viernes, 28 de octubre de 2022

El silencio de los místicos y teólogos (Silencio - X)



El Misterio de Dios está envuelto en silencio de adoración, en un silencio lleno de respeto para no manipular el Misterio y un silencio más elocuente que muchas palabras que jamás llegarán a abarcar y aprehender el Misterio. Recordemos cómo Moisés adora y acoge la revelación descalzo y de rodillas; el Nombre de Dios no es pronunciado por sumo respeto hacia él, y se buscan circunloquios: “el Tres veces Santo”, por ejemplo.



            El silencio de adoración es lo que más conviene al Misterio de Dios:

            “Dios confía a su Nombre a los que creen en Él; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad. “El nombre del Señor es santo”. Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa. No lo empleará en sus propias palabras, sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo” (CAT 2143).

            De este silencio saben los verdaderos místicos y los grandes teólogos, los teólogos auténticos; místicos y teólogos han tratado a Dios, con experiencia del Dios vivo, y saben bien que es inefable y cuán difícil es trasvasar lo que ellos han visto y oído, la Palabra de vida que han palpado, al lenguaje humano para comunicarlo, verbalizarlo, analizarlo. Ante el Misterio de Dios, el hombre no encuentra palabras apropiadas para expresar aquello que ha gustado, aquello que le ha sido mostrado. Por eso muchos auténticos teólogos y los grandes místicos necesitan el silencio adorante como expresión suprema; “el hablar del místico es un hablar contra las palabras; cuanto más habla más se da cuenta de que tiene a disposición una lengua muerta, hecha de palabras gastadas; cuanto más trata de comunicarse menos se explica. En semejante situación, la única opción que le queda es el silencio. Y, en efecto, el místico sufre, más que nadie, el embarazo de las palabras y la fascinación del silencio”[1].


            Místicos y teólogos se encuentran ante el Misterio. ¿Cómo lo dirán, cómo lo pronunciarán? Necesitan del silencio… de forma que el silencio es la base espiritual para la contemplación y la teología, para la contemplación teológica y para la teología, escrita o enseñada, que sea contemplativa a su vez (es decir, con unción, no meramente academicista con multitud de notas a pie de página y citas):

            “Silencio y contemplación: la hermosa vocación del teólogo es hablar. Ésta es su misión: en medio de la locuacidad de nuestro tiempo y de otros tiempos, en medio de la inflación de palabras, hacer presentes las palabras esenciales. Con las palabras hacer presente la Palabra, la Palabra que viene de Dios, la Palabra que es Dios. Pero, dado que formamos parte de este mundo con todas sus palabras, ¿cómo podríamos hacer presente la Palabra con las palabras, sino mediante un proceso de purificación de nuestro pensamiento, que debe ser también y sobre todo un proceso de purificación de nuestras palabras? ¿Cómo podríamos abrir el mundo, y antes abrirnos nosotros mismos, a la Palabra sin entrar en el silencio de Dios, del que procede su Palabra? Para la purificación de nuestras palabras y, por tanto, para la purificación de las palabras del mundo necesitamos el silencio que se transforma en contemplación, que nos hace entrar en el silencio de Dios y así nos permite llegar al punto donde nace la Palabra, la Palabra redentora” (Benedicto XVI, Hom. a la Comisión Teológica Internacional, 6-octubre-2006).



[1] Baldini, M., “Silencio”, en AA.VV., Diccionario de mística, Madrid 2002, 1604.

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