miércoles, 20 de marzo de 2013

Perdónanos... como nosotros perdonamos (IX)

Como vamos viendo -e interiorizando- la petición sobre el perdón suscita en san Agustín el comentario más amplio y extenso, comparado con las restantes peticiones.

De por sí, esto es un dato relevante. Aquí se juega el sentido mismo de la redención, que es el perdón de los pecados, y de la fraternidad eclesial, edificada sobre el perdón mutuo.


La amplitud, el relieve y el contenido mismo de la catequesis sobre el perdón en el Padrenuestro debían, sin duda, impactar a los "competentes", a los catecúmenos elegidos para el Bautismo, así como a los fieles que asistían a estas instrucciones catequéticas que cada año imprimían la doctrina de nuevo en sus almas.

"n. 15. Aún decís: "¿Quién puede hacerlo? ¿Quién lo ha hecho?" Hágalo Dios en vuestros corazones. También yo sé que son pocos quienes lo hacen, que son grandes quienes lo hacen; que lo hacen los espirituales. ¿Acaso son tales todos los fieles que en la Iglesia se acercan al altar a recibir el cuerpo y la sangre del Señor? ¿Lo son todos? Y, sin embargo, todos dicen: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

¿Qué sucedería si les respondiese Dios: "Por qué me pedís que cumpla lo que prometí, si vosotros no hacéis lo que mandé? ¿Qué prometí? Perdonar vuestras deudas. ¿Qué mandé? Que también vosotros perdonarais a vuestros deudores. ¿Cómo podéis hacer esto si no amáis a vuestros enemigos?" ¿Qué hemos de hacer, pues, hermanos? ¿A tan pequeño número se reduce la grey de Cristo, si sólo deben decir: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, quienes aman a sus enemigos? No sé qué hacer ni qué decir. ¿Debo deciros: "si no amáis a vuestros enemigos, no oréis"? No me atrevo; antes al contrario, os digo: "Orad para llegar a amarlos". Pero ¿he de deciros acaso: "Si no amáis a vuestros enemigos, al recitar la oración no digáis: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores?"

Suponte que te digo: "Pasa esto por alto". Si no lo decís, queda sin perdón; si lo decís, pero sin cumplirlo, quedará también sin perdón. Luego ha de decirse y hacerse para que se os perdonen los pecados.

n. 16. Estoy viendo una manera de poder consolar no a un reducido número, sino a una muchedumbre. Sé que es esto lo que deseáis oír. Cristo dijo: Perdonad y seréis perdonados. ¿Qué decís vosotros en la oración, sino aquello de que ahora hablamos: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores? "Por tanto, Señor, perdona como nosotros perdonamos". Esto es lo que pides: "Padre que estás en los cielos, perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Esto es lo que debéis hacer, y no lo hiciereis, pereceréis.

Cuando tu enemigo te pide perdón, concédeselo inmediatamente. ¿Es también esto mucho para vosotros? Era mucho para ti amar al enemigo que te vejaba; ¿lo es también amar a quien te suplica perdón? ¿Qué dices? Te vejaba y le odiabas. Hubiera preferido yo que al sufrir sus malos tratos te hubieses acordado del Señor, que dijo: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen. Este sería mi mayor deseo: que, aun cuando tu enemigo se ensañaba contra ti, hubieras vuelto tu mirada a estas palabras del Señor.


Mas, tal vez, dirás: "Sí, él lo hizo; pero en cuanto Señor; lo hizo porque él es Cristo el Hijo de Dios, el Unigénito, el Verbo hecho carne. ¿Qué puedo hacer yo, hombre malo y sin fuerzas?" Si es mucho para ti imitar a tu Señor, piensa en tu consiervo. Apedreaban al santo Esteban y, de rodillas, entre piedra y piedra, oraba por sus enemigos, diciendo: Señor, no les imputes este pecado. Ellos estaban allí para apedrearlo, no para pedirle perdón; pero él oraba por ellos. Así quiero que seas tú; ábrete. ¿Por qué arrastras siempre tu corazón por tierra? Escucha: ¡arriba el corazón! [¡levantemos el corazón!]. Ábrelo, ama a tu enemigo. Si no puedes amarlo cuando te maltrata, ámale al menos cuando te pide perdón. Ama al hombre que te dice: "Hermano, he pecado, perdóname". Si entonces no perdonas, no digo que borras la oración de tu corazón, sino que serás borrado del libro de Dios.

n. 17. Si al menos en esta ocasión le perdonas o, como mínimo, arrojas entonces el odio de tu corazón... Digo que expulses el odio de tu corazón, no la corrección. "¿Qué he de hacer si tengo que castigar a quien me pide perdón?" Haz lo que quieras; pienso que amas a tu hijo, y alguna vez lo azotas. Cuando lo haces, no te preocupas de sus lágrimas, porque le reservas la herencia. Lo que te digo es esto: cuando tu enemigo te pide perdón, expulsa del corazón al odio. Dirás, tal vez: "Miente, finge". ¡Oh juez del corazón ajeno! Dime los pensamientos de tu padre; dime los tuyos de ayer. Lo suplica, pide perdón; perdónale, perdónale sin reparos. 

Si no le perdonas, no es a él a quien haces daño; es a ti mismo. Él sabe qué ha de hacer. Tú, consiervo tuyo, no quieres perdonarle; irá al Señor de ambos y le dirá: "Señor, rogué a mi consiervo que me perdonara y no quiso hacerlo. Perdóname tú". ¿Acaso no es lícito a su Señor anular las deudas de tu siervo? Recibido el perdón de su Señor, él marcha absuelto y tú permaneces con deudas. ¿Cómo con deudas? Llegará el momento de decir: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. El Señor te responderá: Siervo malvado, aunque era mucho lo que me debías, te perdoné todo porque me lo pediste. ¿No era, pues, justo que te compadecieses de tu consiervo como yo me he compadecido de ti? Son palabras del Evangelio, no de mi corazón. 

Si, rogado, perdonares a quien te ruega, puedes ya decir esta oración. Y si todavía no eres capaz de amar a quien te maltrata, puedes decir, no obstante, esta oración: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Pasemos a lo que resta".

(S. Agustín, Serm. 56, 15-17).

3 comentarios:

  1. Buenos días don Javier. Jamás he encontrado mayor alegría que cuando Dios me ha concedido perdonar de corazón. Una entrada para fotocopiar.Un abrazo.

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  2. Mi amigo Agustín, hombre de fe verdadera, mente brillante iluminada por la luz divina, claro como el agua, que no acude a vanas sensiblerías, ni a imposibles exigencias, ni a falsos consuelos; san Agustín tiene como Jesús un gran conocimiento del alma humana sin necesidad de acudir a la Ciencia psicológica moderna.

    En oración ¡Qué Dios les bendiga!

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  3. Me da por pensar que si la exigencia personal la ponemos según la medida de nuestras fuerzas, o cualidades, o dones, eso es completamente imposible, pero si es posible, si nuestro nivel de exigencia personal está al nivel de la acción de la Gracia. No es cosa humana, es cosa divina, un regalo más de Nuestro Creador. Alabado sea DIOS.
    Muchas gracias, Padre, por sus enseñanzas. Sigo rezando.

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