jueves, 21 de marzo de 2013

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (liturgia)

El pórtico de la Semana Santa, el domingo previo a la Pascua, celebramos el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, con ese aspecto doble: rememorar con la bendición y procesión de ramos y palmas la entrada de Jesús en Jerusalén para su Pasión, voluntariamente aceptada, y la memoria de la Pasión que luego, en el Triduo pascual, se comunicará mediante la gracia de la liturgia. Entramos en las catequesis estrictamente litúrgicas, es decir, teología, liturgia y espiritualidad de las grandes celebraciones del año litúrgico. Una vez más, repitiendo lo mismo a la par que actualizándolo, para refrescar lo que ya sabemos.


Ya esta celebración, festiva y dramática a un tiempo, popular, debe disponernos interiormente para el Triduo pascual y vivir con fervor la Pascua de Cristo, su paso de este mundo al Padre, su paso de la muerte a la vida. A la hora de preparar este Domingo, y catequizar a los fieles, hemos de mostrarles ese horizonte pascual al que apunta este Domingo de Ramos: que comprendan y vean cómo es una cita de amor a Cristo participar luego del Triduo pascual (Misa in Coena Domini, acción litúrgica en la Pasión, del Viernes Santo y la santísima Vigilia pascual).

Estos días de Semana Santa y luego el Triduo pascual, siguen un proceso de mímesis o imitación cronológica, repitiendo, incluso en coincidencia de horario, los misterios últimos de la vida de Jesucristo. Y el primer momento es su entrada en Jerusalén para sufrir la Pasión. Entra aclamado hoy quien luego será condenado a gritos. Entra como Rey aquel que muere ajusticiado como esclavo por nuestros pecados, por los pecados de la humanidad entera.

La entrada de Jesús en Jerusalén se conmemora en la primera parte de la liturgia con la lectura del Evangelio, la bendición de los ramos y palmas (que todos tienen ya en sus manos y no se hace ninguna presunta entrega ritual uno a uno) y la procesión alegre y festiva hasta el interior del templo (por cierto, sin ningún canto con “Aleluya”).


La carta de la Congregación para el Culto divino sobre las fiestas pascuales recuerda el modo de realizar esta parte y su sentido:

“La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, que comprende a la vez el presagio del triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión. La relación entre los dos aspectos del misterio pascual se ha de evidenciar en la celebración y en la catequesis del día. La entrada del Señor en Jerusalén, ya desde antiguo, se conmemora con una procesión, en la cual los cristianos celebran el acontecimiento, imitando las aclamaciones y gestos que hicieron los niños hebreos cuando salieron al encuentro del Señor, cantando el fervoroso “Hosanna”.

La procesión sea única y tenga lugar antes de la misa en la que haya más presencia de fieles; puede hacerse también en las horas de la tarde, ya sea del sábado ya del domingo. Para ello hágase, en lo posible, la reunión de la asamblea en otra iglesia menor, o en un lugar apto fuera de la iglesia hacia la cual se dirigirá la procesión. Los fieles participan en esta procesión, llevando en las manos ramos de palma o de otros árboles. Los sacerdotes y los ministros, llevando también ramos, preceden al pueblo.

La bendición de ramos o palmas tiene lugar en orden a la procesión que seguirá. Los ramos conservados en casa recuerdan a los fieles la victoria de Cristo, que se ha celebrado con la procesión. Los pastores hagan todo lo posible para que la preparación y la celebración de esta procesión en honor de Cristo Rey pueda tener un fructuoso influjo espiritual en la vida de los fieles.


Para la conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén, además de la procesión solemne que se acaba de describir, el Misal ofrece otras dos posibilidades, no para fomentar la comodidad y la facilidad, sino en previsión de las dificultades que puedan impedir la organización de una procesión.

La segunda forma de la conmemoración es una entrada solemne, que tiene lugar cuando no puede hacerse la procesión fuera de la iglesia. La tercera forma es la entrada sencilla, que ha de hacerse en todas las misas de este domingo en las que no ha tenido lugar la entrada solemne.

Donde no se puede celebrar la misa, es conveniente que se haga una celebración de la palabra de Dios sobre la entrada mesiánica y la Pasión del Señor, ya sea el sábado por la tarde, ya el domingo a la hora más oportuna. Donde no se puede celebrar la misa, es conveniente que se haga una celebración de la palabra de Dios sobre la entrada mesiánica y la Pasión del Señor, ya sea el sábado por la tarde, ya el domingo a la hora más oportuna.

