sábado, 8 de octubre de 2022

Padrenuestro - y V (Respuestas - XLI)



9. Muchos son los comentarios que los Padres hicieron sobre la Oración dominical para desentrañar su contenido: Orígenes, Tertuliano y Cipriano en sus tratados sobre la oración, S. Cirilo de Jerusalén en sus catequesis mistagógicas, S. Ambrosio en su tratado mistagógico sobre los sacramentos, S. Agustín en sus sermones a los catecúmenos en la entrega de la Oración dominical y cartas, etc.



Cedamos la voz a los Padres. Un primer ejemplo podría ser la mistagogia que realiza S. Cirilo de Jerusalén a los recién bautizados:

«Padre nuestro que estás en los cielos» (Mt 6,9). ¡Oh gran misericordia de Dios para con los hombres!, juntamente con su amor. Hasta tal punto se compadeció de quienes se apartaron de él y se afirmaron en los mayores males que les concedió el olvido de las injurias y la participación en la gracia de modo que le llamasen Padre: «Padre nuestro que estás en los cielos». Pues del cielo habían de ser quienes llevarán la imagen del cielo, en quienes Dios habita y con quienes él camina.

«Santificado sea tu nombre». Por su naturaleza el nombre de Dios es santo, digámoslo nosotros o no lo digamos. Pero ya que, por medio de quienes pecan, se le profana en ocasiones, según aquello de que «el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones», oramos para que en nosotros sea santificado el nombre de Dios. Y no es que comience a ser santo porque anteriormente no lo fuese, sino que en nosotros se hace santo cuando nos santificamos nosotros mismos y hacemos cosas dignas de la santidad.


«Venga tu Reino». Es propio del alma pura decir con confianza: «Venga tu Reino». Pues quien haya oído a Pablo, que dice: «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal», y sea consciente de su pureza en obras, pensamientos y palabras, clamará a Dios: «Venga tu Reino».

«Hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo». Los bienaventurados ángeles de Dios hacen la voluntad de éste... Tu oración, por consiguiente, tiene esta fuerza y esta significación, como si dijeras: «Como se hace tu voluntad en los ángeles, así se haga, Señor, en la tierra sobre mí».

«Danos hoy nuestro pan necesario». El pan ordinario no es sustancial. Pero este pan, que es santo, es sustancial, como si dijeras que está dirigido a la sustancia del alma...

«Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores». Tenemos realmente muchos pecados, puesto que causamos ofensas con la palabra y el pensamiento y realizamos muchas cosas, merecedoras de condenación. Y «si decimos: "No tenemos pecado", nos engañamos y la verdad no está en nosotros», como dice Juan (1 Jn 1,8). Hacemos, pues, un pacto con Dios, orando para que nos perdone los pecados, como también nosotros perdonamos sus deudas a nuestros prójimos. Sopesando, por tanto, lo que recibimos a cambio, no titubeemos ni dudemos en perdonar las mutuas ofensas...

«Y no nos dejes caer en la tentación»... Pero entrar en tentación, ¿acaso no significa hundirse en ella? Pues la tentación es algo semejante a un torrente difícil de atravesar...

«Mas líbranos del maligno». Si el «no nos dejes caer en la tentación» quisiese decir no ser tentado en modo alguno, no habría añadido «y líbranos del maligno”. El maligno es el diablo como adversario del que pedimos ser liberados” (Cat. Mist. V, 11-18).

            Sumemos otro breve comentario, el de san Agustín:

Al decir: Santificado sea tu nombre, nos amonestamos a nosotros mismos para que deseemos que el nombre del Señor, que siempre es santo en sí mismo, sea también tenido como santo por los hombres, es decir, que no sea nunca despreciado por ellos; lo cual, ciertamente, redunda en bien de los mismos hombres y no en bien de Dios.

Y, cuando añadimos: Venga a nosotros tu reino, lo que pedimos es que crezca nuestro deseo de que este reino llegue a nosotros y de que nosotros podamos reinar en él, pues el reino de Dios vendrá ciertamente, lo queramos o no.

Cuando decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, pedimos que el Señor nos otorgue la virtud de la obediencia, para que así cumplamos su voluntad como la cumplen sus ángeles en el cielo.

Cuando decimos: El pan nuestro de cada día dánosle hoy, con el hoy queremos significar el tiempo presente, para el cual, al pedir el alimento principal, pedimos ya lo suficiente, pues con la palabra pan significamos todo cuanto necesitamos, incluso el sacramento de los fieles, el cual nos es necesario en esta vida temporal, aunque no sea para alimentarla, sino para conseguir la vida eterna.

Cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, nos obligamos a pensar tanto en lo que pedimos como en lo que debemos hacer, no sea que seamos indignos de alcanzar aquello por lo que oramos.

Cuando decimos: No nos dejes caer en la tentación, nos exhortamos a pedir la ayuda de Dios, no sea que, privados de ella, nos sobrevenga la tentación y consintamos ante la seducción o cedamos ante la aflicción.

Cuando decimos: Líbranos del mal, recapacitamos que aún no estamos en aquel sumo bien en donde no será posible que nos sobrevenga mal alguno. Y estas últimas palabras de la oración dominical abarcan tanto, que el cristiano, sea cual fuere la tribulación en que se encuentre, tiene en esta petición su modo de gemir, su manera de llorar, las palabras con que empezar su oración, la reflexión en la cual meditar y las expresiones con que terminar dicha oración. Es, pues, muy conveniente valerse de estas palabras para grabar en nuestra memoria todas estas realidades” (Ep. a Proba, 130,11,21-12,22).




No hay comentarios:

Publicar un comentario