viernes, 17 de mayo de 2019

Estilo cristiano y eclesial (Palabras sobre la santidad - LXIX)


El estilo es un modo de acceso a la Belleza. Posee ciertas notas que lo caracterizan en su variedad hasta poder agruparse: “estilo románico”, “estilo gótico”, etc., aunque sean distintas las obras arquitectónicas, escultóricas o pictóricas dentro del mismo estilo: pero son siempre identificables y reconocibles. 




            Hay unas notas claras, dentro de la variedad de vocaciones y situaciones personales, que definen muy bien cuál es el estilo cristiano y eclesial, la forma auténtica de ser cristiano y miembro de la Iglesia. Ese estilo cristiano se ha plasmado en cada santo. Ellos, los santos, nos revelan y actualizan constantemente cuál es el estilo cristiano y eclesial, distinguiéndolos de otros estilos religiosos, o filosóficos, o de un estilo mundanizado, o de un estilo secular.

            Para empezar, se nos señala algo claro: el estilo cristiano tiende a la perfección marcada por Cristo, por ello, el estilo cristiano es la santidad. Ésta constituye el logro de pureza y claridad del estilo cristiano: ser cristiano es estar llamado a la santidad, porque el santo es el icono más claro del Evangelio, del estilo de vivir cristianamente y a contracorriente:

            Si somos conscientes de esto, comprendemos que una novedad, ésta de tipo moral, debe imprimir en nuestra vida un estilo característico que nos narran muchas aventuras curiosas y estupendas de la santidad; todo maestro de almas sabe algo de ello. Pero existe, un estilo cristiano, un estilo nuevo. Es más, como nos enseña la Sagrada Escritura, debemos dejar caer en nosotros el “hombre viejo”, y debemos revestirnos del “hombre nuevo”. Esta palabra es un programa. Los maestros del espíritu encuentran toma para amplias y bellísimas enseñanzas: un “vestido nuevo” que no sufre desgaste, sino que se renueva por sí mismo, como enseña San Pablo (Col 3,10; Ef 4,23-24; Rm 12,2; 2Co 4,16). Un estilo nuevo, el estilo cristiano, siempre en vías de perfeccionamiento, hasta llegar a lo inverosímil, a la santidad” (Pablo VI, Audiencia general, 25-abril-1972).
           
            La santidad es la corona, el término, la meta, del estilo cristiano… porque la santidad es llevar a plenitud el seguimiento de Cristo, la norma del Evangelio, el bautismo que nos consagró. El estilo cristiano, hombres transformados en Cristo, que creen en el Evangelio y lo viven sin glosas, fielmente, desemboca en la santidad.


            El estilo cristiano quiere reproducir los mismos sentimientos, virtudes, obras, mente, de Jesucristo; el estilo cristiano busca parecerse al Señor y llegar a ser como Él –claro está que no como esfuerzo ético o exterior: se es llamado y el Espíritu Santo trabaja interiormente-. Tal es el estilo cristiano: las bienaventuranzas, por ejemplo; contienen el horizonte de ese estilo cristiano, la transformación más absoluta y radical: pobreza de espíritu, hambre de Dios, misericordia, limpieza de corazón… ¡He aquí el programa del cristianismo, el compendio mayor del estilo cristiano!

            Leed el sermón de la montaña, que es como la síntesis del Evangelio y el programa del cristianismo. Por el hecho de que el Señor traslada la esencia y la perfección de la vida moral desde el exterior al interior del hombre, al corazón, al pensamiento, a la conciencia, esta nuestra vida moral se ha hecho más ardua y más grave, especialmente si falta en nosotros el amor y la gracia, que hacen fácil, “gozoso y pronto”, todo quehacer, todo sacrificio (cf. Sto. Tomás, I-II, 107,4). Y el ejemplo de Cristo crucificado que Él mismo ha propuesto a nuestra imitación, ¿no nos habla acaso de la fortaleza de ánimo, del heroísmo que pueden exigírsenos a nosotros, cristianos? “El que no toma su cruz (y quiere decir la mía) y sigue en pos de mí, no es digno de mí”, ha sentenciado Jesús (Mt 10,38). Vosotros todos sabéis qué han significado estas palabras en la historia del cristianismo y de la santidad” (Pablo VI, Audiencia general, 6-septiembre-1972).

            No es de extrañar que el santo sea el reflejo más exacto de lo que es el estilo cristiano. Ellos aceptaron el programa del cristianismo, lo desearon e hicieron suyo, lo interiorizaron y lo pusieron en práctica. La belleza del cristianismo brilló en sus personas.

