“Este momento, el del repensamiento
inmediato y global de la Pascua,
triunfo de la nueva Vida, perfecta ya en Cristo, iniciado y prometido un día en
plenitud proporcionada también a nosotros, ¿cómo encontrar expresiones
adecuadas?
La Iglesia
que sabe bien a qué vértice de inefabilidad puede llegar el sentimiento
religioso, ha encontrado una solución, la de condensar el júbilo, la emoción,
el amor, en una sola palabra, en una exclamación: “¡Aleluya!”
Es el grito
pascual, y es un grito bíblico antiquísimo; lo encontramos ya en el Antiguo
Testamento (cf. Sal 135,3), y ha recibido amplia acogida en las liturgias del
Nuevo Testamento. Significa: ¡alabad al Señor!; y además ha servido especialmente
para dar al gozo espiritual su nota espontánea y explosiva, que diciéndolo
todo, querría decir más; el canto sagrado ha encontrado en él el texto para sus
encantadas y encantadoras divagaciones melódicas, así como la voz para sus
potentes aclamaciones colectivas; pero siempre para expresar en júbilo lo que
prorrumpe del corazón rebosante de fe y de amor (cf. Ap 19,1-7).
¡Aleluya! ¡Detengámonos
en este grito pascual!
Más aún
encamina a la felicidad. Dramática, dolorosa, hasta terrible en algunos acentos
y en algunos dogmas gravísimos, la adhesión a Cristo y a su Iglesia está
orientada a la alegría, a la felicidad.
El cristiano, el fiel, el santo, no
puede menos de ser feliz. Siempre, aún en las tribulaciones (cf. 2Co 7,4). ‘Y
nadie, dice Cristo, podrá arrebataros vuestro gozo’ cristiano (Jn 16,22).
¡Aleluya, pues!”
(Pablo VI, Audiencia general, 2-abril-1975).
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