Pablo VI continúa el discurso recordando los principios que, sobre el arte sacro, formuló el Concilio Vaticano II en la Constitución Sacrosanctum Concilium.
La Iglesia quiere empeñarse en el cultivo y fomento del arte sacro para la gloria de Dios y para el culto divino. Esos mismos principios son orientadores para los artistas.
El arte verdadero posee la cualidad de la belleza, es decir, inspiración y santidad que acercan al Misterio. Es necesaria la técnica, la buena técnica artística, pero también un principio superior: la espiritualidad.
Así concluye este discurso programático de una relación necesaria entre la Iglesia y los artistas, ambos cultivadores de la Belleza auténtica.
"Nosotros, por nuestra parte, nosotros el
Papa, nosotros Iglesia, hemos firmado ya un gran capítulo de la nueva alianza
con el artista. La
Constitución sobre la Sagrada Liturgia,
primer documento promulgado por el Concilio Ecuménico Vaticano, tiene una página
-espero que la conozcáis- que es, justamente, el pacto de reconciliación y de renacimiento
del arte religiosa, en el seno de la
Iglesia católica. Repito, nuestro pacto está firmado. Espera
de vosotros su refrendo.
Por ahora, por tanto, nos limitamos a algunas
indicaciones muy elementales, pero que no os desagradarán.
La primera es ésta: que nos felicitamos de
esta Misa del artista y damos las gracias a Monseñor Francia. A él y a todos
aquellos que han colaborado y han aceptado su formulación. Hemos visto nacer
esta iniciativa, hemos visto su acogida, en primer lugar, por parte de nuestro
venerado predecesor el Papa Pío XII, que comenzó a abrirle camino y derecho de
ciudadanía en la vida eclesiástica, en la oración de la Iglesia; y por eso nos congratulamos
de todo lo avanzado en este terreno, que no es el único, pero que es bueno y se
debe seguir. Lo bendecimos y alentamos. Quisiéramos que os llevarais, para
todos vuestros colegas y discípulos, nuestra Bendición para este experimento de
vida religiosa-artística que una vez más ha hecho percibir que entre el
sacerdote y el artista hay una profunda simpatía y una maravillosa capacidad de
entendimiento.
No vamos a entrar en la cuestión de si el
arte debe surgir espontánea e improvisadamente, como un relámpago del cielo, o
si por el contrario -y nos lo decís vosotros- tiene necesidad de un
entrenamiento tremendo, duro, ascético, lento, gradual. Lo repetimos: si
queremos dar autenticidad y plenitud al momento artístico religioso, a la Misa, será necesaria su
preparación, su catequesis. Dicho de otro modo, hay que acompañarla de la
instrucción religiosa. No es lícito inventar una religión, hay que saber lo que
ha acontecido entre Dios y el hombre, cómo Dios ha sancionado ciertas
relaciones religiosas que debemos conocer para no resultar ridículos,
balbucientes o aberrantes. Es preciso instruirse. Y pensamos que en el ámbito
de la Misa del
artista quienes desean manifestarse verdaderamente como artistas no tendrán
dificultad en asumir esta sistemática, paciente, pero benéfica y enriquecedora
información. Y además es necesario el taller, es decir, la técnica para hacer
bien las cosas. En esto os damos la palabra para que digáis lo que hace falta
para que la expresión artística de los momentos religiosos adquiera toda su
riqueza expresiva en modos e instrumentos, y si hace falta en novedad.
Por último, añadiremos que no basta ni la
catequesis ni el taller. Es necesaria la característica indispensable del
momento religioso: la sinceridad. No se trata sólo de arte, sino de
espiritualidad. Es preciso entrar en la celda interior de uno mismo y dar al momento
religioso, artísticamente vivido, lo que aquí encontramos: una personalidad,
una voz que nazca de lo profundo del ánimo, una forma que se distinga de todo
travestismo teatral, de representación puramente exterior. Es lo que se halla
en su síntesis más plena y fatigosa, si queréis, pero también la más gozosa. Es
preciso que la religión sea verdaderamente espiritual; entonces acontecerá en
vosotros lo que la fiesta de hoy, la Ascensión, nos hace pensar. Cuando se entra en
uno mismo para descubrir todas estas energías y escalar el cielo, aquel cielo
en el que Cristo se ha refugiado, nos sentimos en un primer momento
inmensamente, infinitamente distantes.
La trascendencia que tanto atemoriza al
hombre moderno es ciertamente algo que lo sobrepasa infinitamente, y quien no
experimenta esta distancia no percibe la religión verdadera. Quien no advierte
esta superioridad de Dios, esta inefabilidad suya, este misterio, no percibe la
autenticidad del hecho religioso. Pero quien lo siente experimenta, casi de
modo inmediato, que el Dios lejano está ya allí: “No lo buscaríais si no lo
hubieseis ya encontrado”. Palabras de Pascal, cierto; es lo que se verifica
continuamente en la auténtica vida espiritual del cristiano. Si buscamos a Cristo
donde verdaderamente está, en el cielo, lo vemos reflejado, lo encontramos
palpitante en nuestra alma. El Dios trascendente se ha vuelto, en cierto modo,
inmanente, se ha hecho amigo interior, maestro espiritual. Y la comunión con
Él, que parecía imposible, como si hubiese de sobrepasar abismos infinitos, ya
se ha consumado: el Señor entra en comunión con nosotros en las modalidades que
conocéis bien, en la palabra, en la gracia, en el sacramento, en los tesoros
que la Iglesia
dispensa a las almas fieles. Por ahora es suficiente.
(Pablo VI, Hom. en la Misa con los artistas, 7-mayo-1964).
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