            El estilo cristiano crea hombres nuevos. La propuesta cristiana genera un tipo humano más pleno y, por ello, más auténtico y cabal, más firme y recio y por ello más maduro y menos manipulable. Quien lo acepta y lo vive, de modo consecuente, es quien camina en santidad; quien se deja formar en el estilo cristiano, en todas las facetas de su ser, en todas las dimensiones, en todas sus actuaciones y hasta relaciones humanas, vive la santidad.

            El estilo cristiano, si es tomado absolutamente en serio, vital, existencialmente en serio, es una gran aventura y es conquista de la santidad:

            Nuestra fidelidad a la Iglesia comporta también este nivel de vida: hay que ser santos. El programa de la vida cristiana no tolera mediocridades…
            La vida cristiana libera, ciertamente, del peso de normas superfluas para la perfección que sustancialmente consiste en la caridad (cf. Col 3,14), y que denuncia la existencia de una hipocresía intolerable dentro del fariseísmo (cf. Mt 23); pero no es laxista, sino más bien moralmente seria y severa: basta leer el sermón de la montaña. Toda ella tiende a una perfección que comienza en el interior del hombre, y por tanto compromete la orientación de la libertad, incluso desde sus primeras raíces, desde el corazón (cf. Mt 15). Pero hemos de advertir, ante todo, que la acción humana del cristiano goza de una ayuda interior maravillosa e incalculable la gracia; ¿no dice el Maestro, para animar a los discípulos asustados por las exigencias de la moral evangélica: “Para los hombres, imposible, mas para Dios todo es posible”? (Mt 19,26). Es éste un punto capital para el seguidor de Cristo y para toda la doctrina y la práctica de la vida y de la perfección cristiana, es decir, para la conquista de la santidad” (Pablo VI, Audiencia general, 4-noviembre-1972).

            El cristianismo tiene ese estilo, no otro: engendra santos. Huye el cristianismo de cualquier ideología y no permite que nadie (pseudo-teólogo por ejemplo) lo ideologice; rechaza ser un instrumento subversivo de fuerzas sociales, siempre politizadas. Lo suyo no son ni las revoluciones, ni es una mera voz entre otras sólo para hablar de justicia y social y emprender obras asistenciales allí donde los Estados no alcanzan. Tampoco será nunca una voz políticamente correcta para educar en valores, aceptados por todos, omitiendo aquello que hoy no gusta oírse. El cristianismo, para que crezca aquí y ya el Reino de Dios, ofrece un estilo que cambia a las personas desde dentro: la santidad. Así sí cambiará el mundo: con hombres nuevos, llenos del Espíritu, que palpitan con el Corazón de Cristo, aman la Verdad, se ajustan al Logos, saben perdonar siempre y derraman misericordia, hacen el bien incluso a sus enemigos:

El hombre, por su naturaleza, está orientado hacia el bien; además, contamos con un apoyo prodigioso que nos hace buenos y nos ayuda a ser buenos cada vez más; es la gracia, la efusión interior del Espíritu Santo, con tal de que le abramos la puerta del corazón, con la adhesión sincera y la aceptación profunda del Evangelio, como la Iglesia nos enseña y nos ayuda a hacer. Es éste, en el fondo, el sentido global de la vida cristiana y de la salvación que lleva consigo; ser hombres buenos, justos, firmes, libres y verdaderos, vivientes en Cristo. El hombre “nuevo” es así... Santidad, es decir, la perfección suprema de nuestro ser” (Pablo VI, Audiencia general, 19-septiembre-1973).

            Ése es el estilo cristiano, bien. Pero, ¿y la Iglesia? ¿Qué tiene que ver con todo ello? ¿No es una institución que limita al cristiano y su libertad? ¿Un obstáculo que hay que sortear? ¿Un impedimento, con sus leyes, para el desarrollo del cristianismo y la libertad individual? ¡Esos son los planteamientos de muchos hoy!, planteamientos movidos, entre otros, por la secularización.

            Pero, ¿entonces? La Iglesia es la que posibilita ese estilo cristiano. Es la escuela del Evangelio; es la maestra del espíritu humano; es el altavoz y portavoz del Logos-Sabiduría; es la que sostiene al cristiano con los medios sobrenaturales de la liturgia y los sacramentos.

            Es la Iglesia la que acompaña a sus hijos para que vayan adquiriendo el estilo cristiano; es la Iglesia el ámbito donde florece el Espíritu Santo y toda gracia (cf. S. Ireneo, Adv. Haer, III,24,1; Hipólito, Trad. Apost., 35) para la conquista de la santidad.

            ¿Busca la Iglesia un fin temporal, un objetivo terreno? ¿Tiene otros intereses, tal vez de poder o de economía? Su único fin e interés es inculcar ese estilo cristiano; su única meta es la santidad de sus hijos.

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