martes, 7 de mayo de 2019

Aleluya, nuestro grito, nuestra alegría



“Este momento, el del repensamiento inmediato y global de la Pascua, triunfo de la nueva Vida, perfecta ya en Cristo, iniciado y prometido un día en plenitud proporcionada también a nosotros, ¿cómo encontrar expresiones adecuadas? 




La Iglesia que sabe bien a qué vértice de inefabilidad puede llegar el sentimiento religioso, ha encontrado una solución, la de condensar el júbilo, la emoción, el amor, en una sola palabra, en una exclamación: “¡Aleluya!” 

Es el grito pascual, y es un grito bíblico antiquísimo; lo encontramos ya en el Antiguo Testamento (cf. Sal 135,3), y ha recibido amplia acogida en las liturgias del Nuevo Testamento. Significa: ¡alabad al Señor!; y además ha servido especialmente para dar al gozo espiritual su nota espontánea y explosiva, que diciéndolo todo, querría decir más; el canto sagrado ha encontrado en él el texto para sus encantadas y encantadoras divagaciones melódicas, así como la voz para sus potentes aclamaciones colectivas; pero siempre para expresar en júbilo lo que prorrumpe del corazón rebosante de fe y de amor (cf. Ap 19,1-7). 

¡Aleluya! ¡Detengámonos en este grito pascual! 

Para hacerlo nuestro con la liturgia de la Iglesia. Y luego para dar cabida en el código de nuestra mentalidad católica a este canon fundamental: nuestra fe, nuestra vida religiosa, es fundamentalmente optimista.

Más aún encamina a la felicidad. Dramática, dolorosa, hasta terrible en algunos acentos y en algunos dogmas gravísimos, la adhesión a Cristo y a su Iglesia está orientada a la alegría, a la felicidad. 

El cristiano, el fiel, el santo, no puede menos de ser feliz. Siempre, aún en las tribulaciones (cf. 2Co 7,4). ‘Y nadie, dice Cristo, podrá arrebataros vuestro gozo’ cristiano (Jn 16,22). ¡Aleluya, pues!” 



(Pablo VI, Audiencia general, 2-abril-1975).

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