El
estilo es un modo de acceso a la Belleza.
Posee ciertas notas que lo caracterizan en su variedad hasta
poder agruparse: “estilo románico”, “estilo gótico”, etc., aunque sean
distintas las obras arquitectónicas, escultóricas o pictóricas dentro del mismo
estilo: pero son siempre identificables y reconocibles.
Hay
unas notas claras, dentro de la variedad de vocaciones y situaciones
personales, que definen muy bien cuál es el estilo cristiano y eclesial, la
forma auténtica de ser cristiano y miembro de la Iglesia. Ese estilo
cristiano se ha plasmado en cada santo. Ellos, los santos, nos revelan y
actualizan constantemente cuál es el estilo cristiano y eclesial,
distinguiéndolos de otros estilos religiosos, o filosóficos, o de un estilo
mundanizado, o de un estilo secular.
Para
empezar, se nos señala algo claro: el estilo cristiano tiende a la perfección
marcada por Cristo, por ello, el estilo cristiano es la santidad. Ésta
constituye el logro de pureza y claridad del estilo cristiano: ser cristiano es
estar llamado a la santidad, porque el santo es el icono más claro del
Evangelio, del estilo de vivir cristianamente y a contracorriente:
“Si somos conscientes de esto, comprendemos
que una novedad, ésta de tipo moral, debe imprimir en nuestra vida un estilo
característico que nos narran muchas aventuras curiosas y estupendas de la
santidad; todo maestro de almas sabe algo de ello. Pero existe, un estilo
cristiano, un estilo nuevo. Es más, como nos enseña la Sagrada Escritura,
debemos dejar caer en nosotros el “hombre viejo”, y debemos revestirnos del
“hombre nuevo”. Esta palabra es un programa. Los maestros del espíritu
encuentran toma para amplias y bellísimas enseñanzas: un “vestido nuevo” que no
sufre desgaste, sino que se renueva por sí mismo, como enseña San Pablo (Col
3,10; Ef 4,23-24; Rm 12,2; 2Co
4,16). Un estilo nuevo, el estilo
cristiano, siempre en vías de perfeccionamiento, hasta llegar a lo inverosímil,
a la santidad” (Pablo VI, Audiencia general, 25-abril-1972).
La
santidad es la corona, el término, la meta, del estilo cristiano… porque la
santidad es llevar a plenitud el seguimiento de Cristo, la norma del Evangelio,
el bautismo que nos consagró. El estilo cristiano, hombres transformados en
Cristo, que creen en el Evangelio y lo viven sin glosas, fielmente, desemboca
en la santidad.
El
estilo cristiano quiere reproducir los mismos sentimientos, virtudes, obras,
mente, de Jesucristo; el estilo cristiano busca parecerse al Señor y llegar a
ser como Él –claro está que no como esfuerzo ético o exterior: se es llamado y
el Espíritu Santo trabaja interiormente-. Tal es el estilo cristiano: las bienaventuranzas,
por ejemplo; contienen el horizonte de ese estilo cristiano, la transformación
más absoluta y radical: pobreza de espíritu, hambre de Dios, misericordia,
limpieza de corazón… ¡He aquí el programa del cristianismo, el compendio mayor
del estilo cristiano!
“Leed el sermón de la montaña, que es como la
síntesis del Evangelio y el programa del cristianismo. Por el hecho de que el
Señor traslada la esencia y la perfección de la vida moral desde el exterior al
interior del hombre, al corazón, al pensamiento, a la conciencia, esta nuestra
vida moral se ha hecho más ardua y más grave, especialmente si falta en
nosotros el amor y la gracia, que hacen fácil, “gozoso y pronto”, todo
quehacer, todo sacrificio (cf. Sto. Tomás, I-II, 107,4). Y el ejemplo de Cristo
crucificado que Él mismo ha propuesto a nuestra imitación, ¿no nos habla acaso
de la fortaleza de ánimo, del heroísmo que pueden exigírsenos a nosotros,
cristianos? “El que no toma su cruz (y quiere decir la mía) y sigue en pos de
mí, no es digno de mí”, ha sentenciado Jesús (Mt 10,38). Vosotros todos sabéis
qué han significado estas palabras en la historia del cristianismo y de la
santidad” (Pablo VI, Audiencia general, 6-septiembre-1972).
No
es de extrañar que el santo sea el reflejo más exacto de lo que es el estilo
cristiano. Ellos aceptaron el programa del cristianismo, lo desearon e hicieron
suyo, lo interiorizaron y lo pusieron en práctica. La belleza del cristianismo
brilló en sus personas.
