1. El cielo entra en la tierra
mediante la liturgia y “la liturgia es el cielo en la tierra” (Juan Pablo II,
Orientale lumen, n. 11).
He
aquí una dimensión de la liturgia olvidada, o, al menos, que no se suele poner
de relieve: lo escatológico en la liturgia, la relación entre la liturgia
terrena y la liturgia celestial, trascendente y elevadora, llena de belleza.
Parecería que nuestras liturgias están encerradas en nuestro tiempo, sólo miran
al grupo celebrante y su presente, se constituyen en un encuentro grupal del
“nosotros” y, de hecho, se la llama “fiesta”, “reunión de amigos”, “celebración
de la comunidad”. Todo muy excesivamente humano, social, temporal.
Pero
el cielo entra en la tierra mediante la liturgia y la liturgia de la Iglesia en la tierra nos
abre al cielo, haciéndonos pregustar la adoración eterna del cielo.
2.
El libro del Apocalipsis es un libro litúrgico en cierto modo. Describe la
solemne liturgia del cielo, de alabanza y adoración a Dios y al Cordero,
Jesucristo. El cielo es una liturgia continua y hermosa. Hagamos un recorrido
por este libro que cierra el Nuevo Testamento.
-El
vidente ve al Señor un domingo, “día del Señor” (Ap 1,10), vestido con larga
túnica y cinturón de oro a la altura del pecho, rodeado por siete candelabros
de oro. La gloria del Señor se revela un domingo porque el domingo es del Señor
y fiesta primordial de los cristianos.
-En
Ap 4,1-11 hay una liturgia de adoración, la primera que se narra. Cristo,
sentado en el trono, recibe el homenaje de los veinticuatro ancianos con
ropajes blancos y coronas de oro. Los cuatro seres vivientes –en alusión a lo
profetizado en Ezequiel (10,10-14)- día y noche cantan sin pausa: “Santo, Santo,
Santo es el Señor, soberano de todo: el que era y es y viene”. Los ancianos se
postran ante el trono y cantan a Dios: “Eres digno, Señor, Dios nuestro, de
recibir la gloria, el honor y el poder…”
-La
visión del Cordero degollado en el trono (Ap 5,1-14) es otro momento de una
liturgia plena. Los cuatros seres vivientes y los veinticuatro ancianos se
postran ante Él. Llevan cítaras para el canto litúrgico y copas de oro con
perfumes (que son las oraciones de los santos). Entonan un cántico nuevo: “Eres
digno de tomar el libro y abrir sus sellos…” Los ángeles, por millares, están
presentes adorando. La creación entera está cantando (“Al que se sienta en el
trono y al Cordero la alabanza…”), un “Amén” que resuena en el cielo y todos se
postran, una vez más, rindiendo homenaje.
-Los
mártires, en Ap 6,9-11, están al pie del altar. Claman a Cristo y reciben una
vestidura blanca.
-En
el cielo, muchedumbres inmensas de ángeles y de santos toman parte en la
liturgia celestial. Están de pie (Ap 7,1-17) delante del trono y del Cordero,
con vestiduras blancas y con palmas en sus manos, gritando con júbilo: “¡La
victoria es de nuestro Dios que está sentado en el trono, y del Cordero!” De
nuevo, una vez más, se postran todos rostro en tierra: “Amén. La alabanza y la
gloria y la sabiduría…”
-Cuando
tocan las trompetas de los siete ángeles, hallamos, una vez más, un canto de
aclamación en el cielo: “¡El reinado del mundo ha pasado a nuestro Señor…!” (Ap
11,15), a lo cual los veinticuatro ancianos nuevamente se postran ante Dios:
“Gracias te damos, Señor Dios omnipotente, el que eres y el que eras…”
-La
victoria del Cordero (Ap 14,1-13) va acompañada del sonido dulce de arpas que
cantan un cántico nuevo delante del trono.
-Una
señal magnífica en el cielo fue una especie de mar de vidrio veteado de fuego;
al pie, los que habían vencido a la fiera diabólica. Alegres, tienen en sus
manos las arpas que Dios les había dado y cantan: “Grandes y maravillosas son
tus obras, Señor Dios omnipotente…” (Ap 14,14-15,4).
-En
el cielo se anuncian las bodas del Cordero (Ap 18,21-19,10) y de nuevo la
liturgia se vuelve canto armonioso: “Aleluya. La salvación y la gloria y el
poder son de nuestro Dios”. Y entre aleluyas y cantos, una vez más, la
adoración: se postran rindiendo homenaje a Dios.
El
libro del Apocalipsis es una ventana abierta al cielo y la eternidad que
permite contemplar la liturgia celestial. Está toda hecha de estos elementos:
-
Adoración y homenaje a Dios
-
Inclinaciones y postraciones
-
Cantos de alabanza
-
Vestiduras refulgentes llenas de luz y vestiduras
blancas
-
Arpas y cítaras para una música dulce, nunca
estruendosa
-
Perfumes e incienso
-
Copas e incensarios de oro
-
Lugares bellos y un trono
-
Candelabros y luces
-
Júbilo.
Todos
estos elementos que aparecen dan lugar a una liturgia hermosa, llena de sentido
espiritual, totalmente trascendente y elevadora. Esta liturgia del cielo modela
y debe inspirar la liturgia de la
Iglesia peregrina ahora.
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