La rapidez, la inmediatez, de
noticias e ideas en nuestro mundo global hacen que sea imposible analizarlas,
ponderarlas, discernirlas. O se asumen acríticamente o se olvidan al instante.
El silencio da hondura a todo, y el silencio permite la reflexión personal,
poder analizar, comprender, estudiar.
El
silencio es el que logra pasar de la cantidad de información a la formación,
como un paso nuevo y necesario:
“Es motivo también para que no nos
quedemos sólo en las noticias si queremos entender el mundo y la vida; debemos
ser capaces de detenernos en el silencio, en la meditación, en la reflexión
serena y prolongada; debemos saber pararnos a pensar. De este modo nuestro ánimo
puede hallar curación a las inevitables heridas del día a día, puede
profundizar en los hechos que ocurren en nuestra vida y en el mundo y llegar a
esa sabiduría que permite valorar las cosas con ojos nuevos” (Benedicto XVI,
Hom. en el Te Deum, 31-diciembre-2012).
La
reflexión se hace posible por el silencio, permitiendo que el pensamiento
contemple, elabore sus conceptos, los relacione entre sí. Así es como surge la
filosofía; pero también es como surge la contemplación estética de lo creado,
de la naturaleza misma, y de ahí saldrá el arte, como plasmación de la Belleza contemplada en
silencio, con arrobamiento en la mirada:
“Procuremos escuchar ante todo la
voz de la naturaleza, que nuestra vida artificial ha hecho casi incomprensible.
El cosmos –cielo, tierra, vida y fenómenos de la naturaleza-, habla a quien lo
sabe escuchar un lenguaje, que sólo el silencio percibe, y que, a la apariencia
fácil y comprensible a los sentidos, se presenta luego lleno de secretos,
misterioso, casi temeroso: “El silencio eterno de los espacios infinitos me
espanta” dice una sentencia de un célebre pensador (Pascal, 206). Pero para
quien escucha bien, un lenguaje metafísico, religioso incluso, pronto sugiere:
“los cielos proclaman la gloria de Dios” (Sal 18,2); y así las otras escenas
del mundo que existe, y que por sí denuncia el no tener en sí mismo la propia
razón de existir. Volvámonos un poco contempladores y admiradores del mundo
creado” (Pablo VI, Ángelus, 11-julio-1971).
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