viernes, 8 de marzo de 2013

Tutelar la fe (el Magisterio de la Iglesia)

Como bien sabemos, la Iglesia es "columna y fundamento de la verdad", que establecida sobre la roca de la fe apostólica, recibe el mandato del Señor de "conservar la fe", de cuidar el "depósito de la fe", para exponerlo íntegro y limpio, sin manchas ni añadiduras ni tergiversaciones.


La fe no admite el libre arbitrio que desfigura el depositum fidei a gusto del consumidor, de sus juicios previos y de las lentes que cada cual se ponga para mirar; el deseo feliz del Apóstol se vio cumplido: "he conservado la fe". Para eso el Señor instituye el Magisterio de la Iglesia, que enseña, profundiza y vigila. Se preserva así el depósito de la fe de la subjetividad de cada cual y de cada época, ajustándose siempre a la Verdad revelada.

En la Iglesia el Magisterio de la Iglesia es necesario y vertebra la fidelidad, uniéndonos en una cadena intemporal al mismo Señor, al origen de su predicación, a la Revelación libre y graciosa de Dios. Así, junto al asentimiento racional y adhesión a las enseñanzas del Magisterio (Concilios, Papas), también debería surgir un elemento de gratitud por esta guía segura, que presta un gran servicio, insertándonos en la Tradición siempre viva de la Iglesia.

Pasó, en ciertos aspectos, la moda de disentir sistemáticamente de todo y por todo del Magisterio de la Iglesia; es el momento -Año de la Fe- de recobrar la adhesión, la confianza y el agradecimiento al Magisterio eclesial como órgano de la Tradición y vehículo de transmisión fiel de la Verdad revelada.

Nadie puede aducir sensatamente que el Magisterio es cosa del pasado y que el espíritu del Concilio ha ofrecido una libertad salvaje, no a la inteligencia, sino a la imaginación deseosa de novedades. Nadie puede basarse en los documentos del Concilio Vaticano II para establecer una "eclesiología popular", donde la jerarquía aparezca como tremendamente opresora de la fe, y ésta deba vivirse libremente, improvisadamente, cambiando la Verdad por la ética árida. Nadie, arropado en la capa del "carisma" o de ser "profeta" puede erigirse a sí mismo en un nuevo magisterio, siempre contestatario.

Para ello, recordemos -asumiendo- la enseñanza del Concilio Vaticano II para que nadie argumente sobre el Concilio sin haberlo leído, ni nadie crea que el Concilio afirma lo que algunos proclaman sin haberse acercado a sus textos.

El Magisterio tiene su origen en Cristo, que así lo instituyó, para bien de la Iglesia:

"Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica [12], y que nuestro Salvador, después de su resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara (cf. Jn 21,17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mt 28,18 ss), y la erigió perpetuamente como columna y fundamento de la verdad (cf.1 Tm 3,15). Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él" (LG 8).

Sigue explicando la Constitución Lumen Gentium:

"Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto. Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo" (LG 25).

Ese mismo número de LG continuará explicando el Magisterio infalible, el Magisterio ordinario, etc., interesantes de recordar para evitar muchos despropósitos que se suelen afirmar. Por su parte, la Constitución Dei Verbum, relaciona así la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia:


"El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer.
Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas" (DV 10).

Digamos, simplemente, que el Magisterio en la Iglesia recibe la función -el "munus"- de tutelar la fe y permitir que la recibamos íntegra y la vivamos fielmente, con una comprensión cada vez mayor.


En 1967, cuando el disenso y los "pseudo-profetas" de la contestación ponían en entredicho el Magisterio apelando a la subjetividad y a la libertad de opinión, como si cada cual pudiese ajustarse la Revelación a la propia medida de su entendimiento, gusto y casi capricho, cobra valor y fuerza la palabra autorizada del papa Pablo VI. Para nosotros hoy se convierte en un recordatorio de la necesidad y el valor del Magisterio y debe ayudarnos para vivir rectamente la fe católica.

"La solicitud por la fidelidad doctrinal, que fue al comienzo del reciente Concilio anunciada de una manera tan solemne, debe por esto mismo guiar este período nuestro postconcilicar y con tanta mayor vigilancia por parte de quien en la Iglesia de Dios ha recibido de Cristo el mandato de enseñar, de defender su mensaje y de custodiar el "depósito" de la fe, cuanto más numerosos y más graves son los peligros que hoy la amenazan; peligros enormes a causa de la orientación irreligiosa de la mentalidad moderna y peligros insidiosos que del interior mismo de la Iglesia y se insinúan por obra de maestros y de escritores, deseosos, sí, de dar a la doctrina católica una nueva expresión, pero a menudo más deseosos de acomodar el dogma de la fe al pensamiento y al lenguaje profano que de atenerse a la norma del magisterio eclesiástico, dejando así libre curso a la opinión de que, olvidadas las exigencias de la ortodoxia, se pueden escoger las verdades de la fe que, a juicio de una instintiva preferencia personal, parecen admisibles, rechazando las demás, como si se pudiesen reivindicar los derechos de la conciencia moral, libre y responsable de sus actos, frente a los derechos de la verdad, sobre todo los de la divina revelación (cf. Gal 1,6-9), o como si pudiera someterse a revisión el patrimonio doctrinal de la Iglesia para dar al cristianismo nuevas dimensiones ideológicas, muy diversas de las teológicas, que la genuina tradición delineó, con inmensa reverencia al pensamiento de Dios.

