jueves, 14 de junio de 2018

Trazos distintos de la santidad (Palabras sobre la santidad - LV)

El santo es el modelo más acabado del discípulo auténtico de Jesucristo, su exponente más fiel. En el santo se despliega la fuerza transformadora y recreadora del Evangelio que da lugar a un hombre nuevo, que vive de Cristo y en Cristo.

El santo es una muestra de cómo el Evangelio se llega a encarnar tocando todas las fibras de la existencia, elevando lo humano, purificándolo de adherencias y pecados. La existencia cotidiana queda afectada con una huella eficaz y duradera.


Por eso acercarnos al hermoso y multiforme fenómeno de la santidad es comprobar todas las virtualidades del Evangelio, su fuerza, su belleza, su eficacia, su verdad; acercarnos a un santo concreto consigue enseñarnos cómo se vive la vida cristiana sin reducciones, en su máximo esplendor y entrega, en su belleza serena.

La santidad es la concreción máxima y absoluta del Evangelio en una vida concreta, con sus luchas, con sus trabajos, sus esperanzas y también sus debilidades, flaquezas y pecados.

Los santos lo cambian todo desde dentro porque ellos, primero, han cambiado; nada valen las revisiones, los continuos proyectos de reforma o pensar que cambiando leyes, el hombre y el mundo van a ser justos y buenos. Si el corazón no cambia, nada hay que hacer:

"Reformas, sí; pero comenzando por la interior... De nada servirían las reformas exteriores sin esa continua renovación interior, sin ese afán por modelar nuestra mentalidad sobre la de Cristo, de acuerdo con la interpretación que la Iglesia nos ofrece" (Pablo VI, Disc. a los párrocos y predicadores cuaresmales de Roma, 21-febrero-1966).

La santidad es la mejor reforma de las instituciones, del mundo y de la misma Iglesia. Lo otro, lo exterior, degenera en demagogia, populismo y mucha carga ideológica.

Esto supone un reto y un desafío para los santos: como discípulos del Señor, renovaron -que diría san Pablo en Rm 12- la mente y el espíritu sin acomodarse a este mundo sino cuestionando a este mundo, interpelando, siendo con sus vidas unos referentes que desafiaban la mentalidad mundana:

“Creer que se puede conquistar el mundo y tener influjo cristiano sobre él empleando su manera de pensar y vivir, sería una ilusión, sería privarle de la fuerza reactiva de su presencia entre los hombres” (Pablo VI, Disc. a la XXXI Congregación General de la Compañía de Jesús, 21-2-1966).

Hicieron grandes obras, fueron completamente de Dios, porque no se plegaron a los criterios y exigencias mundanos, sino que estuvieron por encima, libres, auténticamente libres, y por ello profundamente creadores y transformadores de todo.

En los santos, que vivieron la santidad sin ser un esfuerzo moralista o un compromiso moral, se ve claramente la acción de Dios. Fueron una obra preciosa de Dios, tallada, esculpida, por Él, con procesos de purificación, de ascesis, hasta darle la forma de Cristo y la belleza misma del Señor.

Los santos son las imágenes más acabadas de Cristo, reza una petición de Laudes en la solemnidad de Todos los Santos, una obra de arte, hermosa, realizada por Dios.

Ellos mismos se convierten en artistas de lo divino para el mundo, generando belleza y hermosura con su vida y sus obras:

"La Iglesia tiene necesidad de santos, pero también de artistas, de bravos y buenos artistas. Unos y otros, santos y artistas, son testigos del Espíritu viviente de Cristo" (Pablo VI, Alocución a las Comisiones diocesanas de liturgia y arte de Italia, 1967).

Viven una dimensión nueva: participan del hacer de Dios. Él es el supremo Artista. Él es también restaurador del hombre que ha sido deformado, roto, por el pecado:
"Oh Dios, creador y restaurador del hombre, que has querido que tu Hijo, Palabra eterna, se encarnase en el seno de María, siempre Virgen, escucha nuestras súplicas, y que Cristo, tu Unigénito, hecho hombre por nosotros, se digne hacernos partícipes de su condición divina" (Oración 17 diciembre).

Pero ellos no fueron ni superhéroes ni superhombres; difieren de nosotros no en su psicología o carácter, no en que tuvieron más o menos dificultades que nosotros hoy, sino que difieren porque vivieron a fondo y sin condiciones la experiencia de Cristo en sus vidas. Se entregaron por completo a Él y nada le sustrajeron al Señor, sino que se lo entregaron todo.

Bucearon en el Misterio de Cristo, descubrieron la profundidad de su Persona... ¡y ya nunca se separaron de Él!, al contrario, se quedaron prendados de Cristo y quisieron conocerlo más y amarlo mejor:

"Los fieles, los santos intentan la exploración en el fondo de la psicología de Cristo y salen ebrios de maravilla y de amor" (Pablo VI, Audiencia general, 10-abril-1968).

En ese sentido, los santos son los "especialistas" de Dios, aquellos que lo conocen de veras, y se han entregado a Él y a un contacto continuo, conociéndolo con amor, rindiéndose ante su Misterio; de ahí la urgencia expresada para todos:


"Sed lo primero y sobre todo especialistas de Dios, aeterni Dei investigatores" (Pablo VI, Disc. a los Capítulos Generales de los Carmelitas Calzados, Agustinos Recoletos y Rogacionistas, 14-septiembre-1968).

Comprendemos entonces que los santos se han labrado con mucha oración, con mucho tiempo y muchas horas de oración; allí aprendieron a vivir según Cristo, lo fueron conociendo más, se configuraron a Él para parecerse y ser como Él.

La oración fue el lugar evangélico donde fueron enseñados por el Maestro interior.

La oración fue el momento de intimidad con Cristo donde le hablaron pero, sobre todo, le escucharon y le adoraron con amor y silencio.

"La Iglesia sabe que la oración es la escuela de los santos" (Pablo VI, Alocución en el consistorio, 28-abril-1969).

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