martes, 26 de junio de 2018

Sacerdotes íntegramente del Señor


J. GUITTON, Un testimonio para nuestro tiempo: sacerdotes consagrados a Cristo, en L´Osser Rom, ed. española, 1-marzo-1970, p. 1



 "Hace unos días estuve charlando con un obispo ortodoxo ruso del Patriarcado de Moscú y la conversación sobre el celibato de los sacerdotes. El obispo ruso me dijo: "Nosotros ordenamos a veces a personas casadas, pero no permitimos que un sacerdote se case. Autorizamos a los eclesiásticos a trabajar en una fábrica para ganarse la vida, pero deseamos que dejen ese trabajo en cuanto les sea posible. Y queremos que en la fábrica se presenten como sacerdotes. Para nosotros, los ortodoxos, el sacerdocio es una misión sagrada. Por eso, estamos convencidos de que ustedes, los occidentales, los latinos, no hacen bien dejando que el problema del celibato eclesiástico se discuta ante el tribunal de la opinión pública. Nuestra tradición oriental autoriza la ordenación de algunas personas casadas, como también lo han hecho ustedes y lo siguen haciendo en ciertas regiones. Pero tengan cuidado: si separan el sacerdocio del celibato, se producirá una rápida decadencia en occidente. El Occidente no es lo bastante místico como para soportar sin decadencia el matrimonio de los sacerdotes. La Iglesia de Roma -y esto es una gloria para ella- ha conservado durante todo un milenio esta ascesis eclesiástica. Antes de ponerla en discusión debe pensarlo muchísimo".


Un amigo protestante me escribe en el mismo tono: "Este carisma de vuestra Iglesia, el celibato consagrado, es esencial para el ecumenismo. Nosotros, los reformados, tenemos necesidad de él".


Estaba yo reflexionando sobre estas ideas cuando recibí la visita de un seminarista, el cual me dijo: "Mi obispo piensa exigirme un compromiso absoluto e incondicional al recibir el subdiaconado. Mientras tanto, se deja que los periódicos discutan el problema del celibato: esto permite suponer que dentro de diez años la Iglesia aceptará que los sacerdotes se casen: ¿qué hago yo ahora? Le respondí que la Iglesia sólo ordenará a los jóvenes que se comprometan por toda la vida. Pero mi interlocutor arguyó: "Si dentro de diez años haya sacerdotes casados, nosotros necesitaremos un heroísmo mucho mayor".


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Lo sé, en nuestros días no es posible mantener en secreto ciertas discusiones, ciertos interrogantes. Pero nadie le quita al público de la cabeza la idea de que cuando se plantea un problema es porque la respuesta no es nada clara. Aunque la autoridad decida, continúa la duda.

Por lo tanto, me parece muy conveniente que, siguiendo la llamada de Pablo VI, se eleven en toda la iglesia voces eminentes, fuertes y firmes, autorizadas y llenas de prestigio, para proclamar solemnemente que la Iglesia no católica no aceptará nunca el cambio de la disciplina occidental, que vincula entre sí sacerdocio y celibato. Porque admitir una excepción significaría abrir una brecha que luego se iría agrandando cada vez más.


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Todos reconocen ciertamente que el celibato y el sacerdocio no están vinculados necesariamente, y que la Iglesia puede disolver hoy lo que ella sola unió ayer. El problema no es éste.

El problema consiste en saber si a finales de este siglo XX, en un mundo revuelto, desconcertado, degradado, en el que la sexualidad lo domina todo, es conveniente, es oportuno, es evangélico dejar que se plantee el problema del celibato ante la opinión pública, creyente y no creyente. Esta opinión se alegra cuando se atenúa una exigencia, cuando se vuelve incierta una llamada al heroísmo, cuando algo grande se disuelve.

Conozco bien todos los argumentos en favor de la existencia de dos cleros, el casado y el célibe, y creo que tienen cierto peso. Sé también que quienes los proponen intentan prestar una ayuda a la iglesia del mañana, multiplicando el número de sacerdotes e impidiendo sus caídas. Pero, aunque las ventajas sean grandes, pienso que nada puede sustituir a esta verdad más elevada: en estos tiempos tan exigentes a la hora de las pruebas, la fe tiene necesidad de testigos. Ahora bien, el testigo es el que arriesga su vida. Recuerdo un sermón de Newman: "¿Qué has arriesgado por la fe? ¿No eres como todos los demás?"

Y para demostrar que creo verdaderamente en el Misterio último, ¿qué prueba más pura puedo ofrecerle que la de una renuncia libre y alegre a lo que atrae tan legítimamente, a lo que es tan natural: la satisfacción del corazón y de los sentidos, la paternidad, una familia con la que vivir?

El amor del hombre al hombre no es ya la prueba suprema, desde el momento en que el influjo cristiano lo ha difundido por todas partes como ideal. La prueba de las pruebas, para la inmensa multitud de la gente sencilla, es el celibato consagrado. Las mismas familias tienen necesidad de estos ángeles que son los sacerdotes célibes, sin los cuales a menudo no podrían ni existir.

Por consiguiente, no nos dejemos deslizar cuesta abajo. El mundo nos observa: algunos, con una sonrisa satisfecha, otros, inclusos incrédulos, con una especie de piedad y de temor. Pero temen que se apaguen las constelaciones en el cielo, que encuentren menos ayuda en los momentos difíciles. Comentan entre sí: ¿Dónde acabaremos, si después de haber introducido el matrimonio de los sacerdotes resulta necesario un día hablar del divorcio de los sacerdotes?" Y la pregunta no es nada arbitraria".

2 comentarios:

  1. En mi humilde opinión, para que un sacerdote encuentre donde asirse con fuerza y lograr perserverar en su santa vocación hasta el final, se hace imprescindible que viva su relación personal con Jesucristo de manera esponsal.
    Todos necesitamos amar y sabernos amados, y en ocasiones sentirnos amados, por eso Dios que lo sabe permite en no pocas ocasiones que reverbere hacia las potencias superiores del hombre, hasta llegar a su corazón, la acción y la presencia viva y verdadera del Señor en el propio corazón y en la maravillosa Eucaristía.
    Sacerdote que ora, entendiendo el orar como estarnos con Aquel que tanto nos ama, perservera hasta el final.
    Si me sé muy amado, si en ocasiones permito que Dios me lo haga sentir en la oración, más difícilmente caeré en tentación, que si no lo hago.
    Gracias por compartir con todos sus conocimientos y su vida espiritual. Dios le bendiga.

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  2. Se ha repetido hasta a saciedad que la Iglesia Católica debe rebajar "sus exigencias" en todos los ámbitos para atraer al hombre. A mí me parece un gran error. No creo que aumenten las vocaciones ni el número de católicos si se suprime el celibato

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