Durante la procesión, los cantores y el pueblo cantan los cantos indicados en el Misal Romano, como son el salmo 23 y el salmo 46, y otros cantos apropiados en honor de Cristo Rey” (nn. 28-33).

Los ramos y las palmas sirven para rememorar como drama litúrgico lo que en Jerusalén ocurrió. Pero no deben ser objeto de superstición, como si lo fundamental hoy fuera coger –del modo que sea y a costa de lo que sea- un ramo. El Directorio de piedad popular y liturgia lo advierte:

“La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos “de la Pasión del Señor”, que comprende a la vez el triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión. La procesión que conmemora la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén tiene un carácter festivo y popular.

A los fieles les gusta conservar en sus hogares, y a veces en el lugar de trabajo, los ramos de olivo o de otros árboles, que han sido bendecidos y llevados en la procesión. Sin embargo, es preciso instruir a los fieles sobre el significado de la celebración, para que entiendan su sentido. Será oportuno, por ejemplo, insistir en que lo verdaderamente importante es participar en la procesión y no simplemente procurarse una palma o ramo de olivo; que éstos no se conserven como si fueran amuletos, con un fin curativo o para mantener alejados a los malos espíritus y evitar así, en las casas y los campos, los daños que causan, lo cual podría ser una forma de superstición.

La palma y el ramo de olivo se conservan, ante todo, como un testimonio de la fe en Cristo, rey mesiánico, y en su victoria pascual” (Directorio sobre liturgia y piedad popular, n. 139).

Pensemos, al portar estos ramos en la procesión, cantando y aclamando a Cristo, que serán estos mismos ramos de victoria los que luego se quemarán para la Ceniza del Miércoles de Ceniza: el triunfo o la aclamación humana es fugaz, pasa pronto: todo se vuelve polvo. ¡Ay de quien se cree alguien importante! ¡Ay de los avasalladores, embebidos de su propia gloria y orgullo!

Llegados al templo, tras incensar el altar, el sacerdote se dirige a la sede y directamente canta la Oración colecta -sin acto penitencia- y la Misa prosigue como de costumbre destacando, sobre todo, la lectura de la Pasión del Señor que es la mejor catequesis que Cristo nos ofrece para acompañarle a Él en el Triduo pascual.

“La historia de la Pasión goza de una especial solemnidad. Es aconsejable que se mantenga la tradición en el modo de cantarla o leerla, es decir, que sean tres las personas que hagan las veces de Cristo, del narrador y del pueblo. La Pasión ha de ser proclamada por diáconos o presbíteros, o, en su defecto, por lectores, en cuyo caso la parte correspondiente a Cristo se reserva al sacerdote. Para la proclamación de la Pasión no se llevan ni luces ni incienso, ni se hace al principio el saludo al pueblo como se hace de ordinario para el evangelio, ni se signa el libro. Tan sólo los diáconos piden la bendición al sacerdote. Para el bien espiritual de los fieles, conviene que se lea por entero la narración de la Pasión y que no se omitan las lecturas que la preceden” (Carta..., n. 34).

Las notas sobre la espiritualidad para vivir este día ya se han ido viendo antes. Vayamos a los textos eucológicos que eduquen el espíritu y la inteligencia.


La Monición sacerdotal que señala el Misal nos descubre qué hacemos en este día:

“Ya desde el principio de la Cuaresma nos venimos preparando con obras de penitencia y caridad. Hoy, cercana ya la Noche santa de Pascua, nos disponemos a inaugurar, en comunión con toda la Iglesia, la celebración anual de los misterios de la pasión y resurrección de Jesucristo, misterios que empezaron con la solemne entrada del Señor en Jerusalén. Por ello, recordando con fe y devoción la entrada triunfal de Jesucristo en la ciudad santa, le acompañaremos con nuestros cantos, para que, participando ahora de su cruz, merezcamos un día tener parte en su resurrección”.

