9. Muchos son
los comentarios que los Padres hicieron sobre la Oración dominical para
desentrañar su contenido: Orígenes, Tertuliano y Cipriano en sus tratados sobre
la oración, S. Cirilo de Jerusalén en sus catequesis mistagógicas, S. Ambrosio
en su tratado mistagógico sobre los sacramentos, S. Agustín en sus sermones a
los catecúmenos en la entrega de la
Oración dominical y cartas, etc.
Cedamos la voz
a los Padres. Un primer ejemplo podría ser la mistagogia que realiza S. Cirilo
de Jerusalén a los recién bautizados:
«Padre nuestro
que estás en los cielos» (Mt 6,9). ¡Oh gran misericordia de Dios para con los
hombres!, juntamente con su amor. Hasta tal punto se compadeció de quienes se
apartaron de él y se afirmaron en los mayores males que les concedió el olvido
de las injurias y la participación en la gracia de modo que le llamasen Padre:
«Padre nuestro que estás en los cielos». Pues del cielo habían de ser quienes
llevarán la imagen del cielo, en quienes Dios habita y con quienes él camina.
«Santificado
sea tu nombre». Por su naturaleza el nombre de Dios es santo, digámoslo
nosotros o no lo digamos. Pero ya que, por medio de quienes pecan, se le
profana en ocasiones, según aquello de que «el nombre de Dios, por vuestra
causa, es blasfemado entre las naciones», oramos para que en nosotros sea
santificado el nombre de Dios. Y no es que comience a ser santo porque
anteriormente no lo fuese, sino que en nosotros se hace santo cuando nos
santificamos nosotros mismos y hacemos cosas dignas de la santidad.
«Venga tu
Reino». Es propio del alma pura decir con confianza: «Venga tu Reino». Pues
quien haya oído a Pablo, que dice: «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo
mortal», y sea consciente de su pureza en obras, pensamientos y palabras,
clamará a Dios: «Venga tu Reino».
«Hágase tu
Voluntad en la tierra como en el cielo». Los bienaventurados ángeles de Dios
hacen la voluntad de éste... Tu oración, por consiguiente, tiene esta fuerza y
esta significación, como si dijeras: «Como se hace tu voluntad en los ángeles,
así se haga, Señor, en la tierra sobre mí».
«Danos hoy
nuestro pan necesario». El pan ordinario no es sustancial. Pero este pan, que
es santo, es sustancial, como si dijeras que está dirigido a la sustancia del
alma...
«Perdónanos
nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores». Tenemos
realmente muchos pecados, puesto que causamos ofensas con la palabra y el
pensamiento y realizamos muchas cosas, merecedoras de condenación. Y «si
decimos: "No tenemos pecado", nos engañamos y la verdad no está en
nosotros», como dice Juan (1 Jn 1,8). Hacemos, pues, un pacto con Dios, orando
para que nos perdone los pecados, como también nosotros perdonamos sus deudas a
nuestros prójimos. Sopesando, por tanto, lo que recibimos a cambio, no
titubeemos ni dudemos en perdonar las mutuas ofensas...
«Y no nos
dejes caer en la tentación»... Pero entrar en tentación, ¿acaso no significa
hundirse en ella? Pues la tentación es algo semejante a un torrente difícil de
atravesar...
«Mas líbranos
del maligno». Si el «no nos dejes caer en la tentación» quisiese decir no ser
tentado en modo alguno, no habría añadido «y líbranos del maligno”. El maligno
es el diablo como adversario del que pedimos ser liberados” (Cat. Mist. V,
11-18).
Sumemos
otro breve comentario, el de san Agustín:
Al decir:
Santificado sea tu nombre, nos amonestamos a nosotros mismos para que deseemos
que el nombre del Señor, que siempre es santo en sí mismo, sea también tenido
como santo por los hombres, es decir, que no sea nunca despreciado por ellos;
lo cual, ciertamente, redunda en bien de los mismos hombres y no en bien de
Dios.
Y, cuando
añadimos: Venga a nosotros tu reino, lo que pedimos es que crezca nuestro deseo
de que este reino llegue a nosotros y de que nosotros podamos reinar en él,
pues el reino de Dios vendrá ciertamente, lo queramos o no.
Cuando
decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, pedimos que el
Señor nos otorgue la virtud de la obediencia, para que así cumplamos su
voluntad como la cumplen sus ángeles en el cielo.
Cuando
decimos: El pan nuestro de cada día dánosle hoy, con el hoy queremos significar
el tiempo presente, para el cual, al pedir el alimento principal, pedimos ya lo
suficiente, pues con la palabra pan significamos todo cuanto necesitamos,
incluso el sacramento de los fieles, el cual nos es necesario en esta vida
temporal, aunque no sea para alimentarla, sino para conseguir la vida eterna.
Cuando
decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros
deudores, nos obligamos a pensar tanto en lo que pedimos como en lo que debemos
hacer, no sea que seamos indignos de alcanzar aquello por lo que oramos.
Cuando
decimos: No nos dejes caer en la tentación, nos exhortamos a pedir la ayuda de
Dios, no sea que, privados de ella, nos sobrevenga la tentación y consintamos
ante la seducción o cedamos ante la aflicción.
Cuando
decimos: Líbranos del mal, recapacitamos que aún no estamos en aquel sumo bien
en donde no será posible que nos sobrevenga mal alguno. Y estas últimas
palabras de la oración dominical abarcan tanto, que el cristiano, sea cual
fuere la tribulación en que se encuentre, tiene en esta petición su modo de
gemir, su manera de llorar, las palabras con que empezar su oración, la
reflexión en la cual meditar y las expresiones con que terminar dicha oración.
Es, pues, muy conveniente valerse de estas palabras para grabar en nuestra
memoria todas estas realidades” (Ep. a Proba, 130,11,21-12,22).
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