sábado, 22 de junio de 2019

Pecados contra la caridad

La santidad, a la cual todos estamos desarrollados, es el ejercicio pleno de la caridad teologal: un gran amor a Dios y, en el orden práctico y primero, al ser más inmediato, el amor al prójimo. Ahí es donde se verifica y desarrolla la santidad.

Pero si la caridad está debilitada o enferma, la santidad desaparece. Nuestros pecados contra la caridad desdicen de nuestro ser cristiano, de nuestra vida interior y de nuestra vocación a la santidad.




El primer mandamiento es “amarás al señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”. Nuestra vida se define y tiene sentido en la misma medida en que vivimos una relación de amor, de comunión con Dios. 

Nuestro pecado está muchas veces, en que nos olvidamos de Dios porque no conocemos su amor, o no lo hemos querido conocer, y tenemos a Dios como alguien extraño, casi como una carga en muchos momentos, con el cual nos relacionamos no en el amor, sino en el temor: “que Dios no me castigue”, “que Dios no me haga...” ¡como si la felicidad de Dios fuera amargar la vida de sus hijos! Dios no es así. Bastaría leer las Escrituras con ojos de fe y dejarse interrogar por el Espíritu Santo. Dios no es así con nosotros: esa es una proyección de la imagen de Dios. Muchas veces nuestro trato con el Señor es con temor, o mejor, basada en el miedo.

                Otras veces, en vez del temor, queremos usar a Dios. Se desarrolla en el hombre una imagen totalmente utilitarista de Dios. Nos acordamos de Dios sólo cuando necesitamos algo, cuando nos van mal las cosas; y entonces recurrimos a Dios por medio de algún santo de manera supersticiosa, poniendo velas o flores, o haciendo cierto tipo de promesas. 



Es otro pecado, y muy serio, el querer utilizar a Dios. El camino que Cristo nos propone es una relación personal, una relación de trato: “Amarás”. Se ama a quien se conoce, con quien se tiene roce, con quien se tiene contacto. “Amarás al Señor”.

                El segundo mandamiento “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Sin embargo, muchas veces lo que hacemos es secundar las inspiraciones de nuestro egoísmo. 

El egoísmo nos hace creer que nosotros somos importantísimos, somos el centro y el ombligo del mundo, y todos tienen que girar alrededor de nosotros. 

El que es egoísta se olvida de los demás, pasa de los demás, no le preocupan los demás, pero sí lleva cuenta minuciosa de lo que le que le hagan o le dejen de hacer a él mismo, porque es tan importante, que todo el mundo tiene que plegarse a sus deseos. 

El egoísmo pretende que todo el mundo nos trate bien, pero nos olvidamos de cómo debemos tratar a los demás: “Tratad a los demás como queráis que ellos os traten”

El egoísmo nos dice: “todo para ti”: no des limosna, no des nada, al contrario, a ti que te regalen, que te ofrezcan... 

El egoísmo va minando las relaciones; quiere someter al marido o a la mujer, a los propios intereses, nunca se da uno a los demás, ni se entrega, ni da la vida por los demás. 

El egoísta se constituye en el centro.

Comencemos a vivir la novedad de amar a Dios sobre todas las cosas y de saber amar al prójimo; no tanto amarnos a nosotros, buscándonos a nosotros mismos, sino saber amar, que exige el morir a uno mismo con tal de dar vida al otro, con tal de servir al otro. entonces estaremos viviendo en santidad.



2 comentarios:

  1. Bellísima entrada y magnífica foto Don Javier !!!
    Abrazos fraternos.

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  2. Hasta que miremos a una persona y veamos la belleza que hay en ella, no podemos contribuir nada a él o ella. Uno no ayuda a una persona discerniendo qué está mal, qué es feo, qué está distorsionado. Cristo miró a todos los que se encontró, a la prostituta, al ladrón, y vio la belleza escondida allí. Tal vez estaba distorsionada, tal vez dañada, pero no dejaba de ser belleza, y lo que hizo fue llamar a esta belleza.

    El punto de partida: Porque él nos ha amado primero, nos ha enseñado qué es el amor y nos ha capacitado para amar como él nos ha amado.

    Así es! "Si yo no tengo amor, nada soy Señor"

    Muchas, gracias Padre.

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