3. La segunda virtud derivada de la
prudencia, es la de buen consejo, y
esto bajo un doble aspecto, saber buscar un buen consejo o dejarse aconsejar, y
también saber aconsejar a otros.
No es hombre prudente quien cree que
lo sabe todo y no necesita de nadie, porque cometerá muchos errores al no poder
contrastar con nadie y tener una visión muy reducida.
El que es prudente
adquiere esta virtud del buen consejo. Se asesora, pregunta, consulta, antes de
tomar ninguna decisión para no actuar torpemente. El autosuficiente no
consulta, es orgulloso y como tal, imprudente; el humilde y prudente, por
buscar y obrar el bien, consulta, pregunta, cuestiona lo que él haya pensado
para que el Señor, por medio de otra persona, arroje luz.
Al pedir consejo uno expone la
situación que hay que resolver, se buscan los medios más oportunos, se ponderan
las consecuencias, se mira el modo y la ocasión de realizarlo y se reza pidiendo
fruto al Señor y encomendando el camino al Señor (cf. Sal 36).
Tal vez lo difícil, una vez vencido
el resto de orgullo en el alma, sea acertar con la persona con la que
consultar. Los libros sapienciales en la Escritura dan indicaciones muy valiosas, llenas
de sensatez. Se consulta con quien sea
profundamente creyente y viva en unión con el Señor para que sus pensamientos
sean según Cristo y no según el mundo. Hay que ser muy selectivo a la hora de
consultar algo con alguien según lo que está escrito: “sean muchos tus amigos, pero confidente, uno entre mil” (Eclo 6,6).
Consultar debe hacerse con la máxima discreción, con personas muy contadas y
que sean en extremo prudentes, y guarden en su corazón todo lo que oigan. Son
los consejos del libro del Eclesiástico: “no
le pidas consejo al insensato pues no podrá mantenerlo en silencio. No abras tu
corazón a todo el mundo” (Eclo
8,17. 19a). Ahora bien, exhorta la Palabra: “pide consejo al sensato y no desprecies un
consejo útil” (Tb
4,17).
En este terreno de buscar
prudentemente el buen consejo está el recurso a la dirección espiritual, donde
un sacerdote es instrumento de la
Gracia de Cristo para acompañar, discernir y aconsejar, y, de
ese modo, poder avanzar en el camino de la santificación desarrollando la
propia vocación. En la dirección espiritual se consultan las cosas de
importancia y las decisiones serias que hayan de irse tomando; así se garantiza
la objetividad y la búsqueda de la
Verdad con esta mediación y Compañía de la Iglesia.
En el mismo plano está el sacerdote
en el sacramento de la
Penitencia; excepcionalmente es este Sacramento se puede
consultar alguna decisión o comportamiento o actitud; y la exhortación en el
Sacramento viene dada –frecuentemente- en forma de consejo para alentar y
erradicar el mal del corazón. Es importante recuperar la confianza en los
sacerdotes, ministros de Cristo; por el Sacramento del Orden ellos tienen una
peculiar gracia de estado para dirigir, exhortar, aconsejar; y son los
sacerdotes en el Sacramento los que tienen el discernimiento como don del
Espíritu Santo. Son los sacerdotes los que ejercen este discernimiento en el
Sacramento de la
Reconciliación, y en cierto modo, se les debe obediencia a
los sacerdotes como pastores y maestros; además de buscar para ello sacerdotes
que vayan teniendo el corazón pastoral de Cristo y santidad de vida para que la Gracia fluya abundante en
aconsejar y discernir, como señala el Vaticano II en el decreto Presbiterorum ordinis.
4. La virtud del buen consejo es,
además, la capacidad del hombre prudente
en saber aconsejar; lo primero,
saber aconsejar y eso es distinto de mandar. Cuando nos piden un consejo lo
ofrecemos pero es un error imponerlo y mandar sobre la otra persona. Quien
viene a consultar algo busca ayuda, no hemos de romper su libertad ordenando lo
que ha de hacer.
Si alguien nos pide consejo,
internamente pidamos la luz del Espíritu Santo; luego escuchemos mucho, hablando
poco, y situándonos en lo que la otra persona siente o sufre, pero sin perder
objetividad. Después de mucho escuchar, hablar poco, lo necesario, con
suavidad, intentando ver distintas soluciones, sus ventajas e inconvenientes y
al fin dar un consejo oportuno.
La misma Palabra de Dios indica cómo
hemos de aconsejar, apuntando sobre todo a la prudencia y a la discreción
guardando aquello que nos consulten en el corazón, con la máxima reserva. Es,
de nuevo, el libro del Eclesiástico el que habla: “no repitas nunca lo que se dice, y en nada sufrirás menoscabo. ¿Has
oído algo? ¡Quede muerto en ti! ¡Ánimo, no reventarás!” (Eclo 19, 7.10). “Quien revela los secretos,
pierde el crédito, no encontrará jamás amigo íntimo” (Eclo 27,16).
Cuando aconsejamos hemos de buscar
el bien del otro y buscar la
Verdad, pero sin aconsejar según nuestros propios intereses;
puede que lo que aconsejemos a una persona sea una decisión que nos perjudique,
pero antes está el bien de esa persona que el nuestro propio. Se ha de procurar
ser muy frío y desinteresado, y no ser parcial ni tendencioso a la hora de
aconsejar.
Si alguien nos pide consejo,
habremos de actuar con total coherencia de vida manifestando nuestra fe,
aconsejando desde la fe y en consonancia con la moral católica, sin seguir los
pensamientos del mundo pues a veces guiamos a los demás “como piensa todo el
mundo” o “porque todo el mundo lo hace” y no según los pensamientos de Cristo.
Si quien nos pide un consejo no es creyente, hablemos de Jesucristo con absoluta
normalidad y sirvamos a esa persona según Cristo, y esto es ya modo de dar
testimonio y evangelizar.
5. Implorar al Señor la prudencia es
suplicarle nos vaya concediendo y ayudando a conseguir el buen sentido
práctico, la sensatez, y el bueno consejo, para buscarlo o para darlo según nos
lo pidan.
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