Al estudiar el concepto cristiano de "reparación", vamos a ver muchas líneas que se entrecruzan, preciosas todas ellas, como la redención, el mérito y la gracia, la comunión de los santos, la caridad, la cruz... y la devoción al Corazón de Cristo.
Vamos a partir como una
glosa, a la par que una plácida meditación, de un versículo de la Escritura: “Completo en nuestra propia carne lo que le
falta a la pasión de Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24).
En él se encierran misterios estremecedores que provocan admiración, estupor y
desemboca en silencio adorante, pues se toca toda la fibra del Misterio; ahí se
contiene la reflexión de la fe sobre el acto reparador de Cristo, su
prolongación en el hoy histórico de la Iglesia, y sienta las bases para incorporarnos,
como miembros de la Iglesia,
en la obra de la redención.
La reparación ha ido asociada, con
un carácter muy marcado, a la devoción al Corazón de Jesús. Humanidad real y
gloriosa de Cristo Resucitado, Eterno Viviente, de cuyo costado traspasado nace
la Iglesia;
en cuyas llagas, “como saetías” (S. Juan de Ávila), como ventanas, podemos
asomarnos a las entrañas de Cristo, que es todo amor y así nos lleva al amor y
todo nos habla de su amor, del cual nada –excepto nosotros mismos- nos podrá
separar.
Vinculada a la devoción al Corazón glorificado de Cristo, la
reparación, rectamente entendida, se sitúa en la perspectiva de la redención y
en la Iglesia,
en virtud del Misterio de la
Comunión de los santos, donde halla el espacio sobrenatural
en el que moverse, en el que desplegarse, en el que ejercer su benéfico
influjo.
Aunque el término “reparación” sea
de cuño “reciente”, forma parte de la Tradición y del patrimonio espiritual de la Iglesia desde siempre
porque, ¿qué es, sino, el sacerdocio bautismal, el ser “víctimas” con Cristo,
ofrenda al Padre? ¿Qué otra cosa sino desplegar la virtualidad de la gracia
sacramental del bautismo predicaban los Padres acompañando en el ejercicio de
este sacerdocio a los fieles? ¿Y no es este sacerdocio, empleando el término
aceptado en el lenguaje de la
Iglesia, un sacerdocio reparador con Cristo?
Al tratar la reparación en diversas catequesis vamos a resaltar aquello que pudiera pasar
desapercibido en algún momento: su rostro eclesial, su dinamismo eclesial,
insertado siempre en la
Comunión de los santos. Este aspecto eclesial encerrado en la
reparación es el que contemplamos, el que conduce todo el pensamiento, el que
se despliega en estas catequesis-artículos. Son los misterios de la redención y la Comunión de los Santos,
los que están entretejiéndolo todo, de un modo u otro, en un acercamiento o en
una vista más general, en lo que se desarrolla o en lo que, simplemente, está
enunciado como de pasada.
Su intención es inducir
a una meditación sapiencial, a una contemplación, no a un estudio pormenorizado
o exhaustivo, bien estructurado. Más que una línea, todo se presenta como
círculos concéntricos en una espiral; una afirmación se recoge más adelante, y
se vuelve a presentar entrando más en ella, mientras que otra se repite, pero
no se desarrolla, y sin embargo está ahí, estando todo incluido en el todo.
Con estos
deseos y estos propósitos, adentrémonos en la reparación, e inflamemos el
corazón en el amor de Cristo para completar en nuestra carne, por la Iglesia, lo que falta a la
pasión de Cristo, que de eso se trata.
“Suplo en mi carne –dice el apóstol
Pablo, indicando el valor salvífico del sufrimiento- lo que falta a las
tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia”. Estas palabras parecen encontrarse al final del
largo camino por el que discurre el sufrimiento presente en la historia del
hombre e iluminado por la palabra de Dios. Ellas tienen el valor casi de un
descubrimiento definitivo que va acompañado de alegría; por ello el Apóstol
escribe: “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros”. La alegría deriva
del descubrimiento del sentido del sufrimiento; tal descubrimiento, aunque
participa en él de modo personalísimo Pablo de Tarso, que escribe estas palabras,
es a la vez válido para los demás. El Apóstol comunica el propio descubrimiento
y goza por todos aquellos a quienes puede ayudar –como le ayudó a él mismo- a
penetrar en el sentido salvífico del sufrimiento” (JUAN PABLO II, Salvifici doloris, nº 1).
Y, porque el amor reparador no busca lo suyo, ni es
egoísta, sino delicado y paciente y generoso, puede soportarlo todo, esperarlo
todo (y verá los milagros de la gracia, fruto de la colaboración reparadora),
aguantarlo todo, y desearlo todo, porque se quiere, se busca, se espera, que
Cristo lo sea todo en todos, siendo entonces, día a día, “buenos
administradores de su múltiple gracia en favor de nuestros hermanos”[1],
pidiendo la gracia (sacrificial y eucarística) de que “completemos en nosotros,
a favor de la Iglesia,
lo que falta a la pasión de Jesucristo”[2],
pudiendo vivir, entonces, por Cristo, con Cristo y en Cristo.
[1] Preces Laudes Lunes IV
Salterio.
[2] Oración de postcomunión,
día 15 de septiembre, memoria de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores.
Agradezco mucho esta catequesis, aunque me encantaría poder hacerla en vivo. Decirle que la expresión " lo que falta a la pasión de Cristo " me chirría un poco, dado que sólo Él es capaz de redimirnos eficazmente. Creo que entiendo lo que se pretende decir con ello, que el delicado y a la vez omnipotente Amor del Corazón Sagrado del Señor nos concede poder colaborar en su Obra redentora a nosotros, que creemos en Él y le seguimos. Santa María fue y es por ello la Corredentora por excelencia. Cada uno de nosotros puede, por Voluntad Divina, colaborar en esta Obra sobrehumana, dado que el delicadísimo Amor Divino así lo quiere.
ResponderEliminarNo pretendo corregir a nadie, sino simplemente plantear ese matiz, que para mí resulta importante.
Dios le bendiga, Padre Javier, y de nuevo, muchas gracias por sus catequesis por este medio.
Muchas gracias por todo lo que comparte. Es una gran ayuda para mi.
ResponderEliminarRezo por usted y me encomiendo también a su oración.