martes, 18 de octubre de 2022

Santificándonos por la liturgia (Nicolás Cabasilas)

La santificación de los fieles, o con términos más usuales y contemporáneos, la vocación a la santidad, se realiza por gracia de Quien es el único Santo. La santidad es obra de Jesucristo Santísimo: 



“Porque nadie tiene por sí mismo la santidad, y ésta no es fruto de la humana virtud, sino que todos (la reciben) de Él y por Él. Es como si hubiera muchos espejos puestos bajo el sol: en realidad hay un único sol que resplandece en todos ellos. De igual manera, el único santo (Jesucristo), penetrando (por así decir) en los fieles, se manifiesta en muchas almas y hace que aparezca en muchos la santidad” (XXXVI, 5). 

Tras la distribución de la santa comunión, se canta la acción de gracias y la doxología: ¡se ha realizado la santificación!, en el doble sentido constante que considera el autor: las ofrendas se han santificado al ser consagradas y los fieles son santificados por la divina liturgia. 

Así escribe: 


“Al llegar a este momento, la sagrada liturgia ha alcanzado su total cumplimiento y el rito de la divina Eucaristía toca a su fin: las ofrendas han sido santificadas y ellas mismas han santificado al sacerdote y a cuantos le rodean;  después, por medio de ellos, también han perfeccionado y santificado al resto de la asamblea” (XLI, 1). 


Y es que la plenitud de la santificación se recibe cuando se ha recibido la sagrada comunión:

            “Si bien los que viven aún en el cuerpo reciben el sagrado don por medio del cuerpo, este don penetra en primer lugar en la sustancia del alma y, mediante el alma, pasa al cuerpo. Es esto lo que quiere decirnos el santo Apóstol cuando dice: “El que se une al Señor se hace un solo espíritu con él” (1Co 6,17), puesto que esta unión y este encuentro se efectúan principalmente en el alma.

           Es en ella, en efecto, donde reside la naturaleza del hombre como tal, es allí también donde reside la santificación que se obtiene por medio de las virtudes y de la actividad humana; es allí donde habita el pecado y, por tanto, es ella la que tiene necesidad de la curación que trae el don sagrado. Al cuerpo, por el contrario, todo le llega por medio del alma.” (XLIII, 1-2).

Concluyendo: 


“es el gran liturgista Nicolás Cabasilas (sic.) quien concluirá para nosotros este resumen. ¿Cuáles son, en resumen, la obra propia, ergon, y el objetivo, telos, de la mistagogia (es decir de la liturgia eucarística”? Que “los dones sean santificados y santificar, hagiasaim, a los fieles”. Los que han conseguido el “objetivo”, que son “perfectos”, “llegados al final de la santificación, teleiothentas hagious”, es decir que se han colocado en la herencia del Reino, los alabamos en Dios y les pedimos su intercesión. Para nosotros, que estamos en camino de santificación, nuestra oración eucarística sigue siendo impetratoria”[1].



[1] ANDRONIKOF, C., El sentido de la liturgia. La relación entre Dios y el hombre, Valencia, Edicep, 1992, p. 338.




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