Se señala y sitúa la meta: desde la Cuaresma a la Noche santa de Pascua (¿es que alguien puede olvidar la meta de la Pascua después de tan largo camino cuaresmal?).La celebración, aun siendo popular, debe ir acompasada de la fe y de la devoción: vamos con Cristo, vamos detrás de Cristo. El orden mismo de la procesión lo marca: incensario, cruz adornada con ramos de olivo, sacerdote y ministros, cantores y fieles. Todos detrás de Cristo, todos detrás de la Cruz, todos siguiendo al Maestro. Es la invitación diaconal para iniciar la procesión la que apunta la perspectiva cristiana del seguimiento: “Como la muchedumbre que aclamaba a Jesús, acompañemos también nosotros con júbilo al Señor”.


La oración colecta al iniciar la Misa nos lleva a mirar el Calvario y la espera de la Pascua. La Misa es Misa en la Pasión del Señor, un prólogo solemne para vivir el Triduo pascual. Por eso oramos diciendo:

Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste que nuestro Salvador
se hiciese hombre y muriese en la cruz,
para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a tu voluntad;
concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio,
y que un día participemos en su gloriosa resurrección.

Para nuestro habitual "apostolado de la fotocopia", aquí tenéis un díptico sobre la liturgia del Domingo de Ramos, para su difusión y lectura.

4 comentarios:

  1. Desde muy joven me surgió una pregunta: ¿dónde estaban los que aclamaron a Jesús a su entrada a Jerusalén cuando la multitud, poco después, gritó crucifícale? Cuando dejé de ser tan joven y aprendí que el amigo te puede abandonar en el momento del peligro, acobardado por el miedo o defraudado por tu comportamiento, y que vivir la acción litúrgica no era una actitud meramente externa sino, y sobre todo, interna, la pregunta se hizo más personal: ¿y tú estarás junto a la cruz o sólo gritarás “viva el hijo de David”?

    Claro es al respecto el Magisterio de la Iglesia, baste citar alguna frase del Magisterio más cercano a nosotros desde Pablo VI: “Creemos que nuestro Señor Jesucristo nos redimió, por el sacrificio de la cruz…” (Credo del pueblo de Dios); Juan Pablo II: “La contemplación de la Cruz nos lleva… a las raíces más profundas de cuanto ha sucedido”; Benedicto XVI: “la sabiduría de la Cruz supera todo límite cultural que se quiera imponer… y obliga a abrirse a la universalidad de la verdad”; Francisco: “Hay que tener el coraje de caminar con la Cruz del Señor y edificar la Iglesia sobre la sangre de Cristo y de confesar la única gloria: Cristo crucificado".

    La Liturgia de la Iglesia pone delante de nuestro corazón la visión panorámica de lo que va a suceder desde la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén.


    En oración ¡Qué Dios les bendiga!

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    1. Julia María:

      Además de con su experiencia personalísima, me quedo con lo último que destaca. La liturgia nos pone hoy por delante una visión panorámica. Esta visión podría ayudarnos a no perder el sentido de lo que va a ir aconteciendo.

      Me entristece muchísimo, pero muchísimo, de verdad, que los fieles en general escuchen la Pasión el domingo de Ramos... y ya no vuelvan a aparecer hasta el Domingo de Pascua en Misa. Me duele la boca de predicarlo y enseñarlo por todas las parroquias por las que he pasado: a partir del Domingo de Ramos comenzamos un "in crescendo" que desemboca en el binomio Vigilia pascual-Misa del día de Pascua.

      Un saludo

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  2. Todo esto es un misterio que cada día me produce un asombro mayor. La Caridad de Nuestro Creador es un misterio que me sobrepasa.
    Muchas gracias, Padre. Espero que hasta pronto. Sigo rezando.

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    1. Es el Amor de Dios. Pero este Amor de Dios se vive y se expresa en la liturgia, con todo lo que es liturgia: canto, procesiones con ramos, lavatorios, procesiones de ofrendas, velas encendidas en las manos durante la Pascua... Ese movimiento ritual, ese canto, esa expresividad, es la solemne liturgia de la Iglesia -sin devocionalismo, sin aislarse espiritualmente asistiendo pasivamente a una ceremonia sacral-, sino participando de veras. Entonces el Amor de Dios se nos da en plenitud.

      Y es que la liturgia es algo muy distinto de un rato de meditación personal silenciosa.

      Mediante los ritos y plegarias, se nos da Dios mismo y acontece bajo el velo de los misterios, el Acontecimiento: el Misterio pascual de Cristo.

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