El
estilo cristiano crea hombres nuevos. La propuesta cristiana genera un tipo
humano más pleno y, por ello, más auténtico y cabal, más firme y recio y por
ello más maduro y menos manipulable. Quien lo acepta y lo vive, de modo
consecuente, es quien camina en santidad; quien se deja formar en el estilo
cristiano, en todas las facetas de su ser, en todas las dimensiones, en todas
sus actuaciones y hasta relaciones humanas, vive la santidad.
El
estilo cristiano, si es tomado absolutamente en serio, vital, existencialmente
en serio, es una gran aventura y es conquista de la santidad:
“Nuestra fidelidad a la Iglesia comporta también
este nivel de vida: hay que ser santos. El programa de la vida cristiana no
tolera mediocridades…
La
vida cristiana libera, ciertamente, del peso de normas superfluas para la
perfección que sustancialmente consiste en la caridad (cf. Col 3,14), y que
denuncia la existencia de una hipocresía intolerable dentro del fariseísmo (cf.
Mt 23); pero no es laxista, sino más bien moralmente seria y severa: basta leer
el sermón de la montaña. Toda ella tiende a una perfección que comienza en el
interior del hombre, y por tanto compromete la orientación de la libertad,
incluso desde sus primeras raíces, desde el corazón (cf. Mt 15). Pero hemos de
advertir, ante todo, que la acción humana del cristiano goza de una ayuda
interior maravillosa e incalculable la gracia; ¿no dice el Maestro, para animar
a los discípulos asustados por las exigencias de la moral evangélica: “Para los
hombres, imposible, mas para Dios todo es posible”? (Mt 19,26). Es éste un
punto capital para el seguidor de Cristo y para toda la doctrina y la práctica
de la vida y de la perfección cristiana, es decir, para la conquista de la
santidad” (Pablo VI, Audiencia general, 4-noviembre-1972).
El
cristianismo tiene ese estilo, no otro: engendra santos. Huye el cristianismo
de cualquier ideología y no permite que nadie (pseudo-teólogo por ejemplo) lo
ideologice; rechaza ser un instrumento subversivo de fuerzas sociales, siempre
politizadas. Lo suyo no son ni las revoluciones, ni es una mera voz entre otras
sólo para hablar de justicia y social y emprender obras asistenciales allí
donde los Estados no alcanzan. Tampoco será nunca una voz políticamente
correcta para educar en valores, aceptados por todos, omitiendo aquello que hoy
no gusta oírse. El cristianismo, para que crezca aquí y ya el Reino de Dios,
ofrece un estilo que cambia a las personas desde dentro: la santidad. Así sí
cambiará el mundo: con hombres nuevos, llenos del Espíritu, que palpitan con el
Corazón de Cristo, aman la
Verdad, se ajustan al Logos, saben perdonar siempre y
derraman misericordia, hacen el bien incluso a sus enemigos:
“El hombre, por su
naturaleza, está orientado hacia el bien; además, contamos con un apoyo
prodigioso que nos hace buenos y nos ayuda a ser buenos cada vez más; es la
gracia, la efusión interior del Espíritu Santo, con tal de que le abramos la
puerta del corazón, con la adhesión sincera y la aceptación profunda del
Evangelio, como la Iglesia
nos enseña y nos ayuda a hacer. Es éste, en el fondo, el sentido global de la
vida cristiana y de la salvación que lleva consigo; ser hombres buenos, justos,
firmes, libres y verdaderos, vivientes en Cristo. El hombre “nuevo” es así...
Santidad, es decir, la perfección suprema de nuestro ser” (Pablo VI, Audiencia
general, 19-septiembre-1973).
Ése
es el estilo cristiano, bien. Pero, ¿y la Iglesia? ¿Qué tiene que ver con todo ello? ¿No es
una institución que limita al cristiano y su libertad? ¿Un obstáculo que hay
que sortear? ¿Un impedimento, con sus leyes, para el desarrollo del
cristianismo y la libertad individual? ¡Esos son los planteamientos de muchos
hoy!, planteamientos movidos, entre otros, por la secularización.
Pero,
¿entonces? La Iglesia
es la que posibilita ese estilo cristiano. Es la escuela del Evangelio; es la
maestra del espíritu humano; es el altavoz y portavoz del Logos-Sabiduría; es
la que sostiene al cristiano con los medios sobrenaturales de la liturgia y los
sacramentos.
Es
la Iglesia la
que acompaña a sus hijos para que vayan adquiriendo el estilo cristiano; es la Iglesia el ámbito donde
florece el Espíritu Santo y toda gracia (cf. S. Ireneo, Adv. Haer, III,24,1;
Hipólito, Trad. Apost., 35) para la conquista de la santidad.
¿Busca
la Iglesia un
fin temporal, un objetivo terreno? ¿Tiene otros intereses, tal vez de poder o
de economía? Su único fin e interés es inculcar ese estilo cristiano; su única
meta es la santidad de sus hijos.
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