martes, 19 de junio de 2018

El bien de la paciencia (San Cipriano, y IX)

El término final de la paciencia cristiana es aguardar la Parusía del Señor.

Somos un pueblo peregrino que espera el retorno de su Señor en gloria, como Juez de vivos y muertos, término final de la historia, plenitud.


Vivimos, perseveramos en el bien, amamos pacientemente con la caridad sobrenatural -"la caridad es paciente"-, sobrellevamos debilidades y persecuciones, dolores y contrariedades, imitando la paciencia de Dios y la de Jesucristo en su pasión. Somos confortados con los ejemplos de los santos del Antiguo Testamento y, añadamos también, con la paciencia de todos los santos de la historia de la Iglesia que afirman la paciencia en nosotros cuando leemos y conocemos sus vidas.

Y, con paciencia, aquella paciencia con la que salvaremos nuestras almas, san Cipriano señala el objeto último y feliz de nuestra paciencia: la venida gloriosa de Cristo. Así completa san Cipriano este tratado "sobre el bien de la paciencia".


"21. Y como sé que muchos, resentidos de la gravedad de los atropellos y doloridos por los ataques que contra ellos se han cebado, quisieran vengarse enseguida, no se ha de callar en último término que, en medio de las borrascas de este mundo embravecido y de las persecuciones tanto de gentiles como de herejes, esperemos con paciencia el día de la venganza y no nos lancemos precipitadamente con resentimiento a tomarnos la venganza, pues está escrito: “Espérame, dice el Señor, hasta el día de la resurrección para dar testimonio, porque mi juicio será para reunir a los pueblos, con el fin de recoger a los reyes y derramar sobre ellos mi ira” (Sof 3,8).

El Señor nos manda esperar y aguardar el día de la venganza cuando dice en el Apocalipsis: “No pongas el sello a las palabras de la profecía que contiene este libro, porque está cercano el tiempo, y éstos que se empeñan en hacer mal, que lo hagan, y el que se ensucia en maldad, que se ensucie más todavía, y el justo, que haga obras más justas aún, y lo mismo el santo, obras más santas. Ved que enseguida llego, y la recompensa que daré traigo conmigo, para dar a cada uno según sus obras” (Ap 22,10-12).

Por eso también a los mártires, que claman venganza pronta en desahogo de su dolor, se les manda que todavía aguarden y tengan paciencia hasta que se cumpla el tiempo y se cubra el número de mártires: “Y cuando abrió (el cordero) el quinto sello, dice, vi en el altar de Dios las almas de los sacrificados por la palabra de Dios y por dar testimonio de Él, y clamaron a grandes gritos: ¿Hasta cuándo, Señor santo y verdadero dejarás de hacer justicia y tomarás venganza de nuestra sangre contra los que habitan en la tierra? Y se dieron a cada uno sendas túnicas blancas, y se les indicó que tuviesen sosiego aún por un poco de tiempo, hasta que se cumpliese el número de sus consiervos y de los hermanos que, a ejemplo suyo, serían sacrificados después” (Ap 6,9-11).


22. Cuándo llegará la venganza por parte de Dios de la sangre de los justos, lo declara el Espíritu Santo con estas palabras: “Ved aquí el día del Señor que llega ardiendo como un horno, y todos los extraños y malvados serán como paja que encenderá aquel día al llegar, dice el Señor” (Ml 4,1). Lo propio vemos en los salmos, en los que se anuncia la llegada de Dios, como juez, con la majestad y temor de su juicio: “Nuestro Dios vendrá a la vista de todos y no callará. El fuego arderá ante él, y a su alrededor una deshecha tempestad. Llamará al alto cielo y a la tierra para hacer discriminación de su pueblo. Reunidlo sus justos, los que guardan su alianza con sacrificios. Los cielos publicarán su justicia, porque Dios es el que juzga” (Sal 49,3-6). Y también Isaías predice lo mismo con estas palabras: “Ved que vendrá el Señor como fuego, y su carroza como un torbellino para apagar la venganza de su ira. Serán juzgados por el fuego del Señor y serán heridos con su espada” (Is 66,15-16); y en otro pasaje: “El Señor Dios de los ejércitos avanzará y hará pedazos la batalla, entablará combate y lanzará gritos contra los enemigos como un valeroso héroe; he callado, ¿acaso callaré siempre?” (Is 42,13-14).

23. ¿Quién es éste que dice haber callado antes y no callará en adelante? Sin duda es el que fue llevado como oveja al matadero y como cordero ante el esquilador no despegó sus labios. Es el que no gritó ni dejó oír su voz en las plazas. Es el que no se resistió con obstinación, puesto que expuso sus espaldas a los azotes y sus mejillas a las bofetadas, y no apartó su rostro de los que lo ultrajaban a salivazos. Es el que, siendo acusado por sacerdotes y ancianos, no respondió y guardó un silencio a toda prueba de paciencia, con admiración de Pilato. Éste es el que, si calló en la pasión, no callará después en el día de las venganzas. Éste es nuestro Dios, es decir, Dios no de todos, sino de los leales y creyentes, que no guardará silencio cuando venga visiblemente por segunda vez, ya que, habiendo venido humildemente la primera, lo hará a la vista con su poder después.

24. Es ese juez nuestro, hermanos amadísimos, quien ha de tomar venganza por su Iglesia y por todos los justos que hubo desde el principio del mundo, a la vez que por sí. El que se lanza con precipitación a tomarse venganza, debe tener en cuenta que quien ha de vengar aún no ha sido vengado. Dios Padre mandó que su Hijo fuese adorado, y el apóstol Pablo, teniendo presente este mandato, deja consignado: “Dios lo ensalzó y le dio un nombre que es superior a todo nombre, a fin de que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo” (Flp 2,9-10). Y en el Apocalipsis se resiste el ángel a Juan, que quiere adorarlo, y le advierte: “Guárdate de hacerlo, porque soy tu consiervo y de tus hermanos. Adora al Señor Jesús” (Ap 22,9).

¿Cuál es el Señor Jesús y cuánta paciencia para que no se haya vengado todavía en la tierra quien es adorado en el cielo? En la paciencia de este Señor, hermanos amadísimos, debemos pensar cuando nos veamos en medio de persecuciones y martirios. Rindámosle la sumisión de nuestra esperanza en su venida y no pretendamos con descarada e impetuosa temeridad que nos vengue el Señor antes de tiempo, siendo nosotros unos simples esclavos suyos. Más bien, instemos, y trabajemos, y velemos diligentemente, y guardemos los preceptos del Señor dispuestos firmemente a todo lance, para que, cuando llegue el día de la ira y venganza, no seamos castigados en compañía de los pecadores e impíos, sino glorificados a una con los justos y temerosos de Dios".

 

1 comentario:

  1. Nunca había visto así la paciencia, pero es consolador: esperamos con paciencia la venida del Señor.

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