Dios actúa sin parar -"Mi Padre siempre trabaja" (Jn 5,17)-, su plan de salvación y santificación no se derrumba por nada y así podemos vivir confiados: "hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados" (Lc 12,7).
La Providencia de Dios es constante, aunque misteriosa; a veces es desconcertante por los caminos elegidos que parecen incluso alejarse de su fin. "¿Por dónde nos lleva Dios?" -ésa es la pregunta del hombre sorprendido por unos planes de la Providencia que no son rectilíneos casi nunca.
Y viene a nuestra ayuda, aunque sólo lo reconocemos a largo plazo y no cuando estamos en la sorpresa del camino de Dios, la frase paulina: "A los que aman a Dios, todo les sirve para el bien" (Rm 8,28).
O sea, todo, hasta lo aparentemente malo, o incluso lo que es malo en sí, Dios puede transformarlo y sacar un bien.
"Dios puede sacar el bien del mal, sin nuestro consentimiento. El Diablo puede sacar el mal del bien, pero no sin nuestro consentimiento" (Diarios, 16-noviembre-1899).
Que Dios saca bienes de males lo tenemos más que comprobado y experimentado. Nos queda aguardar con esperanza.
Pero hay que pensar que el diablo puede sacar el mal del bien. Por ejemplo, se hace una limosna o se presta un servicio o se realiza una penitencia o mortificación, y puede generar soberbia, vanidad, presunción... pero para ello necesita nuestro consentimiento. Se peca libremente, por propia voluntad. Y el bien que hemos hecho, nosotros hemos consentido que sea un mal.
Al final, siempre, es un "juego" de Gracia y libertad.
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