La fe, como sabemos, no es fruto de una interpretación arbitraria, o puramente naturalista, de la Palabra de Dios, como tampoco es la expresión religiosa que nace de la opinión colectiva, falta de una guía autorizada, de quien se dice creyente, ni mucho menos es la aquiescencia a las corrientes filosóficas o sociológicas del momento histórico que fluye. La fe es la adhesión de todo nuestro ser espiritual al mensaje maravilloso y misericordioso de la salvación que se nos ha comunicado por las vías luminosas y secretas de la revelación; no es sólo búsqueda, sino ante todo certeza; y más que fruto de nuestra investigación es don misterioso que quiere dóciles y disponibles para el diálogo con Dios, que habla a nuestras almas, atentas y confiadas.

Por eso, la tutela de la fe nos ha parecido tan imperiosa, después de la conclusión del Concilio, que hemos invitado a la Iglesia entera a celebrar un "año de la fe" en honor de los dos Apóstoles, principales maestros y testigos del Evangelio de Cristo, para meditar precisamente sobre la fe que nos han transmitido, y para valorizar, frente a las contingencias de la vida moderna, la función decisiva que tiene esta fundamental virtud para la estabilidad de nuestra vida religiosa, para la vitalidad de la Iglesia, para la edificación del Reino de Dios en las almas, para el diálogo ecuménico y para el contacto auténtico y regenerador que los seguidores de Cristo intentan tener con el mundo contemporáneo. 

Queremos así reafirmar nuestra propia fe de maestros, de testigos, de pastores en la Iglesia de Dios, para que bajo la mirada del que es su única y suprema cabeza, Cristo viviente e invisible, sea encontrada humilde, sincera y valiente; queremos también confortar la de todos nuestros hijos, especialmente de los que se dan al estudio de la teología y de la religión, a fin de que quieran, con un renovado y vigilante reconocimiento de la doctrina inmutable y cierta de la Iglesia, colaborar sabiamente a la promoción de las ciencias sagradas y al mantenimiento, en la luz y en la fecundidad, del depósito inviolable de la doctrina católica

(Pablo VI, Disc. en la apertura del Sínodo de los Obispos, 29-septiembre-1967).

9 comentarios:

  1. Buenos días don Javier. Magnífica entrada, adhesión a la fe. El relativismo circundante hay que ver cómo chirría cuando quiere infectar la fe, en seguida, todo es incoherente, absurdo, contradictorio, caduco. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El relativismo es una nueva dictadura, una tiranía del pensamiento "políticamente correcto". ¡Y cómo se ha infiltrado! Hay que recuperar el logos, la capacidad de la razón de pensar y buscar la Verdad.

      La Iglesia, maestra, nos lleva de la mano en esa búsqueda y conocimiento.

      Eliminar
  2. “Quien a vosotros escucha a mi me escucha”.

    Tradición apostólica y fidelidad a Cristo a través de los siglos nos protegen de los peligros que siempre amenazan a la Iglesia. "Os transmití lo que a mi vez recibí". "Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros". “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos… os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros”.

    En oración ¡Qué Dios les bendiga!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me deja preocupado... ¡¡Muy breve su comentario!! Acumula citas bíblicas y retiene su oratoria forense para mejor ocasión. ¿Está enferma? ¿Le pasa algo? ¿O sus hijos le han impuesto un voto de silencio? (jejejeje)

      Eliminar
    2. Aunque un gripazo me retiene en la cama no disminuye lo "prolijo de mi escritura" pero san Pablo y san Juan, unidos a las palabras de Jesús, expresan lo que yo quería decir de un modo tan meridianamente claro … que me dejaron sin palabras; si, los propios santos se han quedado muy sorprendidos… (risas).

      Eliminar
    3. Ay, Julia María, ¡¡ya decía yo que pasaba algo!!

      Los santos están sorprendidos en el cielo por la brevedad de sus comentarios; sus hijos me imagino cómo se quedaron y yo, simplemente, estupefacto.

      Mejórese.

      Eliminar
  3. Intuyo que aún quedan "pseudo-profetas" de la contestación que están campando por sus respetos, no sé si numerosos, pero si muy ruidosos en los medios. Supongo que producen confusión en algunos. La VERDAD es una e invariable a través del tiempo. Quedarse con lo que no cambia pudiera ser un buen camino, sobre todo porque el magisterio de la Iglesia viene diciendo los mismo durante unos cuantos siglos, eso como mínimo podría hacer reflexionar a los que dicen que la Iglesia ha de "actualizarse". Aparte de eso, no se me alcanza como se puede actualizar tener como prioridad absoluta en la vida AMAR. AMAR es AMAR, e intuyo que su rotundidad es imposible de abarcar por medios humanos. "¡¿Actualizar?! ¡¿Actualizar que?! si DIOS es presente permanente. AMAR.
    Muchas gracias, Padre, una vez más. Abrazos en CRISTO. DIOS le bendiga.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Antonio Sebastián:

      Actualizar, sí, claro que sí; la misma y eterna Verdad que es profundizada, descubriendo nuevos haces de luz, nuevas perspectivas siendo siempre la misma Verdad; actualizar en la línea de profundización y actualizar en la línea de exposición: saber presentar la Verdad con lenguajes nuevos que no supongan alteración o mutación del contenido, sino mayor claridad.

      No es innovar, no es inventar, no es omitir, no es cambiar la Verdad.

      Eliminar
  4. Muchas gracias, Padre, por la aclaración. DIOS le bendiga.

    ResponderEliminar