementos tomados de la teofanía del Sinaí
(Ex 24,15-18; 34,29-30; 40,34-38): la nube que envuelve, la montaña, la
majestad que infunde pavor, la presencia de Moisés, la tienda; también hay
rasgos que recuerdan las apariciones apocalípticas del Hijo del hombre. Una
montaña alta: alusión al tema de Moisés (Ex 24,12-18; 31,18) para demostrar que
Jesús es el nuevo Moisés, radiante en la presencia de Dios sobre el nuevo
Sinaí. Elías con Moisés... ambos están relacionados con el Sinaí (Horeb) -cf.
Ex 19,33-34; 1Re 10,9-13- y, mediante su presencia sobre el nuevo Sinaí, dan
testimonio de que el A.T. se cumple en Jesús[2].
Una cuarta simbología, objeto de nuestro estudio: la nube;
ella constituye el elemento central de esta simbología que estamos describiendo
puesto que delata la presencia poderosa del Señor. "Mientras estaba hablando
[Pedro], vino una nube y los cubrió; y se asustaron al entrar en la nube" (9,34).
La reacción de los apóstoles recuerda a la de los israelitas que se asustaron y
temían ver a Dios al contemplar cómo la nube descendía sobre la tienda del
encuentro y ellos permanecían a distancia. La presencia de la nube está
refiriéndose a la presencia del Señor que se manifiesta en esta glorificación
de Jesús. De pronto, la presencia del Señor llega a su momento culmen al
escuchar la voz: "Éste
es mi Hijo elegido; escuchadlo" (9,35). Se revela
desde la presencia de la nube la filiación única de Jesús como Hijo de Dios,
Hijo del Altísimo, con un mandato clave: escuchadle. El relato hay que
entenderlo desde la clave mesiánica: Jesús es el elegido de Dios, su Hijo
elegido y amado, destinado a favor de los hombres como Mesías, como Siervo,
como nuevo Profeta, nuevo legislador: la ley del Espíritu del N.T. Es el
sentido que descubren los Padres a la presencia de Moisés y Elías.
La misión de Moisés era destacada en el libro del Éxodo
mediante la nube que ratificaba la elección del libertador por parte de Dios en
presencia de todo el pueblo israelita: es la perícopa Ex 24,15-18. Moisés
contempla cómo la nube baja sobre el monte y escucha la voz del Señor que lo
llama: "La gloria del
Señor se había posado sobre el monte Sinaí y la nube lo cubrió durante seis
días. Al séptimo día llamó el Señor a Moisés desde la nube" (Ex
24,16). Así, a la vista de todo el pueblo, Moisés es llamado por el Señor desde
la nube, vehículo de la presencia del Señor. Y, al igual que Jesús y los
Apóstoles, entra en la nube, pasa a estar en la presencia del Señor.
Lucas, sabiendo de estas tradiciones en torno a la llamada del Señor sobre
Moisés, usa este texto para describir cómo, desde la nube, Jesús es también
llamado por el Señor para ratificar su elección y para hacerla visible y
patente ante sus discípulos. La nube asegura así que es el mismo Señor el
que lo elige y lo llama: ésta es la razón de la simbología usada por el
evangelista, con claras resonancias del libro del Éxodo, del que toma estos
elementos simbólicos: la nube, la voz, el monte, la luz, etc...
Ésta es una primera lectura interpretativa del relato de la
transfiguración: remarcar la elección de Jesús por parte del Señor, y ratificar
su misión delante de los discípulos igual que Moisés en el libro del Éxodo.
Y una última clave interpretativa de la nube en la
transfiguración: el Espíritu Santo. La dínamis de Dios se hace presente y
muestra cómo Jesús está lleno del Espíritu, como Ungido, hasta el punto de
"transparentar", "hacer visible", el Espíritu que el Padre
le concede: es revestido del Espíritu, por la luz que la nube derrama sobre la
persona de Jesucristo. Así pues, el revestimiento de luz resplandeciente y las
vestiduras blancas de Jesús son una forma de expresar por parte del
evangelista, cómo el Señor estaba lleno del Espíritu Santo: ésa es su gloria,
la luz del Espíritu que transforma a Jesús, los transfigura, mostrándonos su
verdadera figura, su verdadera persona, para afianzar la fe de los discípulos,
poco antes de emprender el camino a Jerusalén. Fue una experiencia
transformante y decisiva, a la luz de la Pascua, ciertamente, para los discípulos. Pedro
lo describe en su segunda carta: "Cuando os dimos a conocer la venida en poder de nuestro Señor
Jesucristo, no lo hicimos inspirados por fantásticas leyendas, sino porque
fuimos testigos oculares de su grandeza. Él recibió en efecto, honor y gloria
de Dios Padre cuando se escuchó sobre él aquella sublime voz de Dios: 'Éste es
mi Hijo amado, en quien me complazco'. Y esta es la voz venida del cielo, que
nosotros escuchamos cuando estábamos con él en el monte santo" (2P
1,16-18).
Del mismo modo, que Jesús se transfiguró por la acción del
Espíritu, también nosotros, los cristianos seremos transfigurados, llevados a
plenitud en santidad. Es la interpretación paulina: "Él transformará nuestro mísero
cuerpo en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene para
someter todas las cosas" (Flp 3,21). Esto se hará posible por el
Espíritu que en el bautismo, igual que la nube, nos cubrió y nos llenó de su
luz...
Sintetizando lo que hemos analizado, observamos que la nube
en el N.T. tiene una serie de funciones bien definidas. Es acción
fecundadora, es el Espíritu Santo que hace de María el arca de la nueva
Alianza, cubierta por la sombra del Espíritu. La nube es también el Espíritu en
cuanto santificador, que transfigura y nos muestra la gloria de Jesús y
su gracia y verdad. La nube es presencia majestuosa del Padre que se
manifiesta ratificando el llamamiento y elección mesiánicas de Jesús.
Finalmente, la nube es luz gloriosa que transforma el cuerpo de Jesús y
que también a nosotros nos transformará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario