La enseñanza de la Tradición ha puesto de
relieve en su predicación y enseñanza cómo la Eucaristía había sido
ya anunciada de forma velada, oculta, en el Antiguo Testamento, en palabras, en
signos y en hechos de la historia de la salvación. Dios había preparado a su
pueblo y le había prometido el gran Don de la Eucaristía.
A la luz
de lo realizado por Cristo en la tarde la Última Cena, Cena Pascual, del
acontecimiento de la Pascua
–muerte y resurrección- y de las comidas pascuales con sus discípulos, la Iglesia ha releído el
Antiguo Testamento con una nueva luz. En la Eucaristía está el
cumplimiento de lo ya anunciado y profetizado.
Esto es lo que enseñaba la
catequesis antigua. El primer dato lo halla en Melquisedec, rey de Salem, que
ofrece a Abraham pan y vino. La alusión era clara, el Nuevo Testamento lo
desarrollará. Pero también la
Tradición encuentra un signo y prefiguración en los panes de
la proposición que están en el Santuario del Señor:
“Existían también, en la antigua Alianza, los panes de la proposición; pero, puesto que se referían a una alianza caduca, tuvieron un final. Pero, en la nueva Alianza, el pan es celestial y la bebida saludable, y santifican el alma y el cuerpo. Pues, como el pan le va bien al cuerpo, así también el Verbo le va bien al alma”[1].
El salmo 22 que la Iglesia canta muchísimas
veces en su liturgia, “El Señor es mi pastor”, tiene clara resonancias tanto
bautismales como eucarísticas, a tenor del uso litúrgico de la Tradición y de la
exposición catequética:
“La fuerza de todo esto te la explica el profeta David cuando exclama: “Tú preparas una mesa ante mí, frente a mis enemigos” (Sal 22,5). Lo cual quiere decir: antes de tu venida, los demonios habían preparado a los hombres una mesa contaminada, sucísima, que rezuma el poder del diablo. Pero, una vez que llegaste, Señor, “has preparado una mesa ante mí”. Y cuando el hombre dice a Dios: “has preparado ante mí una mesa”, ¿qué otra cosa significa que la mística e inteligible mesa que Dios nos ha preparado “frente a los enemigos”, los contrarios, es decir, frente a los demonios?... “Unges mi cabeza con óleo”. Con óleo ungió tu cabeza en la frente mediante el sello que tienes de Dios, para que Dios te santifique y te hagas imagen de lo que el sello expresa. “Mi copa rebosa”. Se trata del cáliz que Jesús tomó en las manos y, dando gracias, dijo: “Esta es mi sangre.., que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26,28)”[2].
“Por ello Salomón, en el Eclesiastés, queriendo señalar esta gracia, dijo: “Ven, come con alegría tu pan” (Ecl 9,7). Se refiere al pan espiritual; dice “ven”, porque llama a la salvación y da la felicidad. “Y bebe de buen grado tu vino”, que se refiere al vino espiritual”[3].
Lo prometido es ya una realidad. “Éste es el pan vivo que ha bajado del
cielo... no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron. El que coma
de este pan vivirá para siempre”.
¡Danos siempre de ese pan, Señor!
Nada en nuestra fe se debe a una casualidad. Dios ha ido escribiendo una historia con el hombre: pan y vino, la Carne y la Sangre de Cristo
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